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Y para terminar, playa...

El martes 25 de agosto aprovechamos para dormir un poco por la mañana. Pero tampoco podíamos tardar mucho en levantarnos, puesto que teníamos que deshacer las maletas que traíamos de Italia para llenarlas con la ropa de la playa. Así que a media mañana, hecho esto, cogimos el coche y nos fuimos a Torremolinos, destino playero elegido para este año. Y, más concretamente, nuestro apartamento se encontraba en la playa de la Carihuela, en la zona que limita con Benalmádena.

El apartamento no era muy grande, pero para los dos servía perfectamente. Además, contaba con el elemento imprescindible de cualquier residencia playera: una terraza con vistas al mar en la que tuvieron lugar la mayoría de nuestras comidas y cenas.

Como podéis ver, el apartamento estaba en primera línea de playa (sólo nos separaba del paseo marítimo el jardín donde estaba la piscina del hotel), por lo que tenía unas vistas estupendas.


Nuestra estancia en Torremolinos se resume en tres palabras: playa, playa, y playa. Pero además de eso, todas las noches nos íbamos a dar un paseo y tomar un helado (no estaban tan buenos como los de Italia, pero tampoco es bueno cortar las costumbres de golpe). Nuestro lugar de paseo era la zona del puerto de Benalmádena, que nos pillaba a pocos minutos del apartamento y había bastante marcha. Además, la zona nos gustaba mucho. Tenía unos curiosos edificios cuya parte más alta nos recordaba (salvando las distancias) las chimeneas de la Casa Milá de Barcelona (de Gaudí).

Además, a Julián le gustaba sentarse frente al puerto y ver el mar y los barcos.

Una de las noches decidimos quitarnos los zapatos y meternos en la arena a hacer fotos. La verdad es que hay pocas cosas tan agradables como meter los pies en el agua a medianoche para refrescarse. Pero esa noche no pudimos pasar de ahí. A pesar de las ganas de darnos un buen baño nocturno, no llevábamos traje de baño y el paseo marítimo estaba lleno de gente, así que no era plan de montar el espectáculo.



Otra noche nos fuimos hasta la otra punta de Torremolinos para tomar unos cocktails con unos amigos de Julián. Nos lo pasamos genial, pero estuvimos tan entretenidos que a ninguno de los cinco que estábamos allí se nos ocurrió hacer una foto. Así que queda pendiente para otra ocasión.

Como no es bueno tomar tanto sol (ya se nos estaba recalentando la cabeza), uno de los días (el sábado, concretamente) decidimos dejar la playa por un rato y hacer un poco de turismo. En Marbella descubrimos el sitio donde se fraguó toda la "Operación Malaya". Y si no, juzgad por vosotros mismos.



Después de visitar el mercadillo de Puerto Banús, nos acercamos hasta el puerto propiamente dicho. La verdad es que esperábamos ver yates más grandes, los que había eran muy normalitos.



Así que seguimos caminando por el paseo marítimos hasta llegar a la zona que más nos gustó: un lugar desde el que podíamos ver el mar en primer plano y las montañas al fondo, un tipo de paisaje que a Julián le gusta mucho.


Lo único malo del lugar es que hacía bastante vientecillo. A Julián no le importó en absoluto, pero mi pelo sufrió bastante, sobre todo a la hora de desenredarlo. Eso sí, en las fotos (al menos en ésta, no tanto en la anterior) queda bonito.


Julián, para no perder la costumbre, tuvo que hacer su sesión de equilibrios, poniendo a prueba la ley de la gravedad. Menos mal que en esta ocasión estuvo bastante tranquilito.

La verdad es que viendo un paisaje como éste, con altas palmeras y arenas blancas, daba pena moverse de allí. Pero aún nos quedaban muchas cosas bonitas para ver, así que nos fuimos al coche y seguimos con el itinerario planeado.


Tras una media hora de viaje llegamos a Ronda. La ciudad se asienta sobre una meseta rocosa de origen volcánico a 739 metros sobre el nivel del mar. Dividida en dos partes por un cañón, conocido como el "Tajo de Ronda", por el que discurre el río Guadalevín.

Dejamos el coche fuera del casco histórico y entramos en él por la puerta de Almocábar, del siglo XIII.


Desde allí subimos por sus empinadas calles hasta llegar a la plaza Duquesa de Parcent, donde se encuentra la actual sede del Ayuntamiento de Ronda.


En la misma plaza se encuentra la iglesia de Santa María la Mayor, una preciosa construcción edificada sobre una mezquita musulmana de la que hoy sólo se conserva el arco del Mirhab.



La verdad es que la plaza es preciosa e invita a quedarse un buen rato en ella. A las bellas construcciones que contiene, se unen las jardineras con flores que le dan un toque de color inigualable.


Tras unos minutos de descanso (subir las empinadas calles de Ronda constituye un verdadero reto) nos dirigimos al alminar de San Sebastián, una pequeña torre que formaba parte de una de las mezquitas de la ciudad y que más tarde sirvió como campanario de la también desaparecida iglesia de San Sebastián.


Desde allí fuimos a buscar un sitio donde comer. El elegido fue un McDonald's, que llevábamos desde Italia sin comer comida basura. No, la verdad es que por la zona no había mucho donde elegir y queríamos tomar algo rápido para seguir con la visita.

Después de comer nos acercamos hasta la famosa plaza de toros de Ronda que, inaugurada en 1785, es una de las más antiguas de España, y también de las más importantes. En ella tiene lugar anualmente, entre otras celebraciones, la mundialmente conocida corrida goyesca, fundada en 1954 por el torero rondeño Antonio Ordóñez.


Muy cerca de allí se encuentra el convento de la Merced, cuyo mayor tesoro es un relicario que contiene la mano incorrupta de Santa Teresa de Jesús.

Desde allí volvimos hacia la plaza de toros y dimos un paseo por la Alameda del Tajo, un paseo arbolado del siglo XIX que ofrece unas magníficas vistas de la serranía de Ronda y, como no, del Tajo. La verdad es que de cerca impone ver esta garganta de 500 metros de longitud, 100 metros de alto y 50 de ancho (sobre todo si, como yo, se sufre de vértigo). Así que yo preferí en todo momento mirar al frente y ver el Puente Nuevo, una pasarela de 98 metros de altura, construida con sillares de piedra extraídos del fondo de la garganta del Tajo, que permite la conexión entre el barrio antiguo de la ciudad y el barrio moderno.

Desde allí nos dirigimos al coche, no sin antes cruzar de nuevo el puente sobre el Tajo. Antes de llegar al coche vimos la iglesia del Espíritu Santo, mandada construir por los Reyes Católicos sobre una torre fortificada de la muralla.

Cuando ya estábamos a punto de irnos nos dimos cuenta de que no habíamos comprado nada de recuerdo. Así que volvimos con el coche a la zona de la plaza de toros para ir a una pastelería que nos habían recomendado. Nuestro objetivo era comprar las famosas yemas de Ronda. Así que, como Julián no encontró aparcamiento, tuve que ir yo sola. Así que, siguiendo las indicaciones de una señora, me metí por una calle que estaba engalanada para la feria y empecé a buscar el sitio.


Una vez pasado el arco, y caminados unos cuantos metros bajo los farolillos de colores, encontré lo que estaba buscando.

Allí estaba la plaza del Socorro y, en ella, la confitería "Las Campanas". Tras comprar las renombradas yemas me detuve unos instantes a contemplar esta preciosa plaza, donde se encuentra la iglesia del Socorro.

Desde allí volví a buscar a Julián y ya nos fuimos de Ronda.

Como no era demasiado tarde, nos dio tiempo a ir un ratito a la playa. A Julián le encantan esos momentos playeros con juego de cartas, cervecita y patatas. Y si no me creeis, mirad la cara de felicidad que tiene.

Después de la merienda playera, nos hicimos unas cuantas fotos al atardecer.

Por la noche, para celebrar que era nuestro última noche ellí, fuimos a dar nuestro paseíto de costumbre por el paseo marítimo, lleno de locales donde tomar un buen cocktail y disfrutar de la música.

Así que, para despedirnos de la noche playera, nos sentamos en uno de los bares de Puerto Marina, el Kaleido.


Julián (que con tal de hacerme feliz y llevarme al sitio que yo quería se tuvo que sacrificar y ver como bailaba una gogo ligerísima de ropa) se pidió una piña colada para sofocar los calores veraniegos.

Yo, más integrada en el ambiente del lugar, elegí un "Porto Marina".

Después de un agradable rato de conversación mientras nos tomábamos los cocktails, dimos un paseo hasta nuestro apartamento, no sin antes pararnos en el lugar donde todas las noches nos sentábamos a ver el mar y oir el oleaje.

Una vez en el apartamento, tal vez influenciados por el idílico paseo nocturno, nos dedicamos unas cuantas carantoñas.

El último día, recogimos nuestras cosas nada más levantarnos y abandonamos el apartamento. Dejamos las maletas en el coche y nos bajamos a la playa a disfrutar de las últimas horas de estas vacaciones. Después de intentar captar los últimos rayos de sol de la temporada y darnos unos cuantos chapuzones, fuimos a comer a un chiringuito de la playa. Yo pedí una ración de pulpo y Julián disfrutó de un enorme espeto de sardinas asadas.

Después de comer volvimos a la playa a darnos el baño de despedida. A la caída de la tarde abandonamos la arena y nos dirigimos al coche para emprender el camino de regreso a casa.


Tuvimos suerte y no pillamos casi nada de atasco para salir de Málaga ni para entrar en Madrid. Llegamos bastante tarde a casa y, al cansancio acumulado en dos semanas agotadoras, se unía el tener que descargar todo el equipaje. Pero nos metimos en la cama satisfechos por todo lo que habíamos disfrutado y muy contentos por todos los bonitos recuerdos que nos han dejado estas vacaciones.

¿El próximo viaje? Aún no sabemos ni cuándo ni dónde. Sólo esperamos que sea pronto y que lo disfrutemos tanto como éste.

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