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Sur de Italia (VIII): Vuelta a Sicilia y regreso a España

Esta mañana hemos recogido nuestras cosas, hemos abandonado la habitación del hotel y nos hemos ido al puerto para embarcar en dirección a Sicilia. Esta vez no hemos tenido problemas como a la ida, así que tras media hora de apacible viaje estábamos en Messina.



En lugar de salir de la ciudad, hemos ido al centro para visitar el duomo, cuyo campanario había visto Mery en fotos y le había gustado.


Aunque chispeaba intermitentemente, la plaza en la que se encuentra la catedral es muy bonita, ya que se juntan el duomo, el campanario y la adyacente fontana di Orione.



En general todo el centro de la ciudad tenía buena pinta, pero esta vez no teníamos tiempo para más, así que nos lo hemos apuntado para una próxima visita.

Hemos salido de Messina hacia Catania, parando en Taormina. Tras dejar el coche en un aparcamiento privado, hemos ido a pasear por el pueblo.


Posiblemente lo más conocido de Taormina sea el Teatro griego. El edificio está bien conservado, pero realmente lo más impactante son las preciosas vistas que tiene por detrás del escenario, ya que se puede ver el mar, el resto del pueblo y al fondo el Etna. Cuando estábamos allí sentados me preguntaba si los espectadores podrían prestar atención al escenario con la distracción de esas vistas.


El Etna sin duda es una presencia que se siente desde casi cualquier lugar de esta parte este de la isla. Así es como se ve desde Taormina, concretamente desde su teatro.


Seguimos nuestra visita recorriendo la calle principal de Taormina, hasta llegar a la naumachia. Se supone que en su momento fue un recinto en el que se podían hacer batallas navales o juegos de agua con las fuentes, pero la verdad es que no impresiona demasiado. Actualmente es solo una pared que forma el lateral de una fila de casas construidas a posteriori.


Seguimos paseo por el pueblo, visitando entre otros la torre dell´orologio, que atravesamos, el duomo y la fuente llamada 4 fontane. A Mery le ha gustado el paseo por Taormina, se lo apunta como un sitio para alojarse en algún hotelito y pasear relajadamente por la tarde e incluso una vez que ha anochecido.


Puesto que no tenemos más tiempo, volvemos al coche y nos vamos al aeropuerto, donde devolvemos nuestro Opel Adam, que nos ha hecho un gran servicio durante esta semana. La cara de Mery en la fila de embarque del avión de vuelta deja claro las pocas ganas de volver a España, pero todas las vacaciones tienen un principio y un final.


Y desde el cielo siciliano, en el vuelo de vuelta a Madrid, terminamos este relato de nuestro viaje al sur de Italia, que nos ha encantado y nos ha permitido conocer una zona que hace mucho tiempo que queríamos descubrir, además de disfrutar acompañando a nuestros amigos en el día de su boda.

Sur de Italia (VII): Visitando Calabria

Hoy ha sido nuestro último día completo en Italia, así que había que aprovecharlo bien. En la planificación del viaje decidimos aprovechar el máximo número de días posible en Sicilia, y dejar un solo día para Calabria. Aunque seguro que ésta última tiene rincones preciosos, nos habían hablado mejor de la isla. Así pues, solo teníamos un único día para hacer turismo en la parte peninsular. Por la mañana hemos visitado Reggio Calabria, haciendo un recorrido similar al de mi carrera de ayer. Empezamos por el Lungomare, donde además de las vistas del estrecho de Messina, está el palacio de Villa Zerbi, con sus curiosas estatuas.



Después nos acercamos a la Catedral (solo hemos podido ver la fachada, puesto que parecía cerrada).


Continuamos paseando hasta llegar al Castello Aragonese, del cual quedan actualmente solo unas cuantas torres. Por la zona hemos tenido un altercado con un destacamento militar que estaba allí, ya que han revisado las fotos que Mery estaba haciendo del castillo, no fuera a haber sacado imágenes de ellos.


Hemos vuelto al Lungomare, desde donde hemos llegado al Museo Arqueológico, nuestra siguiente parada.


Allí se encuentra uno de los tesoros de la región, la pareja de esculturas de época griega conocida como "Bronces de Riace". Son impresionantes, con un realismo y unos detalles que parece imposible que se pudieran crear en esa época.


El acceso a sala en la que se encuentran está muy controlado, con una primera sala de espera, una segunda sala de espera estanca y por fin, el acceso a la sala en la que se encuentran los Bronces, además de otro par de bustos de bronce, como por ejemplo el conocido como la "Cabeza del Filósofo".


A la salida del museo hemos decidido comer, a la manera italiana. Hemos cogido una pizza al taglio y un brioche con helado, que estaban muy ricos.


Hemos vuelto a la puerta del  hotel y hemos cogido el coche para ir a Tropea. El camino era realmente tortuoso, con unas carreteras llenas de baches y agujeros.

Finalmente hemos llegado a Tropea. Lo primero que hemos hecho allí es dar una vuelta por la zona, hasta llegar a la playa. El pueblo se encuentra en lo alto de un acantilado, y la playa está abajo. Así pues, las casas en primera línea de playa en realidad están muy alejadas de la playa propiamente dicha.


En la misma playa hay un peñasco en cuya cima está la Chiesa di Santa Maria dell´Isola. Hemos subido hasta allí, aunque no hemos llegado a entrar porque estaban celebrando misa.


Hemos vuelto a coger el coche y nos hemos acercado al centro de Tropea, donde hemos dado un paseo por sus calles.


Ya de noche hemos vuelto a Reggio, tras dar una gran vuelta debido a que algunas carreteras de la zona estaban cortadas.

Para cenar nos han vuelto a invitar María y su familia, esta vez a su casa. La comida ha sido variada, abundante y riquísima (nos han puesto una selección de platos típicos calabreses) , y la familia, de lo más acogedora. Nos han hecho sentir como en casa (sensación que ya me había comentado Mery, que ya había estado conviviendo con ellos anteriormente). Finalmente hemos vuelto al hotel a dormir: era nuestra última noche italiana.

Sur de Italia (VI): Boda en Calabria

Hoy era un día atípico dentro del viaje, puesto que no nos íbamos a dedicar a hacer turismo. Es el día de la boda, y eso para Mery significa pasarse casi todo el rato arreglándose. Así pues, nos levantamos tarde para aprovechar y descansar. Mientras Mery se dedicaba al ritual de peinarse, etc... yo me he ido a correr por Reggio Calabria, pasando por el lungomare (éste sí que era precioso, en contraposición al de Palermo). No en vano el poeta D´Annunzio lo definió como "el kilómetro más bello de Italia".



Tras recorrer dicho paseo y adentrarme por el centro histórico, he regresado al hotel. Tocaba arreglarse. No nos ha dado tiempo ni a comer, puesto que no llegábamos a la ceremonia, que era a las 4 de la tarde en la iglesia de Gallina.


Una vez terminada la misa, nos hemos ido con los recién casados y otros familiares y amigos jóvenes a hacer las fotos de rigor por el centro de Reggio. Para empezar, en el interior del Palazzo Provinciale.


Después hemos salido al Corso Garibaldi y hemos estado haciendo fotos por la calle. Había un montón de gente, la verdad es que el ambiente era buenísimo.


Tras el rato de hacer las fotos de rigor, en el que lo hemos pasado genial, hemos vuelto a Gallina, al restaurante donde se celebraba el banquete. Primero hemos tomado un aperitivo de pie, luego la cena en sí sentados en el salón y, tras un pequeño rato de baile dentro del salón, hemos vuelto a la zona del aperitivo, pero ahora para los postres. Había abundante comida y estaba todo riquísimo. A destacar que el menú estaba basado en pescados: a mí me gustó mucho, pero a Mery no tanto, aunque por suerte para ella había alternativa de carne para cada plato.

La boda ha sido como las celebraciones españolas, aunque ha acabado mucho más pronto de lo que es habitual en España. A las 2 ya estábamos despidiéndonos todos de la feliz pareja de recién casados.


Lo hemos pasado muy bien a lo largo de todo el día. Acabamos de llegar al hotel y ahora toca descansar: si bien para una boda no es tarde, para levantarnos pronto mañana y continuar con el turismo sí que lo es.

Sur de Italia (V): Cefalú y ferry a Calabria

Por la mañana decido que hoy voy a correr hacia la playa, en lugar de por el centro histórico como el día anterior. Así que me encamino hacia el Tirreno. La playa está bastante desangelada, algo por otra parte lógico en diciembre y a primera hora de la mañana. Sin llegar a ser tan fea como la de Dublín por la que corrí hace pocos meses, la verdad es que en estas condiciones no se disfruta como supongo que sí se disfrutará en verano.

Al volver al hotel, recogemos y ponemos rumbo hacia nuestro destino final del día, que será Reggio Calabria. Eso sí, por el camino pensamos hacer unas paradas. La primera de todas, sin salir de Palermo, es el palacio de la Zisa. Otro Palacio normando construido con influencias árabes. Es pequeño, pero también es de esos edificios en los que te transportas a la época en la que estaban habitados. Además, estábamos solos, lo cual es otra de las ventajas de viajar en invierno: nos evitamos todos los agobios que es de esperar que se encuentren en los sitios turísticos que vas visitando.



Tras esto, salimos de Palermo, una ciudad que, de una forma distinta a Catania, también me ha gustado mucho. Sin duda es muy monumental. Tal vez con menos personalidad, pero más belleza.

Pensábamos parar en Bagheria para visitar Villa Palagonia, pero creo que con buen criterio decidimos continuar, para no ir apurados de tiempo en nuestro siguiente destino: Cefalú. Es un pueblecito que se asoma al mar, pero cuyas calles tienen un gran encanto. Además, al otro lado de las playas y acantilados que la limitan se encuentra un risco, por lo que da la sensación de ser una población encajonada entre el mar y la montaña. Tras aparcar, fuimos andando por la calle principal hasta llegar a la plaza de la Catedral. Es un edificio enorme, bastante bonito por fuera (además, el tener la montaña al lado realza la imagen).


Lo cierto es que por dentro nos decepcionó, pero posiblemente tras ver el día anterior la catedral de Monreale cualquier catedral del mismo estilo nos hubiera decepcionado. Y la verdad es que la de Cefalú es casi una copia, pero más modesta. Podríamos decir que es como de un pueblo de pescadores, que es lo que era Cefalú. La diferencia principal es que era mucho más luminosa. El conjunto hace que las sensaciones que tienes en Monreale no se repitan aquí.


En la plaza lucía un sol muy agradable. Tuvimos que pararnos allí un rato para arreglar el objetivo de la cámara, y cuando nos pusimos en marcha fuimos hasta el final de la calle principal. Al lado estaba ya el mar, en una zona rocosa, sin playa. Estuvimos un rato haciéndonos fotos, puesto que el paisaje era precioso y el sol hacía que la temperatura fuera ideal.


Al cabo del rato toca continuar para no llegar muy tarde al hotel. Hemos comido unos panini (la comida oficial de este viaje, puesto que casi todos los días los pedimos para ahorrar tiempo en las horas centrales de la jornada) en un restaurante del pueblo y continuamos nuestra ruta, sin más paradas hasta llegar a Messina. Allí damos unas cuantas vueltas hasta encontrar la zona en la que embarcan los coches hacia Calabria. Lo más "entretenido" ha sido cuando hemos llegado al puerto. Hay una especie de circuito de scalextric, que tienes que atravesar para llegar hasta el embarque. A mitad del circuito hay un puesto en el que, por lo visto, se compran los billetes. Pero nosotros, que íbamos apurados de tiempo para coger el siguiente barco (salen cada 40 minutos), viendo que ningún coche paraba en la garita, tampoco paramos. Al llegar al embarque vemos que la gente enseña sus billetes (seguramente ya los tendrían adquiridos, o tendrían bonos, algo lógico teniendo en cuenta que mucha gente vive a un lado del Estrecho de Messina y trabaja en el otro). Claro, nosotros no teníamos nada, así que tuvimos que volver al principio a comprarlos. Pero viendo que nos obligaban a hacer todo el circuito, y que parecía haber cola, hemos decidido "tomar un atajo" hasta la zona de compra de billetes. De hecho, lo que hemos hecho es salir a una zona en sentido contrario, así que hemos tenido que volver a hacer otra "pirula" para llegar al sitio correcto, comprar los billetes e ir rápido al embarque. ¡Menuda odisea!

El trayecto ha transcurrido sin problemas, y una vez en la Italia peninsular nos hemos ido al hotel. Estábamos cansados, pero María, la amiga de Mery que se casa mañana, nos ha invitado a cenar en un restaurante. Así que nos arreglamos un poco y vamos a su pueblo (Gallina, muy cerquita de Reggio Calabria) para cenar con ella, con su novio (por pocas horas) Nunzio y con algunos amigos. Mery estaba muy emocionada: se reencontraba con algunas de sus mejores amigas y con la tierra que la acogió un verano hace ya 13 años. No podía borrar la sonrisa de su cara, a pesar del cansancio que ya se iba acumulando en nuestros cuerpos.



Finalmente nos hemos vuelto al hotel: ¡mañana tenemos boda!

Sur de Italia (IV): Palermo, su caos y su belleza

El día arranca con mi carrera matutina. Compruebo que la zona monumental está relativamente cercana, por lo que podemos hacer todas las visitas del día (excepto la de Monreale) con el coche. Así que comenzamos nuestro paseo por Vía Roma hasta llegar al mercado de la Vucciria. La verdad es que poco vimos allí: no sé si sería por la hora, pero apenas había puestos abiertos y el ambiente no era ni pintoresco ni turístico: me gustó mucho más el Mercato del Pesce de Catania.

Así pues, continuamos nuestro paseo hasta llegar al Teatro Massimo. Estaba mucho más bonito la noche anterior, iluminado, pero de día también resulta imponente. En las escaleras de entrada se grabó una de las escenas finales de la tercera parte de El Padrino; aquellos que la hayáis visto seguro que recordáis ese intenso momento.



Prácticamente desandamos el camino que habíamos hecho, volviendo hacia la zona de nuestro hotel, pero por una calle paralela, la Via Maqueda, en honor del duque del mismo nombre, quien fuera gobernador de la ciudad. Llegamos hasta la Piazza dei Quatro Canti, que es un cruce de caminos con la Via Vittorio Emmanuele. En cada una de las 4 esquinas hay fachadas adornadas con esculturas temáticas: las de la parte inferior representan los cuatro ríos de la ciudad, las de la parte central son los reyes españoles que regían la ciudad en la época (Felipe IV y sus antecesores) y en la parte superior están las 4 santas palermitanas, de las que la principal es Santa Ágata.


La verdad es que Palermo es una ciudad extraordinariamente rica en arte: a cada paso que das, te encuentras un rincón monumental o, como mínimo, con encanto. El siguiente con el que nos topamos, cerquita de Quattro Canti, es la Piazza Pretoria con su enorme fuente. En verano me imagino que la plaza estará llena de gente, atraídos por el frescor que desprende el agua. Pero estábamos en diciembre y, además de nosotros, no había más que un grupo de escolares en plena visita de la ciudad.


Y sin solución de continuidad llegamos a la Piazza Bellini, otro fantástico rincón palermitano. 3 iglesias se ubican en esta plaza; el patito feo es la iglesia de Santa Caterina. Su sobria fachada queda rápidamente eclipsada por sus dos vecinas.


Visitamos, para empezar, la Martorana, cuyo nombre oficial es Chiesa di Santa Maria dell'Ammiraglio, nombrada así por un almirante al servicio del rey de Sicilia, pero rápidamente rebautizada como Martorana, pues así se apellidaba la propietaria del convento que acabó absorbiendo la iglesia. Su exterior presenta una conjunción de estilos, destacando sin duda los elementos normandos. El bello interior con toques bizantinos también nos dejó impresionados.


Tras salir de la Martorana, pasamos a la iglesia de San Cataldo. Mucho más pequeña, su exterior destaca sobre manera por las cúpulas de color rosado, lo que le dan un claro toque árabe. Su interior es extremadamente sobrio y pequeño, pareciendo casi una pequeña capilla más que una iglesia. El conjunto es un excelente ejemplo del arte árabo-normando de la isla. Precisamente una de las cosas que más nos atrapó de Sicilia es la conjunción de estilos artísticos, destacando los ejemplos normandos, pues no abundan en los destinos que nosotros habíamos visitado hasta ahora.


Tras abandonar este precioso rincón de Palermo volvimos a le Quatro Canti, donde cogimos la Via Vittorio Emanuele hasta llegar al Duomo. Un edificio enorme y majestuoso. La única pega que se le podía poner es que parte de la fachada estaba en obras y la habían cubierto con un enorme cartel de una marca de cafés.


Tras visitar el Duomo seguimos andando hasta llegar a Porta Nuova, la cual atravesamos para ir al Palazzo dei Normanni.

En este edificio queríamos visitar únicamente la Capilla Palatina. Verdaderamente merecía la pena, es una auténtica maravilla llena de mosaicos bizantinos en perfecto estado de conservación. Pese a su reducido tamaño, estuvimos un buen rato dentro, admirando la belleza del lugar.


Se estaba haciendo tarde, pero antes de comer queríamos dar por cerrado el recorrido por Palermo visitando la iglesia de San Giovanni degli Eremiti. En medio del caos de tráfico de la ciudad (porque Palermo posiblemente sea la ciudad más caótica de Sicilia en este aspecto, y eso es decir mucho), es un auténtico remanso de paz, con la abundante vegetación y las ruinas del antiguo claustro. Su decoración tiene claras influencias árabes.


Puesto que por la tarde queríamos ir a Monreale, volvimos andando a la zona de nuestro hotel y muy cerquita compramos un panino, que nos comimos en el coche. Monreale está muy cerca de Palermo (unos 10 kilómetros), pero se tarda bastante porque las calles y carreteras que las unen están atascadas. Por fin llegamos al coqueto pueblo, que tiene unas vistas preciosas de la bahía palermitana, puesto que está ubicado en las montañas que la rodean.


El tiempo está empeorando, empieza a llover, así que nos dirigimos directamente al Duomo. Entramos y nos vemos transportados a otro mundo, un mundo difícil de describir con palabras. Priman las emociones, el sentirse entrar al mismo tiempo en un recinto místico, poderoso; seguro y amenazante a la vez... para mi, después de los templos griegos de Agrigento ha sido la segunda visita que más me ha impresionado de toda Sicilia.

Posteriormente visitamos el Claustro: ya teníamos la entrada pagada puesto que la cogimos conjunta en San Giovanni degli Eremiti. El claustro está a la altura artística del interior de la catedral, es realmente bello. Se respira una gran paz. Me gustan principalmente las columnas, originalmente adornadas con mosaicos. Actualmente quedan solo las ranuras en las que se insertaban las teselas, pero sigue siendo muy bonito.


Al volver a pasar por la puerta de la Catedral, de camino al coche, insisto en volver a entrar, de tanto que me había gustado. Aunque solo fueron 5 minutos: no teníamos más tiempo, ya que habíamos puesto un ticket de aparcamiento de 1 hora, que por cierto tuve que comprar en un bar donde no me entendían mucho. Se nota que nos habíamos alejado un poco de las grandes ciudades...

Volvimos al hotel muy cansados. De hecho, Mery estaba un poco enferma, así que bajé a una farmacia al lado del hotel para comprar medicinas. Para acabar un día tan intenso, fui a cenar al McDonald´s (ya que Mery no quería salir ni tomar nada), pero aproveché para tomar de postre un típico cannolo siciliano, hecho con queso ricotta.

Sur de Italia (III): Agrigento, caminando entre templos griegos

Hoy decíamos "hasta la vista" a Catania. Y no adiós, ya que el próximo domingo regresaremos, aunque sea fugazmente, para coger el vuelo de regreso a España.

Como todas las despedidas fue triste, así que el cielo se puso a llorar. Pensamos que se pasó, porque cayó un aguacero importante. Menos mal que por aquí los chaparrones parece que duran poco y, cuando fuimos al coche después de haber desayunado y habernos despedido de los amables dueños del b&b, ya estaba parando.

Pusimos rumbo al oeste, en dirección Agrigento. Pese a ser un recorrido de poco más de 150 kilómetros, se hace muy largo debido al estado de las carreteras en la isla, con continuos cortes y mal asfaltadas. Durante estos días me estoy prometiendo a mi mismo no volver a criticar la gestión de la DGT española.

Llegamos a Agrigento y, pese a que la zona monumental principal (el Valle de los Templos) ya era anunciada desde más de 60 km de distancia, una vez que llegas allí no está muy claro donde está la entrada, donde hay que aparcar, etc. Todo muy caótico. Finalmente aparcamos en un camino junto a uno de los parkings de la zona. Cuando llegamos a la entrada, aquello parece un pueblo fantasma. Era una sensación parecida a la que tuvimos el día anterior en la Neápolis de Siracusa. Había numerosos chiringuitos montados allí, cuya función debería ser la de vender merchandising, comida, bebida, los billetes de entrada... pero todos estaban cerrados y no había nadie para decir qué había que hacer. Finalmente vemos un cartel que indica la entrada, pero el camino al que conduce solamente nos pasa por un túnel al otro lado de la carretera. Tras andar unos metros, empezamos a ver carteles que nos confirman que no nos hemos perdido y estamos andando por el medio del campo. Eso sí, ya hemos entrado en el Parque y nadie nos ha pedido dinero ni nos ha dicho cómo comprar los tickets.

El Valle de los Templos de Agrigento es una zona arqueológica llena de templos griegos. Agrigento era una de las "polis" griegas, y los restos aquí hallados se encuentran entre los mejor conservados de esta civilización. Para un amante de las culturas de la antigua Grecia y de la Roma clásica, un auténtico lujazo.

Empezamos la visita con el templo de Castor y Pólux, los Dióscuros, para continuar después con el de Zeus Olímpico, realmente gigantesco pero totalmente derruido.


Para continuar la visita había que cruzar la carretera y ahí, en el otro lado, por fin nos dijeron que teníamos que pagar. En mi opinión está un poco mal organizado.

Tras haber pagado religiosamente, continuamos la visita con el templo de Heracles.


El siguiente templo, el llamado de la Concordia (aunque es un nombre moderno, pues no se sabe a qué estaba dedicado en la época griega) es el mejor conservado. Realmente, no le falta casi nada de cómo era originalmente, cuando lo miras parece que estás en la antigua Grecia. El motivo del excelente estado de conservación para los siglos que han pasado es que fue convertido en una iglesia, por lo que no fue devastado como el resto de templos para buscar materiales de construcción en épocas posteriores.


El recorrido acaba en el Templo de Juno.


Tras eso, media vuelta, a deshacer el camino. Algo que me sobrecogió es que en todo el tiempo que estuvimos en el Valle (unas 3 horas) apenas nos cruzamos con casi nadie. Quiero pensar que en verano la situación cambia y la zona está llena de gente, pero me dio mucha tristeza pensar que una maravilla como ésta se encuentra en tal estado de abandono, sin que prácticamente nadie quiera visitarla.

Cogimos en coche y pusimos rumbo a Palermo, donde teníamos el hotel esta noche. Las malas sensaciones de la mañana se vieron multiplicadas en este tramo, puesto que continuamente tuvimos que pararnos por las obras que se están realizando en la carretera. Definitivamente, conducir en Sicilia es un auténtico infierno.

Y si en las carreteras la conducción no es agradable, en Palermo aún menos. La definición de ciudad caótica le encaja perfectamente: llena de coches, motos y peatones, nadie respeta a nadie y es una ciudad sin ley circulatoria. Tras sufrir durante un buen rato para acercarnos al centro, donde estaba nuestro hotel, resulta que nos lo pasamos al llegar a la calle en la que está. Y resulta que la calle es de un solo sentido, y para volver al inicio hay que dar una vuelta enorme. Así que finalmente logramos regresar tras pasar más de media hora callejeando de nuevo por la ciudad. Esta vez fuimos muy despacio y paramos en una calle lateral (con tan buena fortuna que encontramos un aparcamiento gratuito). Resulta que el hotel, pese a ser un 4 estrellas, apenas está anunciado.

Finalmente, nos metimos en la habitación (tras subir a nuestro quinto piso en un ascensor con varias décadas de solera) y nos preparamos para descansar. Estábamos tan cansados que, pese a querer ver un programa de Roberto Benigni (era la segunda parte de su monólogo sobre los 10 mandamientos, la primera se había emitido el día anterior con gran éxito), nos quedamos dormidos enseguida. Mañana toca visitar Palermo.

Sur de Italia 2014 (II): Catania y Siracusa

La primera acción del día es la habitual en los últimos viajes: salgo a correr por la ciudad (Catania en este caso) para ver las zonas turísticas más interesantes y hacernos una idea de las distancias entre unos sitios y otros.

Al volver, desayunamos (aquí si que tenemos incluido el desayuno, en el resto de hoteles del viaje no). La verdad es que nos ponen abundantes viandas en la pequeña cocina en la que se sirve el desayuno debido al mal tiempo que impide hacerlo en la terracita.

Nos ponemos en marcha. Por la mañana queremos visitar Catania, así que nuestra primera parada es el Duomo, muy grande y de estilo barroco.



Aprovechamos para hacer alguna foto en su plaza, en cuyo centro se encuentra inconfundible el elefante símbolo de la ciudad.


Abandonamos la plaza para dirigirnos al contiguo mercado delle Pesche, donde se venden los productos del mar recién pescados. La estrella es el pez espada, así que pienso que podría ser un buen manjar para probar uno de estos días.


Según nos alejamos del centro de la ciudad vemos que se pierde ese aire cosmopolita y la degradación de las calles aumenta. Si bien el centro de Catania es realmente acogedor (como cualquier bulliciosa ciudad española), al alejarse del mismo la sensación de que las calles están descuidadas aumenta.


Con estos pensamientos llegamos hasta el teatro greco-romano. La visita comienza por una vivienda construida sobre el teatro, que hace las veces de museo sobre el mismo.


Al comienzo nos acompañó por las distintas habitaciones-salas un gato autóctono, pero finalmente los encargados expulsaron al pobre minino.


La particularidad de este teatro es que la zona de la orquesta y el escenario están cubiertos por agua, además de que el recinto entero está rodeado por edificios modernos (en comparación con el teatro, claro). El conjunto queda como si estuviera atrapado en el tiempo, ajeno a todo y prácticamente olvidado por sus convecinos cataneses.


Continuamos nuestro paseo hasta llegar al Monasterio de San Nicolò l'arena. Actualmente es una universidad, a la que nosotros solo nos asomamos al patio del recinto, sin entrar en los distintos edificios. Eso sí, al lado estaba la iglesia de San Nicolò, cuyo interior no tenía un gran atractivo, pero que en su fachada conserva varias columnas gigantescas que le dan una imagen particular.


Nuestro paseo nos lleva hasta la Via Etnea, la calle de las tiendas más modernas y famosas de la ciudad. Desde allí llegamos a los Jardines Bellini, un rincón verde de Catania desde donde se ven unas bonitas vistas del Etna.


Ya habíamos visto todo lo que teníamos marcado en Catania, así que cogimos el coche y nos fuimos a Siracusa, a donde se llega en menos de una hora. Paramos en los alrededores del Parque Arqueológico, conocido como la Neápolis. La venta de entradas está al otro lado de la carretera, así que cuando nos enteramos fuimos para allá. Estaba todo casi vacío, algo que nos ha pasado en muchas de las visitas. De hecho, prácticamente los únicos visitantes del parque éramos nosotros y un grupo de estudiantes.



Una de las estrellas del Parque es el teatro griego, fantásticamente conservado.



La zona está llena de antiguas canteras, llamadas latomías. La más famosa es la conocida como Oreja de Dionisio, que tiene una acústica excelente.




Tras la visita, antes de que se nos hiciera de noche, fuimos al barrio antiguo de Siracusa, que en realidad es una isla llamada Ortigia. La zona es preciosa, el típico barrio para pasearlo una y otra vez. Ahí se encuentra el Duomo de Siracusa, construido a partir de un templo griego. Por tanto, conserva elementos de su arquitectura original, como por ejemplo las columnas.


En nuestro paseo llegamos a la Plazza Arquímedes y las calles adyacentes.




Tras dar una vuelta, acabamos volviendo a la fachada de la catedral.


Estábamos muy cerca del mar, y de la famosa fuente Aretusa.



Finalmente, nos despedimos de la ciudad, que estaba ya engalanada para las fiestas navideñas.


Al volver a Catania, salimos a cenar a un restaurante en un callejón pegado a la Piazza Bellini, llamado "Dalla padella alla brace", que en español se traduciría por "de la sartén a la brasa". El restaurante estaba muy bien, y los precios eran muy baratos. Tanto, que la carne pensamos que serían pequeñas piezas. Así, Mery se pidió un filete de ternera, otro de pollo e incluso otro de caballo (este último era para mi, ya que quería probar esta carne además del pez espada que había pedido). Cuando el camarero nos trajo los 3 platos de Mery, bien grandes, nos empezamos a reir pensando en qué habrían pensado los camareros de ella. Finalmente yo me comí el caballo y el pez espada, y ella casi todo de los otros dos platos. Ah, antes de eso ya nos habíamos metido entre pecho y espalda 2 primeros platos de pasta.