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La pasión turca (I): I Amsterdam

Este año, nuestro viaje veraniego al extranjero se ha retrasado hasta el mes de noviembre. ¿Una desventaja? ¡No! Un gran acierto. Precios más económicos, buen clima... Vamos, un viaje redondo.
Un viaje que vamos a ir desglosando por días. Y como es lógico, vamos a empezar por el primero de ellos.

El pasado viernes 5 de noviembre nos levantamos temprano para dirigirnos al aeropuerto de Barajas. Allí nos esperaba un vuelo que nos llevaría a Amsterdam.

Una vez llegamos a la capital holandesa, cogimos un tren que nos llevó a la estación central o Centraal Station. Esta estación, la única en el centro de la ciudad, es obra del arquitecto PJH Cuypers. En ella se concentra todo el movimiento de transportes públicos de la ciudad. Aquí convergen paradas de tren (tanto regionales como internacionales), metro (con llegadas directas desde el aeropuerto de Schiphol y desde otros puntos de la ciudad), autobuses (tanto urbanos y regionales como internacionales) y tranvías. En resumen, que cualquier persona que visite Amsterdam acabará yendo a Centraal Station .


Como ya eran casi las 2 de la tarde, comimos por la zona de la estación y después nos dispusimos a iniciar nuestro paseo por la ciudad.

Cogimos la calle Damrak para adentrarnos en la zona monumental, donde lo primero que llamo nuestra atención fue el reloj de la torre de la Beurs van Berlage (Bolsa de Berlage). Este edificio fue diseñado como sede de la Bolsa de Valores y de Materias Primas por el arquitecto holandés Hendrik Petrus Berlage y construido entre 1896 y 1903. Alrededor de 1970 se dieron cuenta de que los cimientos del edificio se estaban hundiendo y decidieron derribarlo, pero no lo hicieron. Actualmente, alberga la sede de la Orquesta Filarmónica de los Países Bajos y algunas exposiciones.

Bajando la calle Damrak llegamos a la plaza del Dam. En esta plaza se encuentra el Koninklijk Paleis o Palacio Real. No pudimos ver el edificio porque estaba totalmente tapado por las reformas a las que está siendo sometido. De todas maneras, hemos leído que no es gran cosa, ya que originalmente no fue concebido como palacio, sino como ayuntamiento. Los más atrevidos se atreven incluso a llamarlo el  "mayor trastero de Holanda".

Como os decimos, el palacio estaba tapado casi por completo: sólo pudimos ver la torre del reloj.


En la misma plaza se encuentra la Iglesia Nueva o Nieuwe Kerk. Es la segunda iglesia más vieja de la ciudad, aunque hoy no queda casi nada de la iglesia original, porque sufrió un gran incendio en 1645, y tuvo que ser reconstruida.
En ella reposan los restos de importantes personajes de la historia de Holanda como los almirantes Michiel Adriaansz, Van Speyck, o Jan van Galen.



En la actualidad, en la Iglesia Nueva o Nieuwe Kerk no se ofician actos religiosos, y el templo es utilizado como una prestigiosa sala de exposiciones y muestras temporales, entre las que destacan las referidas a distintas culturas exóticas. Además, es el lugar donde se celebran la coronación de los reyes de Holanda y las bodas reales.



Paseando por Raadhuisstaat llegamos hasta la Wester Kerk o Iglesia Oeste. Fue inaugurada en 1631 y estaba destinada a los comerciantes más adinerados de la zona norte del anillo de canales.

En aquella época era la iglesia protestante más grande del mundo, lo cual se mantuvo hasta la construcción de la Catedral de San Pablo en Londres, unas décadas después. En nuestros días sigue siendo  la iglesia más grande construida en Holanda para el culto protestante.

Aunque no se conoce el lugar exacto, se sabe que el célebre Rembrandt fue enterrado en esta iglesia el 8 de octubre de 1669.

Además, en 1966 se celebró en esta misma iglesia  la boda del príncipe Claus y la reina Beatriz. 


La torre de la Westerkerk, la Westertoren, es la torre más alta de la ciudad, alcanzando los 85 metros de altura. La corona imperial que el rey Maximiliano de Austria donó a la ciudad en 1489 (como agradecimiento por la ayuda otorgada a la ciudad de Amsterdam a los monarcas austríaco-borgoñones) fue colocada en la punta, acentuando el proyecto de hacer de la torre de la Westerkerk la más prestigiosa de la ciudad.


Al lado de esta iglesia se encuentra el Homomonument que recuerda a todos los homosexuales que han sido sujetos a persecuciones por su condición sexual.

Durante la época nazi, en los campos de concentración cada prisionero llevaba bordado en su ropa un triángulo invertido, que era de un color distinto dependiento del motivo de su encierro. El de los homosexuales era de color rosa, y este símbolo ha sido adoptado más tarde por el movimiento de liberación gay como su insignia.

El monumento consta de tres grandes triángulos de granito repartidos por la plaza, aunque nosotros sólo fotografiamos éste.

Muy cerca de la iglesia y del Homomonument (en Prinsengracht 263) se encuentra la Casa-Museo de Anna Frank. Si no fuera por la triste historia que lo dio a conocer, el edificio pasaría totalmente inadvertido.

Anna nació en Alemania, pero su vida transcurrió mayoritariamente en  Amsterdam, donde su familia, de religión judía, se trasladó tras la subida al poder de los nazis. Pero Amsterdam fue tomada por los alemanes y se comenzó a mandar a los judíos a los campos de concentración. Fue entonces cuando Anna y su familia decidieron ocultarse en un almacén anexo a la oficina de su padre, y allí vivieron durante dos años gracias a amigos que les suministraban ropas y alimento, arriesgando sus propias vidas.

En 1944, la Gestapo descubrió el escondite de los Frank, y la familia fue trasladada a Westerbook, y de allí a Auschwitz-Birkenau y Sobibor, en Polonia.
En 1945, Anna y su hermana murieron de tifus y su madre fue asesinada, siendo su padre (Otto Frank) el único miembro de la familia que sobrevivió a la guerra.

Durante los dos años que la familia estuvo oculta en el almacén de Amsterdam, la pequeña Anna (una niña de 14 años) escribió su diario, en el que reflejaba sus vivencias, sus miedos, sus relaciones con las otras personas, sus emociones, sus diferentes estados anímicos (propios de su paso a la adolescencia)... En fin, su día a día en una situación desesperada.  En sus escritos habla de su intención de convertirse en escritora y publicar su diario una vez la guerra finalizara.

El diario fue encontrado por una amiga de la familia, quien lo guardó para entregárselo a Anna una vez fuese liberada, algo que nunca pudo producirse, siendo su padre el que lo recibiría y el que pelearía para conseguir su publicación (como deseaba su hija). Aunque el diario publicado no fue el original, sino que sufrió algunas modificaciones.
Cuando Otto regresó,  la casa estaba muy mal conservada y a punto de ser demolida junto a otras casas del entorno. Otto Frank luchó activamente para que fuera preservada, lo que consiguió con la presión y el apoyo de la opinión pública. En mayo de 1960 se inauguró el museo Casa de Anna Frank.


Pero como sólo teníamos unas pocas horas para visitar la ciudad, dejamos lo de los museos para la próxima vez que vayamos y nos dedicamos sólo a pasear y ver los monumentos por fuera.
Así que nos sentamos unos minutos enfrente de la casa y disfrutamos de la bonita vista que nos ofrecían los canales.

Recorriendo los canales encontramos varios detalles que llamaron nuestra atención. Uno de ellos fue la corona que lucen las farolas en su parte superior.


En ambas orillas de los canales hay un montón de edificios bonitos. La mayoría son casas, hoteles, comercios... pero no por carecer de importancia histórica carecen de belleza. Éste de las ventanas rojas llamaba la atención de todos los turistas que pasábamos por allí.

También muy cerca de la casa de Anna Frank encontramos una estatua levantada en 1977 en honor de la niña.

De la parte oeste de la ciudad volvimos a la zona centro. Justo detrás del Palacio Real encontramos este montón de bicicletas aparcadas. A Julián le gusta mucho lo de las bicis, pero como no pudimos alquilar un par de ellas por falta de tiempo, al menos se fotografió junto a ellas. Lo del paseíto queda pendiente para la próxima vez que vayamos a Amsterdam.

Como aún teníamos un rato libre antes de volver al aeropuerto, seguimos callejeando. Sin buscar, encontramos la Puerta de la casa del Anciano (en holandés, Oudemanhuispoort), llamada así porque, en la construcción original de 1601, daba entrada a un hospicio de ancianos. En 1879 se convirtió en la sede de la Universidad.

Desde el siglo XVII se encuentra en este pasaje un mercado especializado en oro, plata y diversos utensilios.


Siguiendo nuestro camino encontramos el templo neogótico conocido como Krijtberg que, finalizado en 1883, sustituyó a la iglesia clandestina de los jesuitas que ocupaba el mismo lugar. Se dice que es de las iglesias más bonitas de la ciudad de Amsterdam.

Continuando el paseo hacia el sur de la ciudad pudimos ver la Munttoren. Esta Torre de la Moneda formaba parte de la puerta de la ciudad conocida como Regulierspoort, que se quemó en 1619.

La verdad es que el paseo nos estaba encantando, y la ciudad también. Yo le dije a Julián que, si no fuese por ese clima tan húmedo y que a las 5 de la tarde ya es de noche, no me importaría en absoluto irme a vivir a Amsterdam. Es una ciudad pequeña y tranquila, perfectamente manejable a pie o en bicicleta, silenciosa y acogedora. Por no hablar de los canales. Hasta ahora, la única ciudad con canales que conocía era Venecia. Y el recuerdo que tengo (excepciones aparte) es de una ciudad sucia y maloliente. Pero nada que ver con la capital holandesa. Aquí los canales tienen un sistema de drenaje que hace que cada 4 o 5 días se renueve toda su agua. Además, en esta época del año la ciudad está muy bonita, con los tonos amarillentos y rojizos de las hojas de los árboles, repartidas entre las copas de estos y el suelo.


Cada vez nos iba quedando menos tiempo, así que había que aprovechar bien nuestros últimos minutos en la ciudad. Con sólo 6 horas para ir desde el aeropuerto, visitarla y volver, se nos quedaron muchas cosas en el tintero. Pero no hay mal que por bien no venga. Así me aseguro el regreso a esta bonita ciudad.

Una de las últimas cosas que veríamos en este día fue este edificio...


Los que hayáis tenido la suerte de visitar Amsterdam seguro que ya lo habréis reconocido. Para los que no, se trata del Rijksmuseum o Museo Nacional de Ámsterdam. Está dedicado al arte, la artesanía y la historia.

Este museo, fundado en 1800 en Huis ten Bosch (cerca de La Haya) y trasladado en 1808 a Amsterdam por Luis Napoleón (hermano de Napoleón Bonaparte) y que está en su ubicación actual en la ciudad desde 1885, posee la más famosa colección de pinturas del Siglo de Oro holandés, numerosos grabados y una rica colección de arte asiático y egipcio.

Destacan en él obras de Fra Angélico, Nicolaes Maes, Jacob Ruysdael, Jan Brueghel el Viejo, Frans Hals, Rubens, Jan Vermeer y un gran repertorio de pinturas de Rembrandt, entre las que destacan  "La ronda de noche", "La novia judía", "El árbol de Jesé" o "La muerte de los inocentes".




Y, como no podía ser de otra forma, nos fotografiamos junto a la ya famosísima escultura con el lema "I Amsterdam", que podemos encontrar en todo tipo de recuerdos para turistas.

El eslogan tuvo poco éxito en el momento de su presentación, viéndose sólo en unos pocos folletos y objetos de recuerdo. Pero desde que se colocó la gigantesta escultura detrás del Rijksmuseum (con motivo de la inauguración de la "Semana de la Cultura China"), se ha convertido en una auténtica atracción para los turistas, que hacen cola para fotografiarse en cada una de sus letras.



La frase, a mi parecer, no podía ser más acertada, pues para mí fue la idea que me quedó al marcharme de la ciudad. Me sentí desde el primer momento parte de la ciudad, supongo que gracias a su multiculturalidad y tolerancia. Como decía la audioguía que llevaba en mi MP4: "al llegar a Amsterdam no se te ocurra juzgar a nadie, ya que aquí no serás juzgado".
La verdad es que me pareció una ciudad cercana, familiar y acogedora. Y creo que eso le pasa a la mayoría de los turistas, independientemente de su procedencia.

Y para muestra, un botón. Aquí me tenéis mimetizándome con el ambiente.


El sol se iba ocultando y se iba haciendo la hora de regresar. En ese momento disfrutamos de una de las imágenes más bonitas de la ciudad. Cuando el sol se está poniendo y la luz de las farolas se refleja en los canales. Inolvidable.

Ya sin luz y con algo de lluvia recorrimos el Barrio Rojo. Sus inicios se remontan a principios del siglo XIII, con la creación de burdeles donde los señores iban a divertirse y buscar la compañía de alguna señorita para satisfacer sus deseos. El puerto de Ámsterdam siempre tuvo entre sus visitantes a gente de negocios y hombres de mar que frecuentaban la ciudad. Aunque no fue hasta el siglo XVII que comenzaron a aparecer las típicas vitrinas donde las chicas se exhiben y que caracterizan y dan nombre a esta zona.



Y por fin llegamos al punto de partida, Centraal Station.

Desde allí cogimos un tren que nos llevaría al aeropuerto de Schipol, donde teníamos que coger de nuevo un avión. Éste nos llevaría a Estambul, ciudad que no empezaríamos a visitar hasta el día siguiente. Pero eso os lo contaremos próximamente. De momento nos quedamos con el maravilloso recuerdo de Amsterdam, donde esperamos volver pronto. 

Visita mudéjar pasada por agua

Como os prometimos hace unos días, aquí estamos otra vez para contaros nuestra última escapadita de fin de semana. Esta vez hemos elegido la Comunidad aragonesa para pasar un bonito fin de semana.

El sábado por la mañana salimos de Madrid en dirección a la provincia de Zaragoza. La capital ya la habíamos visitado hace un par de años, por lo que el destino sería bien diferente. ¿Un pueblo, quizás? Tampoco. Nos dirigíamos al "Monasterio de Piedra", o más bien al parque situado en las inmediaciones del monumento.

Este parque está constituido por un conjunto de chorreras y cascadas de agua proveniente del río Piedra (algunas de ellas de más de 50 metros de altura).

Si hablásemos de cada una de ellas, este post sería larguísimo, por lo que nos vamos a limitar a enseñaros las que más nos gustaron o las que creemos que en las fotos han quedado bien representadas (aunque siempre son mucho más impresionantes al natural que en fotografía).
La primera que nos llamó la atención en nuestro recorrido fue la Cascada Trinidad. Aunque no es de las más imponentes por su tamaño, nos encantó el entramado de pequeños hilillos de agua que se formaban entre las rocas.


Una de las más impactantes es la cascada conocida como "La Caprichosa". Y no sólo por su tamaño y por la cantidad de agua que lleva, sino por otras cosas que no se pueden captar con una cámara de fotos.

No os podéis ni imaginar el ruido que hace el agua al caer, es algo indescriptible, que te pone la piel de gallina. Otra cosa que me pareció "mágica" es la niebla que hay alrededor de esta cascada. Bueno, no es exactamente niebla, son pequeñas gotitas de agua en suspensión que quedan en el ambiente al salir despedidas en su caída cuando chocan con las superficies rocosas. Esa sensación de humedad y menor visibilidad que en otros rincones del parque le aporta a este lugar un halo de misterio que me encantó.

Además, desde una escalera que había muy cerca de la cascada se podía ver un maravilloso espectáculo. El sol, radiante ese día, se mezclaba con estas pequeñas gotitas de agua en suspensión y nos dejaba ver un arcoiris precioso. Pero eso hay que verlo en directo. Por mucho que me esforzase en describir la imagen y las sensaciones allí vividas, no podríais imaginarlo tal como es.

Pero el parque no se compone sólo de grandes cascadas como éstas. Durante los (aproximadamente) 5 kilómetros del recorrido se puede ver agua en casi todas partes. Por ejemplo, cayendo por esta pared, al lado de la Cascada de los Fresnos.



Uno de los lugares más tranquilos del parque es el Lago del Espejo, llamado así por la claridad de sus aguas. Es un rincón en el que se respira una paz absoluta.



Fijaos aquí, en una foto más ampliada y sin nosotros delante, de la transparencia del agua. Se aprecian con total claridad todos los detalles del fondo del lago, sus especies vegetales y animales.


Tras unas 3 horitas de paseo por el parque, comimos en uno de los restaurantes que hay en este recinto y después nos dirigimos a nuestro siguiente destino, que no era otro que Albarracín.

Esta población, con unos 1100 habitantes, es Monumento Nacional y se encuentra propuesta por la Unesco para ser declarada Patrimonio de la Humanidad por la belleza e importancia de su patrimonio histórico.

Los árabes llamaron a este lugar Aben Razin, nombre de una familia árabe, de donde se derivaría su denominación actual. Otros opinan que el término "Albarracín" vendría del celta alb, 'montaña', y ragin, 'viña' o 'uva'.

Desde las afueras de la ciudad se podían contemplar estas bonitas vistas.


Uno de los rincones con más encanto de la localidad es la Plaza Mayor, muy pintoresca, con sus edificios de piedra y sus soportales. Un lugar tranquilo y acogedor, ideal para pasar un rato muy agradable.


Desde la parte más alta del pueblo hay unas bonitas vistas del castillo, del que conserva solamente el recinto amurallado. Durante el reino de Taifas (en el siglo XI) fue alcázar musulmán de la familia bereber de los Banu-Razin, que posiblemente dio nombre a la ciudad.

Otro de los encantos de Albarracín es poder pasear por sus estrechas calles empedradas a la caída de la tarde.


Caminar bajo la luz de las tenues farolas es transportarse a la época medieval e imaginarse cómo era la vida en la villa en aquella época.



Después del agradable paseo entramos a tomar algo en "El Molino del Gato", un pub muy acogedor, situado en un antiguo molino.



Sentarnos tranquilamente a tomar algo, con buena música y luz suave, nos dio fuerzas para coger de nuevo el coche y dirigirnos hacia la meta de nuestro viaje.


Después de un rato de viaje que se nos hizo ya un poco largo, llegamos por fin a Teruel. Dejamos las maletas en el hotel y bajamos de nuevo a la calle para cenar algo. Pero en seguida nos fuimos a dormir. El día había sido duro y teníamos que recuperar fuerzas para lo que nos esperaba el domingo.

Así que al día siguiente, tras un abundante desayuno en el hotel y después de dejar las maletas en el coche, nos dirigimos al centro de la ciudad para visitar sus rincones más conocidos.

Una de las primeras vistas que tuvimos fue ésta de la Torre del Salvador, que ya nos sirvió para hacernos una idea de cómo sería el resto de la ciudad: un auténtico tesoro mudéjar.


Punto de visita obligada es la Plaza del Torico, centro neurálgico de la ciudad. La plaza debe su nombre a la pequeña figura del toro que corona la fuente situada en medio de la plaza.


Además de la fuente, la plaza posee otros encantos, en especial algunos edificios modernistas, como la Casa de Tejidos "El Torico".



Otro singular edificio modernista que pudimos encontrar en esta plaza fue la casa conocida como "La Madrileña", de la que nos llamaron la atención sus ventanas por encima del resto de elementos de la fachada.


Muy cerca de la Plaza del Torico (bueno, en realidad el casco histórico de Teruel es tan pequeño que todo está cerca) se encuentra la catedral de Santa María de Mediavilla. La torre, la techumbre y el cimborrio son Patrimonio de la Humanidad.


La catedral comenzó a edificarse en estilo románico en 1171. Pero en la segunda mitad del siglo XIII, el alarife morisco Juzaff, reestructura la antigua obra y dota al edificio de tres naves mudéjares de mampostería y ladrillo, que mejoran y elevan la estructura románica del siglo XII. También en esta época se construiría la torre mudéjar.



Una de las maravillas que acoge esta catedral es su techumbre del siglo XIV. Casi todos los techos mudéjares son artesonados, esto es, elementos meramente decorativos. En este caso se trata de un cubrimiento en techumbre, cuyo armazón sostiene la parte superior de la nave y consolida la estructura. Se la ha llamado la «capilla sixtina» del arte mudéjar, por su gran valor arquitectónico y pictórico.


Al salir de la catedral decidimos visitar el conjunto monumental que acoge la leyenda de los Amantes de Teruel.
Comenzamos esta visita por la iglesia de San Pedro, que tiene un bonito claustro mudéjar, de los pocos que se conserva de esta época (aunque está reformado en estilo neogótico).


Una de las curiosidades de esta iglesia es su ábside poligonal, rematado por pequeñas torres.



Como llevábamos visita guiada, nos permitieron subir a la parte superior de la iglesia, así como a la torre (la más antigua de las torres mudéjares de la ciudad y, por tanto, la mas sencilla en cuanto a ornamentación) y al ándito (una especie de galería desde donde lo soldados podían controlar lo que pasaba en la calle y en las afueras de la ciudad, y desde la que podían atacar sin ser vistos), que convertía al templo en una iglesia-fortaleza.

Pero lo más impresionante, sin duda, es el interior de la iglesia. Aunque la planta original es mudéjar del siglo XIV, el interior del templo fue decorado entre finales del siglo XIX y principios del XX en estilo modernista neomudéjar por Pablo Monguió Segura y el artista plástico Salvador Gisbert.
Una de las cosas más curiosas que descubrimos en esta iglesia (que debido al tamaño de la foto no se puede apreciar) es que en uno de los arcos que llegan hasta el techo se puede leer la siguiente inscripción: "Aquí llegaba la decoración en diciembre del año 1904, suspendida para celebrar las fiestas jubilares de la Inmaculada". ¿Qué creíais, que los artistas no se iban de puente?

Una vez acabada la visita a la iglesia entramos en el Mausoleo de los Amantes.
Las momias de Isabel de Segura y Juan Martínez de Marcilla (rebautizado como Diego por Tirso de Molina, a quien parece que no le agradaba mucho el nombre del joven) fueron descubiertas en el año 1555 al realizar unas obras en una de las capillas de la Iglesia de San Pedro.
Las momias de los jóvenes fueron expuestas, enterradas, desenterradas, expuestas de nuevo, guardadas en un armario...
Hasta que en 1955, Juan de Ávalos, durante su primera visita a Teruel y "horrorizado ante la visión del espectáculo de aquellas momias" (según sus propias palabras), se comprometió a hacer algo digno de acuerdo con la historia. Unos meses después, Juan de Ávalos regalaba su obra al pueblo de Teruel, logrando de esa manera que Isabel y Diego tuviesen, por fin, un digno lugar de reposo.

Bonito, ¿verdad? Pues igual de bonita es la cúpula bajo la que descansan los eternos amantes.

Ah, pero... ¿aún no conocéis la leyenda de esta pareja? Pues os la contaré de forma muy breve.
En los primeros años del siglo XIII vivían en la ciudad de Teruel Juan de Marcilla e Isabel de Segura, cuya temprana amistad se convirtió pronto en amor. No querido por la familia de Isabel, debido a que carecía de bienes, el pretendiente consiguió que su amada le concediese un plazo de 5 años para enriquecerse.
Así pues, partió a la guerra y regresó a Teruel justo cuando había expirado el plazo. Para entonces, Isabel ya era esposa de un hermano del señor de Albarracín. Pese a tal hecho, Juan logró entrevistarse con Isabel en su casa y le pidió un beso; ella se lo negó y el joven murió de dolor.
Al día siguiente se celebraron los funerales del joven en San Pedro. Una mujer enlutada se acercó al féretro: era Isabel, que quería dar al difunto el beso que le negó en vida; la joven posó sus labios sobre los de su enamorado muerto y repentinamente cayó muerta junto a él.

Breve, ¿verdad? Pues si queréis una versión más detallada y bastante más poética, la podéis encontrar aquí.
¿Os habéis fijado en los sepulcros de los amantes? ¿Os habéis dado cuenta de que sus manos no se tocan? Es un gesto del autor para simbolizar ese amor no consumado.

Justo al lado de la entrada a la tienda de recuerdos (hay que explotar la leyenda, ¿no?) encontramos este curioso mural con las frases de muchos de los enamorados que visitan el musoleo. Nosotros también quisimos contribuir dejando nuestra notita. ¿El contenido? Preferimos que sea privado, aunque a lo mejor alguno con buena vista consigue encontrarlo.

Una cosa que no habíamos comentado y que me gustó mucho fue que las placas que muestran el nombre de las calles sean de cerámica turolense,manteniendo la estética de la ciudad. Y para muestra, un botón.

No creáis que hemos terminado ya la visita, que aún quedan muchas cosas bonitas por ver. Una de las más bellas es la Torre de San Martín.


Se acercaba la hora de comer y decidimos volver a la zona de la Plaza del Torico para buscar algún restaurante. Pero al pasar por la catedral no pudimos desaprovechar la ocasión de tomar esta bonita instantánea.

Después de comer visitamos los aljibes medievales. Allí pudimos enterarnos, a través de diversos paneles informativos, de cómo se abastecía de agua a la ciudad en la época medieval.

En el recinto de los aljibes también pudimos ver los restos de los túneles subterráneos que, según la leyenda, recorrían toda la ciudad.

Al salir de los aljibes nos dirigimos a la Torre del Salvador. En su interior, paneles, maquetas y diversos objetos nos guiaron en un recorrido por la ciudad medieval, el mudéjar y la restauración de la torre.


Tras subir los 122 escalones de la torre llegamos por fin al campanario, situado a unos 27 metros de altura (aunque la torre mide unos 40 metros). Desde las alturas pudimos admirar una bonita panorámica de la ciudad y sus alrededores.


Una de las cosas más interesantes de la torre, además de su ornamentación, es su estructura interior, pues reproduce la de los alminares almohades. Está formada por dos torres, una envolviendo a la otra con escaleras entre ambas.

Al bajar de la torre nos dirigimos ya hacia el coche para volver a casa. Pero aún nos quedaba una parada en el camino.
Se trata de la Escalinata, obra de José Torán, construida en 1921 para comunicar la estación de ferrocarril (recién construida) con el centro de la ciudad.

Esta colosal obra aúna dos de los movimientos artísticos más presentes en Teruel: el mudéjar y el modernismo. Del primero toma el ladrillo como material constructivo y la decoración de cerámica vidriada. Del segundo, la forja de las farolas.

El centro del momumento está decorado con un altorrelieve que recoge la escena del beso de los Amantes de Teruel.


Aquí nos quedamos un ratito tomando el sol (ya que hacía bastante fresquito en la ciudad). Y tras unos minutos de descanso volvimos al coche para iniciar el largo y tedioso retorno a Madrid (si algo malo tiene la ciudad es la comunicación con la capital).
Durante las aproximadamente 4 horas de viaje vinimos compartiendo nuestras impresiones sobre todo lo que habíamos visto. Resumiendo, se puede decir que este viaje nos ha dejado muy buen sabor de boca, y muchas ganas de volver a hacer la maleta y conocer nuevos lugares.