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Conociendo Madrid: el Escorial y el Valle de los Caídos

A mediados de septiembre, aprovechando un día libre que le habían dado a Julián como compensación por ir a trabajar un viernes durante toda la noche (y coincidiendo con que era miércoles, el día de entrada gratuíta a todos los monumentos de Patrimonio Nacional), decidimos hacer una pequeña excursión.

Así que cogimos el coche y nos fuimos a San Lorenzo del Escorial. La verdad es que, después de trabajar en las oficinas de Turismo de Madrid, le estoy cogiendo el gusto a esto de hacer turismo por la Comunidad y conocer los monumentos más famosos de la misma.

Como os podéis imaginar, íbamos a visitar el famoso monasterio emplazado en aquella localidad. Así que aparcamos el coche justo enfrente de la puerta principal y entramos. Para enterarnos bien de todo lo concerniente al Monasterio (y luego poder contárselo a nuestros lectores) cogimos una audioguía. Pero para eso tuvimos que esperar un ratito en uno de los patios interiores del recinto.

En esta ocasión os narraremos la visita tal y como la audioguía nos la presentó a nosotros, así que lo primero es hacer una breve introducción del conjunto monumental, declarado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad en 1984.

El Monasterio de San Lorenzo De El Escorial fue promovido por Felipe II, entre otras razones, para conmemorar su victoria en la batalla de San Quintín, el 10 de agosto de 1557, festividad de San Lorenzo.
El edificio surge por la necesidad de crear un monasterio que asegurase el culto en torno a un panteón familiar de nueva creación, para así poder dar cumplimiento al último testamento de Carlos V. El Emperador quiso enterrarse con su esposa Isabel de Portugal y con su nueva dinastía alejado de los habituales lugares de entierro de los Trastámara.

El monasterio fue ideado en la segunda mitad del siglo XVI por el rey Felipe II y su arquitecto Juan Bautista de Toledo, aunque posteriormente intervinieron Juan de Herrera, Juan de Mijares, Gian Battista Castello (conocido como "el Bergamasco") y Francisco de Mora. Su arquitectura marcó el paso del plateresco renacentista al clasicismo desornamentado.


Una vez que nos hemos puesto en situación, comenzamos con la visita.

La primera parada fue el Museo de Arquitectura. Se trata de once salas en las que se muestran las herramientas, grúas y demás herramientas y materiales empleados en la construcción del monumento, así como reproducciones de planos y documentos relativos a las obras.

Después nos dirigimos a las dependencias que conforman lo que fue el palacio de Felipe II, donde predomina la austeridad de la que hizo gala el rey y su corte. La habitación del rey, situada junto al altar mayor de la Basílica, cuenta con una ventana que permitía al rey seguir la misa desde la cama cuando estaba imposibilitado a causa de la gota que padecía.


Después de ver las dependencias personales de la familia real, seguimos visitando el palacio, no sin antes asomarnos al patio de Mascarones, de estilo italiano, en torno al que se distribuyen todas las estancias reales.


Posiblemente, la sala que más le gustó a Julián fue la Sala de Batallas, cuyas paredes se adornan con frecos que representan las principales batallas ganadas por los ejércitos españoles.

El muro meridional está ocupado por la, batalla de la Higueruela, dada en la vega de Granada en el verano de 1431 por Juan II de Castilla.

El testero oriental representa la presa de Filippo Strozzi, es decir, la batalla naval de la isla de San Miguel de las Azores, dada el 26 de julio de 1582, en la que el Marqués de Santa Cruz destruyó la flota francesa mandada por el citado italiano.

El testero occidental muestra el desembarco español en la isla Tercera y la conquista de Angra, acontecimiento sucedido el 26 de julio de 1583 bajo las órdenes de Don Álvaro de Bazán.

En cuanto al muro norte, su lectura es inversa a la del muro sur, yendo el ciclo de oeste a este.
La primera escena es el cerco de San Quintín por el ejército de Felipe II, gobernado por Manuel Filiberto, Duque de Saboya.
La segunda escena es la batalla de San Quintín.
La tercera representación muestra el asalto y toma de San Quintín por el ejército católico. Como en el campo estaba Felipe II, en primer plano aparece su tienda con su escudo de armas.
El cuarto cuadro representa la toma de Chatelet por el Conde de Aremberg.
El quinto muestra la salida del ejército con el Rey, que va en la batalla, de San Quintín hacia Ham. El sexto es la conquista de Ham.
El séptimo y octavo recuadros reflejan las dos fases de la batalla de Gravelinas, en la que el Mariscal Termes con el ejército francés fue deshecho por el de Felipe II, mandado por el Conde de Egmont. La primera escena representa la carga del ejército católico, que impide al francés llegar a Gravelinas y lo aísla en la playa; la segunda es la derrota completa con el ataque combinado en la playa de la caballería y la flota.
La última pintura representa al ejército católico, con el Rey en campaña, mandado por el Duque de Saboya, que está en Dourlens, listo para batirse con el ejército francés, el cual, con el Rey Enrique II en campaña, y gobernado por el Duque de Guisa, se halla presto en Pierre-Pont. Fue la última acción militar de esta guerra con Francia. Los ejércitos no llegaron a chocar, por el contrario se abrieron negociaciones, que culminaron felizmente en la Paz de Cateau-Cambresis.


Después de esta extensa explicación va siendo hora de cambiar de lugar, así que salimos del palacio y nos acercamos hacia el claustro. El patio de los Evangelistas, el más bonito del monasterio, estaba cerrado y no lo pudimos ver ni siquiera a través de los cristales. Lo que sí vimos fue la escalera principal, que enlaza los dos niveles del claustro.
El diseño se basa en un solo ramal que se bifurca en dos al llegar al rellano central. De entre todos los frescos que adornan la escalera, el más impresionante, sin duda, es el que cubre la bóveda, que representa La Gloria: el trono de la Santísima Trinidad rodeado de nubes, luz y ángeles, la Virgen con ángeles y un interminable desfile de personajes y símbolos que cubren de lado a lado el techo de la escalera.

La verdad es que con tantos frescos como hay en todo el monasterio, se nos ha olvidado hablar de la pinacoteca, que contiene valiosisimas obras de artistas como José Ribera, Zurbarán, Tintoretto, Rubens, el Veronés, el Bosco, el Greco o Tiziano.

Pero sigamos donde lo habíamos dejado. Una vez recuperados de la impresión causada por este magnífico fresco nos dirigimos a la Cripta Real. Construida por Juan Gómez de Mora según planos de Juan Bautista Crescenzi, consta de 26 sepulcros de mármol donde reposan los restos (sólo los huesos) de los reyes y reinas de las casas de Austria y Borbón, excepto Felipe V y Fernando VI, que eligieron La Granja de San Ildefonso y las Salesas Reales respectivamente.

Faltan también los restos de los reyes Amadeo I, de la casa de Saboya, y José I Bonaparte (que no pertenecieron a ninguna de estas dos dinastías), enterrados en la Basílica de Superga de Turín y en Los Inválidos de París, respectivamente.

También reposan los restos de las reinas consortes que son madres de rey, y el el único rey consorte que ha habido en España, Francisco de Asís de Borbón, esposo de Isabel II.

Los últimos restos depositados en el panteón han sido los del rey Alfonso XIII. Su esposa la reina Victoria Eugenia de Battenberg, su hijo Juan de Borbón y Battenberg y su esposa María de las Mercedes de Borbón y Orleans, condes de Barcelona y padres del rey Juan Carlos I, permanecen aún en una estancia previa llamada Pudridero(un lugar en el que solo pueden entrar los monjes águstinos y donde los restos mortales de la Familia Real permanecen durante unos 25 años cubiertos de cal, hasta que se consumen).

Por lo tanto, los reyes y reinas enterrados en este panteón real son:

-Carlos I, Rey de España, y su esposa, Isabel de Portugal
-Felipe II, Rey de España, y su cuarta esposa, Ana de Austria
-Felipe III, Rey de España, y su esposa, Margarita de Austria
-Felipe IV, Rey de España, su primera esposa, Isabel de Borbón, y su segunda esposa, Mariana de Austria
-Carlos II, Rey de España
-María Luisa Gabriela de Saboya, primera esposa del Rey Felipe V (que está enterrado, como dijimos anteriormente, en la Granja de San Ildefonso)
-Luis I, Rey de España
-Carlos III, Rey de España, y su esposa, María Amalia de Sajonia
-Carlos IV, Rey de España, y su esposa, María Luisa de Borbón-Parma
-Fernando VII, Rey de España, y su cuarta esposa, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias
-Isabel II, Reina de España, y su esposo, Francisco de Asís de Borbón
-Alfonso XII, Rey de España, y su segunda esposa, María Cristina de Austria
-Alfonso XIII, Rey de España

Los tres nichos que aún faltan por ocupar están destinados a Victoria Eugenia de Battenberg, esposa del Rey Alfonso XIII (que aún está en el pudridero, y que, en rigor, no ha sido madre de rey), Juan de Borbón, Conde de Barcelona (padre del Rey Juan Carlos I, que no llegó a reinar, aunque sí tuvo los derechos dinásticos durante la dictadura del general Franco), y María de las Mercedes de Borbón, Condesa de Barcelona (madre del Rey Juan Carlos I).

Con estos últimos cadáveres quedaría completo el Panteón, por lo que no quedaría sitio para enterrar a nuestros reyes actuales. ¿Cómo se solucionará este problema? Aún no se ha tomado una decisión sobre este tema.


Al lado del Panteón de Reyes se encuentra el Panteón de Infantes, destinado a príncipes, infantes y reinas que no han sido madres de reyes. En él están enterrados, entre otros, Isabel de Valois (tercera esposa de Felipe II), María Luisa de Orleans (primera esposa de Carlos II), Isabel de Portugal, (segunda esposa de Fernando VII), o el Infante Alfonso (hermano de Rey Juan Carlos I).

Pero es digno de especial mención, por su belleza, el sepulcro del Infante Don Juan de Austria, hijo natural (es decir, ilegítimo) del Rey Carlos I y Bárbara Blomberg.

De los panteones salimos a la biblioteca, a la que Felipe II cedió los ricos códices que poseía y para cuyo enriquecimiento encargó la adquisición de las obras más ejemplares tanto de España como del extranjero. El resultado fue una estancia, diseñada por Juan de Herrera, que contiene una colección de más de 40.000 volúmenes y de extraordinario valor.

La bóveda de cañón del techo de la biblioteca está decorada con frescos que representan las siete artes liberales: Retórica, Dialéctica, Música, Gramática, Aritmética, Geometría y Astrología. Entre los estantes de libros se colgaron retratos de diversos monarcas españoles, entre ellos el famoso Silver Philip (retrato de Felipe IV con traje marrón y plata) pintado por Velázquez (ahora en la National Gallery de Londres).


Y de la biblioteca a la basílica, que es el verdadero núcleo de todo el conjunto, en torno al cual se articulan las demás dependencias.

La basílica cuenta con una cúpula inspirada en la de San Pedro del Vaticano, y las bóvedas de sus naves están decoradas con frescos de Lucas Jordán. También destaca la escalitata de mármol rojo que preside la capilla mayor, así como el retablo mayor, adornado con esculturas de bronce y diversos lienzos.

Salimos de la iglesia al Patio de Reyes, que recibe este nombre por los seis reyes bíblicos que adornan la parte más alta de la fachada principal de la basílica, y que representan a los monarcas de Judea.

Desde este patio salimos directamente a la calle, dando por concluída nuestra visita al monasterio. Una vez en la calle, decidimos comer en la explanada que hay frente a la entrada principal. Así que nos acercamos al maletero del coche a coger los bocadillos que habíamos comprado al salir de casa.

Una vez comidos, nos dedicamos a hacer unas cuantas fotos al exterior desde diversos ángulos.



Al volver al coche nos llevamos una sorpresa bastante desagradable. Nos habían dejado una multa porque había que pagar por aparcar en esa zona, pero nosotros no nos enteramos porque no había ningún tipo de señal ni marcas en el suelo. Pero eso no nos desanimó (bueno, Julián se cabreó bastante, pero se le pasó rápido) y continuamos con nuestra excursión.

Así que fuimos al Valle de los Caídos. Este momumento fue ordenado construir por Franco, que está enterrado allí junto con José Antonio Primo de Rivera, así como con otros casi 34000 combatientes de ambos bandos de la Guerra Civil.

El monumento consta de una basílica excavada en la roca y una cruz que se alza sobre ella (parece que se trata de la cruz cristiana más alta del mundo, con 150 metros de altura visible a más de 40 kilómetros de distancia).

La inmensa basílica es alargada y consta de ocho capillas laterales en las que se encuentran los restos de las personas que perdieron la vida durante la Guerra Civil (se dice que hay enterrados aproximadamente el mismo número de combatientes de ambos bandos).

Tras el altar mayor se encuentra la tumba de Francisco Franco y frente a ésta, la de José Antonio Primo de Rivera.
Dicho altar está escoltado por cuatro enormes arcángeles de bronce, obra de Juan de Ávalos.

Sobre el altar mayor podemos ver una gran cúpula, de 42 metros de altura y 40 de diámetro, decorada con mosaico policromado por Santiago Padrós.

Una vez fuera de la basílica, nos dedicamos a contemplar tranquilamente el exterior del conjunto. Lo más impresionante, sin duda, es la gigantesca cruz de piedra. En el primer basamento, se encuentran las esculturas de los cuatro evangelistas y sus símbolos (Juan y el Águila, Lucas y el Toro, Marcos y el León y Mateo y el Hombre alado) realizadas por Juan de Ávalos. En el segundo basamento, a 42 metros de altura, se representan las cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
Aunque intentamos hacer varias fotos del conjunto monumental, no nos resultó nada fácil por la posición del sol.

Así que decidimos, literalmente, mirar para otro lado para poder disfrutar de los paisajes que nos ofrecía la sierra norte de Madrid.

Con unos paisajes tan idílicos de fondo, no pudimos evitar ponernos románticos.
Pero como todo el mundo sabe, el amor es agotador, así que algunos se tumbaron a descansar para reponer fuerzas. La verdad es que la temperatura era ideal y se estaba genial allí.
Después del más que merecido descanso, decidimos volver a casa, no sin antes intentar de nuevo conseguir la foto que anteriormente se nos había resistido. Esta vez, con el sol más bajo, el resultado fue mucho más satisfactorio.


Así que, como habíamos cumplido todos nuestros objetivos, nos fuimos hacia el coche. Pero antes conseguí que Julián hiciese uno de esos posados que tanto me gustan.

Y después de esta foto volvimos a casa muy contentos por el bonito día que habíamos pasado. A ver si repetimos pronto. Madrid, aunque es una Comunidad pequeña, está llena de rincones con encanto. Y nosotros estamos dispuestos a seguir descubriéndolos y, como no, a contároslo.

Y para terminar, playa...

El martes 25 de agosto aprovechamos para dormir un poco por la mañana. Pero tampoco podíamos tardar mucho en levantarnos, puesto que teníamos que deshacer las maletas que traíamos de Italia para llenarlas con la ropa de la playa. Así que a media mañana, hecho esto, cogimos el coche y nos fuimos a Torremolinos, destino playero elegido para este año. Y, más concretamente, nuestro apartamento se encontraba en la playa de la Carihuela, en la zona que limita con Benalmádena.

El apartamento no era muy grande, pero para los dos servía perfectamente. Además, contaba con el elemento imprescindible de cualquier residencia playera: una terraza con vistas al mar en la que tuvieron lugar la mayoría de nuestras comidas y cenas.

Como podéis ver, el apartamento estaba en primera línea de playa (sólo nos separaba del paseo marítimo el jardín donde estaba la piscina del hotel), por lo que tenía unas vistas estupendas.


Nuestra estancia en Torremolinos se resume en tres palabras: playa, playa, y playa. Pero además de eso, todas las noches nos íbamos a dar un paseo y tomar un helado (no estaban tan buenos como los de Italia, pero tampoco es bueno cortar las costumbres de golpe). Nuestro lugar de paseo era la zona del puerto de Benalmádena, que nos pillaba a pocos minutos del apartamento y había bastante marcha. Además, la zona nos gustaba mucho. Tenía unos curiosos edificios cuya parte más alta nos recordaba (salvando las distancias) las chimeneas de la Casa Milá de Barcelona (de Gaudí).

Además, a Julián le gustaba sentarse frente al puerto y ver el mar y los barcos.

Una de las noches decidimos quitarnos los zapatos y meternos en la arena a hacer fotos. La verdad es que hay pocas cosas tan agradables como meter los pies en el agua a medianoche para refrescarse. Pero esa noche no pudimos pasar de ahí. A pesar de las ganas de darnos un buen baño nocturno, no llevábamos traje de baño y el paseo marítimo estaba lleno de gente, así que no era plan de montar el espectáculo.



Otra noche nos fuimos hasta la otra punta de Torremolinos para tomar unos cocktails con unos amigos de Julián. Nos lo pasamos genial, pero estuvimos tan entretenidos que a ninguno de los cinco que estábamos allí se nos ocurrió hacer una foto. Así que queda pendiente para otra ocasión.

Como no es bueno tomar tanto sol (ya se nos estaba recalentando la cabeza), uno de los días (el sábado, concretamente) decidimos dejar la playa por un rato y hacer un poco de turismo. En Marbella descubrimos el sitio donde se fraguó toda la "Operación Malaya". Y si no, juzgad por vosotros mismos.



Después de visitar el mercadillo de Puerto Banús, nos acercamos hasta el puerto propiamente dicho. La verdad es que esperábamos ver yates más grandes, los que había eran muy normalitos.



Así que seguimos caminando por el paseo marítimos hasta llegar a la zona que más nos gustó: un lugar desde el que podíamos ver el mar en primer plano y las montañas al fondo, un tipo de paisaje que a Julián le gusta mucho.


Lo único malo del lugar es que hacía bastante vientecillo. A Julián no le importó en absoluto, pero mi pelo sufrió bastante, sobre todo a la hora de desenredarlo. Eso sí, en las fotos (al menos en ésta, no tanto en la anterior) queda bonito.


Julián, para no perder la costumbre, tuvo que hacer su sesión de equilibrios, poniendo a prueba la ley de la gravedad. Menos mal que en esta ocasión estuvo bastante tranquilito.

La verdad es que viendo un paisaje como éste, con altas palmeras y arenas blancas, daba pena moverse de allí. Pero aún nos quedaban muchas cosas bonitas para ver, así que nos fuimos al coche y seguimos con el itinerario planeado.


Tras una media hora de viaje llegamos a Ronda. La ciudad se asienta sobre una meseta rocosa de origen volcánico a 739 metros sobre el nivel del mar. Dividida en dos partes por un cañón, conocido como el "Tajo de Ronda", por el que discurre el río Guadalevín.

Dejamos el coche fuera del casco histórico y entramos en él por la puerta de Almocábar, del siglo XIII.


Desde allí subimos por sus empinadas calles hasta llegar a la plaza Duquesa de Parcent, donde se encuentra la actual sede del Ayuntamiento de Ronda.


En la misma plaza se encuentra la iglesia de Santa María la Mayor, una preciosa construcción edificada sobre una mezquita musulmana de la que hoy sólo se conserva el arco del Mirhab.



La verdad es que la plaza es preciosa e invita a quedarse un buen rato en ella. A las bellas construcciones que contiene, se unen las jardineras con flores que le dan un toque de color inigualable.


Tras unos minutos de descanso (subir las empinadas calles de Ronda constituye un verdadero reto) nos dirigimos al alminar de San Sebastián, una pequeña torre que formaba parte de una de las mezquitas de la ciudad y que más tarde sirvió como campanario de la también desaparecida iglesia de San Sebastián.


Desde allí fuimos a buscar un sitio donde comer. El elegido fue un McDonald's, que llevábamos desde Italia sin comer comida basura. No, la verdad es que por la zona no había mucho donde elegir y queríamos tomar algo rápido para seguir con la visita.

Después de comer nos acercamos hasta la famosa plaza de toros de Ronda que, inaugurada en 1785, es una de las más antiguas de España, y también de las más importantes. En ella tiene lugar anualmente, entre otras celebraciones, la mundialmente conocida corrida goyesca, fundada en 1954 por el torero rondeño Antonio Ordóñez.


Muy cerca de allí se encuentra el convento de la Merced, cuyo mayor tesoro es un relicario que contiene la mano incorrupta de Santa Teresa de Jesús.

Desde allí volvimos hacia la plaza de toros y dimos un paseo por la Alameda del Tajo, un paseo arbolado del siglo XIX que ofrece unas magníficas vistas de la serranía de Ronda y, como no, del Tajo. La verdad es que de cerca impone ver esta garganta de 500 metros de longitud, 100 metros de alto y 50 de ancho (sobre todo si, como yo, se sufre de vértigo). Así que yo preferí en todo momento mirar al frente y ver el Puente Nuevo, una pasarela de 98 metros de altura, construida con sillares de piedra extraídos del fondo de la garganta del Tajo, que permite la conexión entre el barrio antiguo de la ciudad y el barrio moderno.

Desde allí nos dirigimos al coche, no sin antes cruzar de nuevo el puente sobre el Tajo. Antes de llegar al coche vimos la iglesia del Espíritu Santo, mandada construir por los Reyes Católicos sobre una torre fortificada de la muralla.

Cuando ya estábamos a punto de irnos nos dimos cuenta de que no habíamos comprado nada de recuerdo. Así que volvimos con el coche a la zona de la plaza de toros para ir a una pastelería que nos habían recomendado. Nuestro objetivo era comprar las famosas yemas de Ronda. Así que, como Julián no encontró aparcamiento, tuve que ir yo sola. Así que, siguiendo las indicaciones de una señora, me metí por una calle que estaba engalanada para la feria y empecé a buscar el sitio.


Una vez pasado el arco, y caminados unos cuantos metros bajo los farolillos de colores, encontré lo que estaba buscando.

Allí estaba la plaza del Socorro y, en ella, la confitería "Las Campanas". Tras comprar las renombradas yemas me detuve unos instantes a contemplar esta preciosa plaza, donde se encuentra la iglesia del Socorro.

Desde allí volví a buscar a Julián y ya nos fuimos de Ronda.

Como no era demasiado tarde, nos dio tiempo a ir un ratito a la playa. A Julián le encantan esos momentos playeros con juego de cartas, cervecita y patatas. Y si no me creeis, mirad la cara de felicidad que tiene.

Después de la merienda playera, nos hicimos unas cuantas fotos al atardecer.

Por la noche, para celebrar que era nuestro última noche ellí, fuimos a dar nuestro paseíto de costumbre por el paseo marítimo, lleno de locales donde tomar un buen cocktail y disfrutar de la música.

Así que, para despedirnos de la noche playera, nos sentamos en uno de los bares de Puerto Marina, el Kaleido.


Julián (que con tal de hacerme feliz y llevarme al sitio que yo quería se tuvo que sacrificar y ver como bailaba una gogo ligerísima de ropa) se pidió una piña colada para sofocar los calores veraniegos.

Yo, más integrada en el ambiente del lugar, elegí un "Porto Marina".

Después de un agradable rato de conversación mientras nos tomábamos los cocktails, dimos un paseo hasta nuestro apartamento, no sin antes pararnos en el lugar donde todas las noches nos sentábamos a ver el mar y oir el oleaje.

Una vez en el apartamento, tal vez influenciados por el idílico paseo nocturno, nos dedicamos unas cuantas carantoñas.

El último día, recogimos nuestras cosas nada más levantarnos y abandonamos el apartamento. Dejamos las maletas en el coche y nos bajamos a la playa a disfrutar de las últimas horas de estas vacaciones. Después de intentar captar los últimos rayos de sol de la temporada y darnos unos cuantos chapuzones, fuimos a comer a un chiringuito de la playa. Yo pedí una ración de pulpo y Julián disfrutó de un enorme espeto de sardinas asadas.

Después de comer volvimos a la playa a darnos el baño de despedida. A la caída de la tarde abandonamos la arena y nos dirigimos al coche para emprender el camino de regreso a casa.


Tuvimos suerte y no pillamos casi nada de atasco para salir de Málaga ni para entrar en Madrid. Llegamos bastante tarde a casa y, al cansancio acumulado en dos semanas agotadoras, se unía el tener que descargar todo el equipaje. Pero nos metimos en la cama satisfechos por todo lo que habíamos disfrutado y muy contentos por todos los bonitos recuerdos que nos han dejado estas vacaciones.

¿El próximo viaje? Aún no sabemos ni cuándo ni dónde. Sólo esperamos que sea pronto y que lo disfrutemos tanto como éste.