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Vacaciones en Roma: disfrutando de la "Dolce Vita" (I)

Aquí empieza la narración de nuestras largas vacaciones del verano de 2009. Largas porque, a diferencia de otros años, hemos tenido que adaptarnos a las circunstancias y quien ha elegido las fechas no hemos sido nosotros, sino el proyecto que Julián estaba llevando a cabo en el trabajo y que no podía dejar cuando quisiese. Así que, aparte de viajecitos de fin de semana y visitas a nuestros familiares, el grueso de nuestras vacaciones estivales ha tenido lugar entre los días 15 y 30 de agosto.

Y bien que hemos aprovechado estos días. Desde el primer minuto hasta el último no hemos parado ni un momento. El sábado 15 teníamos el vuelo hacia nuestro primer destino: Roma. Nuestro avión salía a las 7 de la mañana, así que a las 5 estábamos cogiendo el taxi hacia el aeropuerto. Como habíamos hecho el check-in online y no teníamos que facturar el equipaje, pudimos permitirnos el no tener que pasar las 2 horas de rigor en la terminal.
Por primera vez en nuestra relación, pudimos coger el avión sin problemas de líquidos ni cosas de ese tipo. Se vé que esta vez la mala suerte les tocó a otros. En el avión, uno de los azafatos le tiró un café a la chica que iba en el asiento de delante del nuestro. Nosotros sólo nos llevamos el susto (y el pantalón de Julián unas gotitas de café, pero nada importante).


Una vez llegados al aeropuerto de Ciampino, cogimos el autobús de Terravisión hasta la estación de tren de Termini, y desde ahí ya cogimos un autobús urbano que nos dejó prácticamente en la puerta del hotel (Hotel Angel, en via Marianna Dionigi nº 43), dejándonos ver por el camino los primeros monumentos que nos servirían para hacernos una idea de lo que sería nuestra estancia en la Ciudad Eterna.
Nada más dejar las maletas en el hotel, el cual merecería un capítulo aparte (aunque la habitación estaba bien y era espaciosa, el ascensor, en el que apenas cabíamos los dos, tenía más 100 años y parecía que se iba a caer), salimos a la calle para ver los primeros monumentos. Prácticamente al lado del hotel teníamos el Ara Pacis, pero decidimos no visitarlo porque se trataba de un museo de arquitectura y no teníamos demasiado tiempo para museos. Muy cerca se encontraba el Mausoleo de Augusto, que no pudimos visitar porque estaba cerrado por obras. Así que lo único de provecho que hicimos en esa zona fue encontrar una pared por la que caía una cascada de agua que utilizamos para refrescarnos. En ese momento todavía no éramos conscientes de la falta que nos harían las fuentes en este viaje.


De allí fuimos a la Piazza del Popolo, donde lo primero fue buscar una fuente para refrescarnos de nuevo. La elegida fue la fuente central de la plaza, con su obelisco y sus leones.


Tras refrescarnos fuimos a ver las iglesias de Santa Maria dei Miracoli y Santa María in Montesanto, conocidas como las "iglesias gemelas" por su evidente semejanza. Una de ellas tenía la fachada tapada por obra, pero un gran lienzo con la foto de la iglesia paliaba la carencia.



Tras una brevísima visita a la iglesia de Santa Maria del Popolo (más corta de lo que nos hubiese gustado porque la estaban cerrando y apenas nos dio tiempo a echar un vistazo) subimos al Monte Pincio que, a pesar de no ser una de las siete colinas de Roma, sí estaba ubicada dentro de la muralla construida por el Emperador romano Aureliano entre los años 270 y 273. Allí se encuentran magníficas villas y jardines, como Villa Borghese. Y además, desde lo alto de la colina hay unas vistas excepcionales de la Piazza del Popolo.

Después de comprar una botellita de agua congelada que nos supo a gloria (no tanto su precio, pero era cuestión de supervivencia) y de refrescarnos en una de las fuentes de la Piazza del Popolo, bajamos por la Via del Corso hasta la Piazza Colonna, que recibe su nombre de la marmórea columna de Marco Aurelio que se encuentra en ella desde el año 193. La estatua de bronce de san Pablo que corona la columna fue colocada allí en 1589, por orden del papa Sixto V.
El lado norte de la plaza está ocupado por el Palacio Chigi, anteriormente embajada del Imperio Austrohúngaro, pero hoy es la sede del gobierno italiano. El lado este está ocupado por la Galería Colonna. El sur está ocupado por un flanco del Palacio Ferraioli, anteriormente la oficina de correos papal, y la pequeña iglesia de Santi Bartolomeo ed Alessandro dei Bergamaschi. El lado este está ocupado por el palacio Wedekind.

Y de plaza a plaza y tiramos porque nos toca. La siguiente en ser visitada fue la Piazza Navona, pero como el hambre empezaba a hacer acto de presencia, nos dirigimos al sitio donde habíamos planeado comer ese día. Se trataba del "Insalata Ricca" situado en la Piazza de Pasquino 72, donde comimos entrantes (bruschetta con caprino e sesamo o pomodori secchi, fiori di zucca), ensalada caprese, plato principal (linguine al pesto y pizza 4 formaggi) y una botella grande de agua por 26 euros. La verdad es que salimos muy contentos de que nuestra primera elección no resultase un timo. Pero nos faltaba algo... ¿se puede comer en Italia sin tomar un buen helado de postre? La verdad es que resulta difícil resistirse al pasar por cualquiera de las "gelaterie" que te encuentres (y hay tantas...). Pero nosotros también llevábamos una recomendada. Se llamaba "Da Quinto" y está en la Via di Tor Millina 14. Allí nos compramos unos helados impresionantes, tanto por su tamaño como por su sabor. Además, como eran los primeros y hacía muchísimo calor, los pillamos con más ganas aún.



Una vez saciado el hambre, procedimos a disfrutar de los numerosos monumentos de la Piazza Navona, que era un estadio construido en el siglo I, con capacidad para 30000 espectadores, donde los romanos iban a ver los "agones" (juegos).

En la plaza podemos encontrar dos fuentes esculpidas por Giacomo della Porta: la Fontana di Nettuno, ubicada en la zona norte, y la Fontana del Moro en el extremo sur. Pero sin duda sobresale la fuente central, obra de Gian Lorenzo Bernini. Se trata de la Fontana dei Quattro Fiumi (Fuente de los Cuatro Ríos), que representa alegóricamente los cuatro grandes ríos del mundo (uno por cada continente), tal y como se conocía entonces: el Danubio de Europa, el Río de la Plata de América, el Nilo de África y el Ganges de Asia.



Julián, amante de leyendas y curiosidades, quiso inmortalizar una de las partes más curiosas de la fuente. Una de las estatuas está alzando la mano como protegiéndose de la iglesia que tiene justo enfrente, como temiendo que se le derrumbe encima. Y es que hasta en sus obras está presente la rivalidad entre Bernini y Borromini.


¿Y qué tiene que ver Francesco Borromini en todo esto? Es fácil: él diseñó la iglesia de Sant'Agnese in Agone, que se encuentra en esta misma plaza y justo enfrente de la fuente de Bernini. Pero la ubicación de esta iglesia no es fruto de la casualidad, sino que está construida en el lugar donde, según la tradición, la virgen desnudada por el martirio, fue envuelta por bellísimos cabellos que crecieron milagrosamente.

Al salir de la iglesia, que nos gustó mucho pese a su reducido tamaño (la verdad es que viendo la fachada parece inmensa pero el interior es pequeño) damos un último vistazo a la plaza y seguimos con nuestro recorrido.


Caminamos pocos minutos y llegamos a la Piazza della Rotonda, donde se encuentra el Panteón de Agrippa, construido a comienzos del Imperio Romano y dedicado a todos los dioses.
Al ser un día festivo, estaba cerrado y no pudimos visitar su interior, que se nos quedaría pendiente para otro día. Pero sí que pudimos hacer bonitas instantáneas de su exterior, a pesar de la cantidad de gente que había en la plaza.


A pocos metros del Panteón se encuentra la iglesia de Santa María sopra Minerva, llamada así por estar construida sobre un templo pagano dedicado a la diosa Minerva. Una de las obras más importantes que contiene esta iglesia es la escultura de Miguel Ángel llamada Cristo el Redentor.

Esta iglesia, considerada la única gótica de toda la ciudad, nos pareció de las más bonitas. Sobre tódo la bóveda. Pero no es peculiar sólo por ser la única iglesia gótica de Roma, sino también por contener los restos mortales de Santa Catalina de Siena (excepto su cabeza, que está en la iglesia de San Domenico en Siena), del famoso pintor Fra Angelico (que murió en el convento anexo), el Papa Pablo IV y los papas Medicis León X y Clemente VII.
Otra curiosidad es que antes de la construcción de San Juan de los Florentinos, esta iglesia de Minerva era la iglesia nacional de los florentinos, y por lo tanto guarda numerosas tumbas de prelados, nobles y ciudadanos que provenían de la ciudad toscana.
Además, la sacristía fue el local en que se celebraron dos cónclaves papales. El primero, en marzo de 1431, eligió al Papa Eugenio IV, el segundo, en marzo de 1447, a Nicolás V.

A pesar de lo bonita que es esta iglesia, la primera impresión es más que decepcionante. La modestísima fachada no refleja en absoluto la belleza de la iglesia. De hecho, si hay algo que destacar de la plazoleta donde se encuentra el templo, eso es el "Pulcino della Minerva". Se trata de una estatua diseñada por el escultor barroco Gian Lorenzo Bernini (y llevada a cabo por su alumno Ercole Ferrata) de un elefante como la base que soporta el obelisco egipcio encontrado en el jardín del convento de los dominicos. Es el más corto de los once obeliscos egipcios que hay en Roma y se dice que es uno de los dos obeliscos trasladados desde Sais a Roma por Diocleciano. La inscripción latina en la base dice que «...una mente fuerte se necesita para sostener un sólido conocimiento».




Desde aquí volvimos caminando al hotel, que no estaba demasiado lejos. Pero antes de llegar, justo al cruzar el río, pudimos ver el Palazzo de Giustizia, situado en la Piazza dei Tribunali.



Y ya sí que nos fuimos derechos al hotel. Llegamos sobre las 6 de la tarde, pero estábamos tan cansados del madrugón y la primera caminata que nos acostamos sin cenar y dormimos hasta la mañana siguiente. Pero eso ya es otra historia.

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