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Croacia (X): Final en Bosnia

Para empezar el día salí a correr por el centro de Sarajevo (aunque al ser las calles de esa zona muy estrechas y estar abarrotadas, no fue fácil moverme por allí). Pese a que no es más que una sensación y analizándolo racionalmente el riesgo es nulo, no podía dejar de pensar que estas calles que estaba pisando habían sido en el pasado escenario de una cruenta guerra y que en cada punto donde ponía el pie podría haber minas dispuestas a explotar en cualquier momento. Repito, era todo autosugestión, pero cuando te encuentras en sitios como éste, te das cuenta del sinsentido de la guerra.

 Como cada día, dejamos las maletas en el coche yfuimos andando al centro. Por el camino hasta llegar al río se divisa la última sinagoga que queda en funcionamiento. Y es que Sarajevo es conocida como la Jerusalén de Europa por su mezcla de culturas, encontrándose templos musulmanes, judíos, católicos y ortodoxos conviviendo en armonía.

La primera mezquita que se ve es la Bakr Babina, que solamente vimos por fuera.

Cruzamos el río por el Puente Latino. Uno de los lugares más simbólicos de la ciudad, habida cuenta de que fue el lugar en el que Gavrilo Princip asesinó al archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona austrohúngara. Este hecho, según muchos analistas, fue el detonante de la I Guerra Mundial, debido a las declaraciones de guerra que le siguieron, motivadas por las alianzas existentes en la época. En resumen, se trata de un lugar que no destaca especialmente por su belleza pero sí por su importancia histórica.

Al pasear por las calles veíamos las heridas que la guerra ha dejado en los edificios de la capital bosnia. Estas heridas materiales con el tiempo se podrán curar, los muertos que dejó la guerra ya nunca volverán.

Caminando a la orilla del río llegamos hasta la Biblioteca (Vijecnica), destruida durante la guerra y ahora reconstruida. El edificio es muy bonito, construido en una mezcla de estilos árabe y oriental. En su momento fue una de las bibliotecas más importantes del mundo. Tras la reconstrucción se ha convertido en ayuntamiento de la capital bosnia, función que ya había desempeñado en sus orígenes.

En las cercanías de la biblioteca, al otro lado del río, se encuentra Inat Kuca. Esta casa estaba situada en el lugar donde se pretendía ubicar el ayuntamiento, pero su propietario se negaba a irse de la casa para que la demolieran (símbolo de la "tozudez" que se atribuyen los bosnios a sí mismos). Finalmente, aceptó marcharse a cambio de que desmontaran la casa piedra a piedra y la reconstruyeran exactamente igual a la otra orilla del río. Actualmente el edificio es un restaurante.

Continuamos nuestro paseo viendo los destrozos de la guerra.

Llegamos hasta la zona más antigua de la ciudad, el Bascarsija. Es el barrio turco de Sarajevo. Cuando llegas a la plaza donde se encuentra la fuente Sebilj, de repente parece que has entrado en Estambul. Todo pasa a tener un aspecto árabe, como si se hubiera mantenido sin cambios en el tiempo desde hace unos cuantos siglos.

En las inmediaciones las protagonistas son las palomas, a las que la gente arroja maíz para atraerlas. De hecho, hay vendedores ambulantes cuyo único producto son las bolsas de maíz.

Mery y yo aprovechamos para beber agua en la fuente (conocida como "la fuente de los viajeros"). La tradición indica que quien bebe agua de la fuente Sebilj regresa a Sarajevo, así que ya tenemos otra ciudad a la que regresar en nuestros viajes de la parejita.

La parte de Bascarsija tras la plaza es un auténtico zoco al aire libre. Los souvenirs que más impresionan son los proyectiles de la guerra convertidos en pisapapeles, bolígrafos, etc.

Calles estrechas y comercios pequeños ofreciendo sus mercancías: éste es el aspecto de Bascarsija durante el día.

Llegamos a la mezquita de Gazi-Husrev-beg, cuya impresionante figura destaca desde la calle.

Estuvimos un rato visitándola, tanto en el exterior como en el interior. Realmente, nos hizo evocar el tiempo pasado en Estambul. Esta zona es un refugio oriental en el medio de Europa.

Al lado de la mezquita se encuentra el Sahat Kula, la torre del reloj, que marca los horarios de rezo.

Aunque las temperaturas no eran ya las que habíamos padecido en los primeros días del viaje, siempre es agradable refrescarse en una de las fuentes que te encuentras por la calle.

Entramos en el Gazi-Husrev bezistan, un viejo bazar techado similar al zoco de Estambul (salvando las distancias de su tamaño, por supuesto). Los precios eran bastante caros, así que dimos media vuelta tras disfrutar del ambiente durante unos minutos.

Llegamos a la calle Ferhadija (la continuación de la calle Saraci), donde se encuentra el Sarajevo Meeting Point. Se trata de un punto de la calle en el que, si miras en uno de los dos sentidos, te encuentras con todas las construcciones de influencia turca, mientras que si miras en el sentido contrario lo que ves son todo edificios occidentales. Resulta tremendamente curioso, porque si giras la cabeza parece que te encuentras en dos mundos totalmente distintos, separados por miles de kilómetros, pero sin embargo estás en la misma calle.

Ya en la zona occidental, llegamos hasta la catedral católica. Como ya he comentado, Sarajevo tiene ganado con justicia su calificativo de "Jerusalén de Europa", puesto que en una sola ciudad conviven mezquitas, grandes catedrales católicas, ortodoxas e incluso sinagogas (aunque ya solo queda una en activo). La diversidad cultural es enorme y, si eres optimista por naturaleza como yo (otros dirían que ingenuo), es un ejemplo de que es posible la convivencia entre culturas y religiones, siempre que mantengamos el respeto unos por otros.

Y, contra esa idea armonía entre culturas, las guerras nos recuerdan las desgracias que provocan los fallos en la convivencia. En numerosos puntos de las calles de Sarajevo se encuentran, en el suelo, manchas rojizas que destacan contra el asfalto gris. Dichas manchas corresponden a sitios en los que murieron habitantes de la ciudad debido a las bombas o metralla disparadas durante el sitio de Sarajevo. En lugar de volver a tapar los agujeros, se decidió rellenarlos de resina roja como homenaje a las víctimas y como recuerdo de la barbarie. Ahora estos puntos son conocidos como "rosas de Sarajevo". Si bien es cierto que no están por todas partes, cada vez que das con uno no puedes evitar tener un sentimiento de tristeza y pesadumbre.

Nuestra siguiente parada era la catedral ortodoxa. Puedes entrar en ella gratuitamente para el culto, pero si quieres entrar como turista y poder hacer fotos tienes que pagar una pequeña entrada. La verdad es que los precios en Bosnia son muy reducidos en relación por ejemplo con Croacia, que tiene unos precios similares a los españoles. Pagamos nuestra entrada y entramos en la catedral, que nos ha sorprendido muy positivamente. El gran espacio central se encuentra totalmente vacío (puesto que en las iglesias ortodoxas no hay bancos; se reza de pie). La decoración, plena de mosaicos y de pan de oro, era muy bonita.

La última parada antes de coger el coche fue la sinagoga, que se encontraba muy cerca de nuestro aparcamiento. La entrada no parecía estar preparada para las visitas, así que preguntamos si se podía visitar. A cambio de un pequeño donativo, una señora nos abrió las puertas de la sala principal y nos la enseñó, explicándonos los orígenes de la comunidad judía en Sarajevo y cómo esta sinagoga, pese a no ser de las más importantes en su momento, había quedado como la única en funcionamiento en la actualidad.


Intentamos comprar comida en un Konzum, pero era muy pequeño y no tenía nada que encontráramos apetecible. Así que una vez cogido el coche, paramos en las cercanías de un moderno centro comercial y entré a comprar algo, mientras Mery se quedaba en el coche viendo como un hombre que vivía en una casa medio en ruinas hacía la compra a través de un chico que le dejaba las viandas en una bolsa a pie de calle, que el hombre recogía mediante una cuerda. Contrastes permanentes en esta ciudad.


Como no íbamos muy apurados de tiempo, decidimos ir a las afueras de Sarajevo a visitar el museo que han creado en lo que fue el túnel que, durante la guerra, comunicó la ciudad sitiada con las tropas que la ayudaban en el exterior del sitio. Seguramente no ha sido lo más bonito que hemos visto en el viaje, pero creo que es lo que más me ha impresionado. Las personas que allí están son reales, han vivido una guerra y han participado en la excavación del túnel, y ahora se quejan de que han sido olvidados por el gobierno. Es difícil describir las sensaciones que tienes cuando te metes en el trozo de túnel que se puede visitar (apenas unos metros), o ves el vídeo en el que se muestran las imágenes de los bombardeos, o incluso te asomas al jardín en el que hay numerosas minas y proyectiles... por no hablar de ese campo adyacente en el que una cinta de "prohibido pasar" recuerda que ahí, a unos metros de donde estamos, podría haber minas aún activas. Otra cosa que me ha impresionado son los carteles en los que se muestran las instalaciones olímpicas de 1984 (la ciudad fue la sede de los JJOO de invierno de ese año) junto a las zonas sitiadas tan solo 8 años después.

Finalmente abandonamos Sarajevo (físicamente, porque creo que es de los sitios que se quedan en la memoria para siempre). De camino a Mostar disfrutamos de los preciosos paisajes bosnios, a la vez que comimos en el coche, para aprovechar el tiempo que tendríamos al llegar a Mostar, ultima visita de nuestro viaje. Los paisajes, siguiendo el curso descendente del río Neretva, son preciosos. Al ser un país más "auténtico" que Croacia, la naturaleza se muestra aún más bucólica que en el país vecino.

Llegamos a Mostar, aparcamos en las cercanías del puente de Tito y dimos un paseo por la ciudad, capital de la región histórica de Herzegovina. Una ciudad también muy castigada por la guerra (su famoso puente Stari Most, que le da nombre, fue destruido) que contó con la ayuda del ejército español, por lo que se guarda un buen recuerdo de nuestro país.

En nuestro camino lo primero que nos encontramos es la mezquita Karagoz-Bey. Entramos en ella junto al hombre que la estaba cuidando, quien muy amablemente nos explicó toda la información necesaria sobre la misma. 

                                          

Incluso nos dijo que podíamos subir al minarete, lo cual no habíamos hecho en ninguna otra mezquita hasta ahora. Así pues, ha sido la primera vez que subíamos a un minarete en nuestra vida. Lo cierto es que, además de contemplar las vistas de toda la ciudad como en un campanario, la sensación es extraña, puesto que la parte desde la que te asomas es mucho más grande que lo que tienes debajo. Parece que no va a soportar el peso y en cualquier momento te vas a caer.

Tras bajar, seguimos paseando hasta llegar a la mezquita Koski Mehmed Pasha. En ésta decidimos no subir al minarete, puesto que lo que más nos interesaban eran las estupendas vistas del stari most que se ven desde su patio. Hasta llegaron unos novios para hacerse parte del reportaje fotográfico en este bucólico lugar.


En las inmediaciones del puente se encuentra el bazar, lleno de tiendas en las queaprovechamos para comprar algo de bisutería que Mery se quería llevar como recuerdo. Esta zona, pese a estar masificada, me pareció particularmente bonita, especialmente gracias a su suelo empedrado.

Tras cruzar el puente, la otra parte del río se nota que no tiene tanto encanto. Decidimos volver dando un paseo por el bulevar, que habíamos leído que era agradable. Nada más lejos de la realidad, es una zona que no tiene nada especial y en la que las heridas que la guerra ha dejado en los edificios aún no han sido sanadas.

El único punto de interés de todo este paseo es la plaza de España. Es la Plaza Mayor de Mostar, construida en homenaje a los 22 militares españoles y al intérprete caídos en acto de servicio en la misión en Bosnia y Herzegovina. En la plaza destaca el edificio de la antigua Escuela de Gramática, que nos recuerda bastante al ayuntamiento de Sarajevo. 





Desde esta zona fuimos paseando hasta el coche, que ya no quedaba demasiado lejos. Por el camino íbamos observando los daños que ha causado la guerra y el intento de recuperación del lugar. 

Finalmente llegamos al coche y salimos de Mostar. Nos gustó (sobre todo el lado del río Neretva que hemos visitado al principio), pero el cansancio empezaba a hacer mella. Teníamos que cruzar la frontera con Croacia y llegar a las cercanías de Dubrovnik a dormir. El viaje a través de Bosnia es tortuoso por el estado de las carreteras, así que se nos echó la noche encima. Una vez que llegamos a Croacia, tuvimos que volver a cruzar por Bosnia, en la estrecha franja de Neum. Al ser un sitio muy turístico, cuando pasamos por allí las terrazas de los restaurantes estaban abiertas, con lo que decidimos parar y cenar un par de pizzas en una de esas terrazas.

Cuando, mucho más descansados por la cena, retomamos el viaje, nos encontramos la desagradable sorpresa de que al llegar a la frontera con Croacia (la última que nos quedaba por cruzar en el viaje, o eso pensábamos), ésta se encontraba cerrada. Tras nuestra sorpresa inicial nos explicaron que había habido un accidente, por lo que la carretera estaba cortada. Debíamos volver a Neum y coger un recorrido alternativo hasta llegar a otra frontera entre Bosnia y Croacia. Tras desandar el camino, preguntamos a los policías que nos encontramos cómo llegar a Dubrovnik. Pero me dio la sensación de que los policías bosnios, al contrario que sus homólogos croatas, no dominan el inglés. A trancas y barrancas, por carreteras de las que se suele denominar "caminos de cabras", conseguimos llegar hasta la frontera. Eso sí, ésta no tenía nada que ver con la de Neum. Unos cuantos policías con metralletas y una barrera portátil en un camino de mala muerte es todo lo que conformaba esa frontera. Lo importante es que conseguimos cruzarla, regresamos a la más acogedora Croacia (sobre todo cuando es noche cerrada y estás muerto de cansancio y deseando llegar a tu hotel), cogimos la carretera principal y llegamos al hotel, situado en la ciudad de Cilipi, en las cercanías de Dubrovnik y a menos de 1 kilómetro del aeropuerto. Es el típico hotel de carretera pensado para la gente que llega del aeropuerto o va a él, pero fue una pena que llegáramos tan tarde y no nos diera tiempo a disfrutar de él, porque está recién abierto y la habitación que nos dieron estaba genial. Además, las chicas que estaban de guardia en recepción fueron muy amables.

Tras un sueño reparador, nos hemos despertado esta mañana, hemos hecho nuestras maletas y nos hemos ido al aeropuerto, donde hemos devuelto el Skoda Fabia que había sido nuestro compañero de fatigas durante estos días, hemos hecho la facturación (no habíamos podido hacerla los días anteriores, como solemos), y hemos llegado con el tiempo justo para embarcar en el avión que nos traería de vuelta a Madrid. En definitiva, un viaje precioso; otro más, pero cada uno tiene su atractivo. En éste en concreto, además de disfrutar de las playas croatas y de la maravillosa diversidad cultural de Croacia y Bosnia, hemos descubierto una región de Europa rica en emociones y que lucha con todas sus fuerzas por superar las heridas de la guerra y mirar hacia el futuro sin resentimiento. A nosotros, al menos, nos ha cautivado.

Croacia (IX): Zagreb

El día ha amanecido fresquito, ideal para salir a correr. He aprovechado para recorrer las zonas que horas después teníamos previsto visitar. De esta forma he podido comprobar que el recorrido incluía cuestas importantes para acceder a las antiguas ciudades de Kaptol y Gradec, que acabaron uniéndose para formar Zagreb y que conforman el centro histórico de la capital croata.

Al dejar el apartamento, he ido a dejar las maletas en el coche y hemos comenzado el turismo. A la entrada de la plaza principal de Zagreb, la del Ban Josip Jelacic, se encuentra sede de la federación croata de fútbol. No he podido evitar hacerme una foto junto a los Modric, Rakitic, Mandzukic, etc uniformados con la característica camiseta ajedrezada.

Una vez dentro de la plaza Josip Jelacic, podemos comprobar la grandiosidad de la estatua del Ban. Este militar es un héroe croata, cuya memoria fue recuperada tras la independencia de Yugoslavia para reafirmar la identidad nacional. En ese momento se estaba celebrando una manifestación, pero la atención ha sido copada inmediatamente por un desfile "militar" con trajes de época que ha entrado en la plaza al son de los tambores y de los gritos del personaje principal, montado a caballo. 

Dejamos la plaza por la Ulica Pavla Radica, que nos avisaba de las cuestas que separaban las dos colinas en las que se ubicaban Kaptol (desde donde veníamos) y Gradec (a donde nos dirigíamos).

Pasamos al lado del puente sangriento, lugar que unía antiguamente las dos ciudades, atravesando el río que las separaba. Debido a la rivalidad, se producían enfrentamientos continuamente, de ahí el nombre. Actualmente no queda ni río, ni puente; pero la calle sigue conservando el nombre.

Uno de los productos cuyo origen es Croacia son las corbatas. Hace varios siglos los franceses se las vieron puestas por primera vez a los militares croatas que luchaban con ellos (en su forma original, un pañuelo anudado al cuello) y las comenzaron a llamar como a ellos (Hrvatska), con lo que quedó la palabra francesa "cravate", que a nosotros nos ha llegado como "corbata".

Tras continuar la subida por la calle, llegamos a los alrededores de la Puerta de Piedra, donde se encuentra una estatua de San Jorge.

La puerta se encuentra en obras en el exterior, pero en el interior hemos podido comprobar la devoción de los lugareños y el ambiente íntimo que reina allí (excepto en el momento en que nos hemos vuelto a encontrar con el desfile militar).

Por fin estábamos en la ciudad alta o Gornji Grad. Ante nosotros se encontraba la plaza de San Marcos, que me había sorprendido gratamente cuando la he visto a primera hora durante mi carrera. A la izquierda se encuentra el palacio del Ban (el Gobernador). A la derecha el Parlamento croata. Y en medio la famosa iglesia de San Marcos, con su tejado en el que están representados dos escudos: el del reino de Croacia, Eslavonia y Dalmacia y el de Zagreb.

Sabía que la iglesia era muy bonita, pero me ha sorprendido lo grande que es, me la esperaba mucho más pequeña. Los detalles (por ejemplo las tejas verdes en algunas partes del tejado) la hacen verdaderamente preciosa. Cuando hemos llegado estaba cerrada, así que solo hemos podido ver el interior (que también parece bonito) a través de los cristales de la puerta.

Los otros dos edificios los hemos visto desde fuera, y nos hemos recreado en los detalles de la plaza, que la hacen muy especial (aunque es cierto que por su ubicación en el punto más alto de la colina parece que solo recibe la visita de turistas y le falta el ambiente que tienen plazas como la de Josip Jelacic).

Paseamos por las calles circundantes, encontrando por ejemplo el curioso museo de las relaciones rotas, y llegamos a la Torre de Lotrscak. Decidimos subir para ver las vistas de la ciudad que se contemplan desde la misma, ya que por su ubicación se puede ver tanto la ciudad alta como la ciudad baja (la parte más nueva).

Dentro de la Torre se encuentra un cañón que se dispara todos los días a las 12, para conmemorar una leyenda que habla sobre un proyectil enviado desde aquí al campamento turco que sitiaba la ciudad.

Tras bajar de la torre hemos dado un paseo por la calle Josip Strossmayer, un camino idílico que han querido recrear como si fuera un pequeño Montmartre en la capital croata. No hemos recorrido la calle entera, porque luego había que desandar el camino y la pendiente era considerable.

Aprovechamos a la entrada de la calle Strossmayer para usar un kissing spot.

Volvemos a Kaptol y, como se puede ver, todos los caminos acaban en la plaza del Ban Jelacic.

Un punto importante de la plaza es la fuente Mandusevac. Según la leyenda, el nombre de la ciudad está relacionado con esta fuente, puesto que un soldado le pidió a una chica de nombre Manda (de ahí el nombre de la fuente) que le cogiera agua. Coger agua en croata es "zagrabiti", y de ahí viene el nombre de Zagreb.

Llegamos finalmente a la Catedral de Zagreb (Kaptol, que da nombre a la antigua ciudad). Es enorme: uno de esos edificios que impresionan cuando te pones cerca de ellos, levantas la vista y ves hasta donde se eleva. Una pena que una de las torres del campanario se encuentre en obras.

El interior es el que te esperas en una catedral de una gran ciudad (no hay que olvidar que Zagreb es la capital del país): suntuoso y grande. Se nota que ya nos hemos alejado de la costa dálmata, porque tanto la catedral como las callejuelas de la zona tienen un aire que recuerda a las ciudades del centro de Europa, más alejado de la luminosidad de las poblaciones bañadas por el Adriático. Una de las maravillas de Croacia es precisamente su diversidad.

En la explanada de la catedral se encuentra la fuente de la Madonna con 4 ángeles de oro.




Desde la catedral hemos decidido dar otro paseo para conocer otros rincones con encanto de la ciudad. Pero tanto subir y bajar cuestas acaba haciendo mella (sobre todo cuando llevamos ya más de una semana pateando el país), así que hemos decidido disfrutar de una de las actividades que todas las guías recomiendan en Zagreb: sentarse en una terraza a disfrutar del paso del tiempo y de la gente. Elegimos, ¡cómo no! la plaza Jelacic. La verdad es que nuestras vistas eran muy agradables; y el día, pese a hacer fresco, no ha impedido disfrutar de la terraza.

Al irnos hacia el coche comprobamos que en cuanto te alejas del centro de Zagreb empiezas a encontrar algún edificio que recuerda el pasado comunista de la ciudad.

La ciudad baja, por culpa del cansancio y de que no nos sobraba el tiempo, solo íbamos a poder disfrutarla desde el coche. Así que hemos callejeado un poco por sus amplias avenidas (en comparación con las de la ciudad alta). Especialmente bonito nos ha parecido el edificio del Teatro Nacional Croata.

Nuestra última parada en Zagreb ha sido el cementerio de Mirogoj, donde se encuentran enterradas numerosas celebridades croatas, entre ellos los jugadores de baloncesto Petrovic y Cosic, o Franjo Tudjman, el primer presidente croata tras la independencia de Yugoslavia. Solo hemos podido ver el exterior, pero la verdad es que merece la pena. Solamente la entrada ya es impresionante.

Desde allí hemos salido de la ciudad y, a través de la interminable autovía que recorre Croacia, nos hemos plantado en unas horas en Slavonski Brod, desde cuyas cercanías cruzamos la frontera entre Croacia y Bosnia-Herzegovina. Al entrar en el país ya nos hemos dado cuenta de que es muy distinto a Croacia. Para empezar, las carreteras son peores. Y hemos empezado a ver banderas serbias, lo cual no nos cuadraba mucho. Después nos hemos enterado de que el país está dividido políticamente en dos entidades que comparten algunos aspectos como por ejemplo un ejército unificado, pero que en otros son independientes (por ejemplo legislativamente). Las entidades son la Federación de Bosnia y Herzegovina y la República Srpska. Nosotros hemos entrado al país por ésta última, que es la parte de Bosnia que cuando se firmaron los acuerdos de paz de la guerra de Bosnia estaba bajo dominio de los proserbios. Por eso, la bandera que usan es la serbia.

Otra cosa de la que nos hemos dado cuenta en nuestras primeras horas en Bosnia es que sus habitantes parecen menos amistosos que los croatas. El principal motivo yo diría que es el hecho de que la mayoría de las personas con las que intentamos interactuar (policías, funcionarios de aduanas...) no saben hablar en inglés, mientras que en Croacia la mayoría sí que lo habla. Seguramente el hecho de que Bosnia está mucho menos orientada al turismo que sus vecinos también influye mucho.

Finalmente hemos llegado a Sarajevo y, aunque nos ha costado encontrar el apartamento, el dueño del mismo ha sido muy amable. El apartamento es muy grande y cómodo, lo único malo que tiene es que en lugar de cama hay un sofá-cama. Tras aposentarnos, hemos a cenar por el centro. Yo no quería irme de Sarajevo sin probar el cevapi, uno de los platos más traducionales de Bosnia. Básicamente consiste en unas salchichas metidas en pan de pita y con abundante cebolla picada. Así que nos hemos a uno de los locales más tradicionales. Al ser la mayoría de bosnios de religión musulmana nos encontramos con que, al igual que en Turquía, muchos sitios no sirven alcohol. Así que he decidido aprovechar para rememorar nuestro viaje a Estambul y pedir ayran (un tipo de yogur líquido).

Tras cenar, hemos dado un paseo por el centro de la ciudad, pero rápidamente nos hemos vuelto al apartamento para descansar, ya que mañana tenemos mucho que ver y un viaje bastante largo.