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Viaje al pasado, visita a Melque

En una de nuestras escapaditas de un día, nos decidimos a visitar la iglesia de Santa María de Melque. Esta iglesia es uno de los pocos ejemplos de arquitectura visigoda que nos queda en España. De hecho, la iglesia no es ni mucho menos puramente visigoda, pues ya fue construida en época tardoromana y posteriormente sufrió numerosas reformas de estilo mozárabe y románico. Con el paso de los tiempos y la Desamortización de Mendizabal fue cayendo en el olvido, llegando a convertirse en un estable, hasta que hace pocos años las autoridades han vuelto a rehabilitarla, conscientes de su importancia histórica.

Como sabéis me gusta mucho la época medieval, así que estando esta iglesia tan cerca de Navalucillos, llevaba bastante tiempo queriendo visitarla. Aprovechando la fiesta de Todos los Santos, nos pusimos en marcha a primera hora, con la intención de visitar tanto Melque como otro par de sitios de interés cercanos.

Una vez llegados a Melque, estuvimos visitando la iglesia (no se puede negar, es chiquitita y se visita rápidamente) así como leyendo los numerosos paneles explicativos que han instalado en los edificios colindantes. La lectura de paneles explicativos es otra de mis debilidades, que trae por la calle de la amargura a Mery, quien debe soportar pacientemente los retrasos que nos produce en nuestras visitas turísticas el tiempo que gasto leyendolos.

La iglesia en sí es en forma de cruz y, sin llegar a ser griega, practicamente tiene el mismo tamaño en ambas partes de la cruz. El interior está en penumbra, lo que permite hacerse a la idea de la paz que se respiraría en el interior en la época visigoda.

Una vez terminada la visita, continuamos nuestra jornada acercándonos al Castillo de Montalbán. El camino transitable con vehículos termina a los pocos metros de dejar la carretera, y posteriormente hay que entrar en una finca privada y continuar a pie durante unos quince minutos. Sin embargo, para nosotros el paseo a pie resultó corto, puesto que al ser día festivo había una cacería y no se podía visitar por dentro. Una pena, puesto que por dentro se ve enorme. Además, nos encontramos con gente joven de Navalucillos conocida por Mery.

Puesto que aún era pronto, nos encaminamos a nuestra última visita del día: las barrancas de Burujón. Un paraje apartado, con una entrada a través de un sendero que parece llevar a un sitio como cualquier otro, pero si se persevera, el final merece la pena: las vistas desde lo alto de las barrancas son espectaculares. Parece mentira que se pueda encontrar un paisaje así, con reminiscencias de tierras exóticas y lejanas, en medio de la provincia de Toledo. Pero así es, es real, aunque al principio tienes que frotarte los ojos para asegurarte de que no es un decorado de los que no te sorprendería encontrarte en una película de aventuras. Estuvimos un rato contemplando las vistas y haciendo unas fotos, antes de volver sobre nuestros pasos y encaminarnos de nuevo a Navalucillos, contentos tras haber pasado una muy interesante mañana de turismo por parajes cercanos pero que sin duda merecen mucho la pena.

Por tierras cátaras (VI): Regreso a España

Por fin llegó el último día. Nos despedimos de nuestro hotel, en el que habíamos estado muy a gusto. Al tener cocina en la habitación, nos permitió comprar nuestra propia comida en un Carrefour cercano y prepararla allí mismo. Además, contaba con una zona de spá que estaba genial, y a donde aprovechábamos para ir todas las noches al regresar de nuestros itinerarios turísticos. Os pongo una foto de la zona de spá. 

Como digo, dejamos el hotel y fuimos al aeropuerto a dejar el coche de alquiler, un Opel Corsa negro que nos había llevado fenomenalmente bien por todos los rincones del sur francés en esos días. Antes tuvimos que echar gasolina, para devolverlo con el depósito lleno.

El alquiler de coches se encuentra en el aeropuerto, así que ya solo tuvimos que entrar en el edificio y dirigirnos a la puerta de embarque para coger el avión que nos llevaría a Barajas, tras estos preciosos días de noviembre que hemos pasado por el sur de Francia, recorriendo las tierras que en su momento pertenecieron a los cátaros.

Por tierras cátaras (V): Viaje a Lourdes

Hoy el objetivo era visitar Lourdes. Aunque se encuentra bastante alejada hacia el oeste de Toulouse, pensamos que merecía la pena acercarnos para ver la ciudad de la aparición mariana.

En el camino hicimos una parada en el pueblo de Saint Bertrand de Comminges. Este pueblo, enclavado en una elevación, resulta muy pintoresco. Tiene un bonito ambiente de aldea por la que no pasan los tiempo, pero cuenta también con una impresionante catedral, la cual ningún viajero esperaría ver en una ubicación así.

A la hora a la que llegamos estaba a punto de terminar el horario matutino de visitas a la catedral. Por suerte, la encargada nos dejó entrar y nos cobró el precio reducido, ya que íbamos a tener poco tiempo para visitarla.

Lo primero que hicimos fue ver el patio. Me resultó curioso porque no estaba enteramente cerrado. Como se puede ver en la parte derecha de la foto, ese lateral da a un precioso balcón (puesto que, como he dicho antes, el pueblo está en una elevación).

Aquí podemos ver la entrada a la catedral. A parte de la inmensa altura de la torre, no parece que detrás se encuentre un edificio de semejante tamaño.

Ésta es la carretera de acceso a Saint Bertrand. Se puede apreciar la pendiente, que indica que para acceder al pueblo hay que subir a una colina de cierta entidad.

Aquí podemos ver la vista del pueblo desde las cercanías. La catedral lo domina todo.

Una vez dejado atrás Saint Bertrand, volvimos a coger rumbo a Lourdes. Estábamos bordeando los Pirineos, por lo que llegamos a ver una de las atracciones de esta cadena montañosa: el Pic du Midi de Bigorre. Hubiéramos querido subir hasta allí (solo se puede hacer mediante telesilla) pero no teníamos el suficiente tiempo.

Al llegar a Lourdes, lo primero que destaca es el santuario mariano. Es un edificio muy bello en su parte exterior, como si fuera un castillo de cuento de hadas.

En la parte interior resulta un poco chocante, puesto que es muy moderno (no hay que olvidarse de que la basílica fue construida en el siglo XIX). Pese a ello, a mi me gustó, creo que está decorada con buen gusto.

Todo ello contrasta, claro, con el sitio más espiritual de la zona: la gruta en la que supuestamente se apareció la Virgen. Este sitio sí que es muy sobrio, pero transmite la fuerza que le da su espiritualidad.

Tras alejarnos de la basílica, dimos una vuelta por la ciudad. Se nota que es muy nueva y que ha crecido aprovechando la fama de las apariciones, con todo el turismo que ha generado. Nos gustó la estética general, destacando edificios como el del ayuntamiento.

Por tierras cátaras (IV): Toulouse, la capital del rugby

Por fin hoy tocaba visitar nuestro centro de operaciones, Toulouse. Pese a estar hospedados allí, en un hotel de las afueras cercano al aeropuerto, aún no habíamos visitado la ciudad. Este día cogimos el coche, aparcamos a no mucha distancia del centro y nos fuimos a pasearlo.

Nuestra visita coincidía con un partido de rugby, concretamente de la Heineken Cup (el equivalente a la Copa de Europa en rugby). Toulouse es la ciudad del equipo posiblemente más importante de toda Europa, el Stade Toulousain, que allí es una institución (en el sur de Francia el rugby es el deporte más popular, en contraposición al norte, donde es más popular el fútbol). Así pues, durante todo el día la ciudad estuvo abarrotada de hinchas del equipo rival, el Gloucester inglés.

Empezamos visitando el monumento más famoso de Toulouse, el Capitole. Es el edificio del ayuntamiento y da nombre a la plaza, lugar central de la vida de la ciudad.

Paseamos por el interior del edificio, entrando en las salas en las que no estaba prohibida la entrada.

Tras visitar el Capitole, nos acercamos al edificio religioso más famoso de Toulouse, la basílica de Saint-Sernin, un bonito edificio románico, el segundo más grande de Francia tras la abadía de Cluny. Alrededor de la basílica hay un gran ambiente universitario, con muchos jóvenes. Además, cuando pasamos nosotros estaba en marcha un mercadillo que animaba aún más las cercanías.

En las cercanías también estaba la iglesia de Notre-dame du Taur, situada en dicha rue du Taur.

Siguiendo la visita por los edificios religiosos que se encuentran en el centro de Toulouse llegamos al Convento de los Jacobinos. Su nave es totalmente espectacular, destacando las columnas que soportan la bóbeda.

También estuvimos en el claustro del convento.

Y, paseando por la ciudad, llegamos hasta el Garona, el gran río de la ciudad.

Regresamos al hotel a comer y por la tarde nos encaminamos al campo del Stade Toulousain, el Ernest Wallon, donde juega casi todos sus partidos en casa (algunos los juega en el Stadium Municipal, de mayor capacidad). ¡Por primera vez íbamos a ver un partido de rugby en directo!

El partido estuvo entretenido, aunque al final se acabó imponiendo el Stade Toulousain. Mery estuvo de reportera gráfica, consiguiendo grandes fotos como ésta.

Fue una gran experiencia, ya tenía yo ganas de disfrutar de un partido de rugby. Salí tan contento que desde ese mismo momento me hice fan del equipo tolosano.

Por tierras cátaras (III): Adentrándonos en la Historia... y en la Prehistoria

Hoy nos íbamos a acercar hacia los Pirineos, en dirección hacia el sur desde Toulouse. Retrocediendo en el tiempo, queríamos seguir las huellas de los cátaros en localizaciones como Mirepoix y Montsegur, así como remontarnos más atrás en el tiempo hasta las cuevas prehistóricas de Niaux.

Nuestra ruta comenzó en Mirepoix, que es una pequeña ciudad de carácter medieval, ya que en el siglo XIII tuvo que ser reconstruida debido a una crecida del cercano río Hers. Se ha conservado con prácticamente el mismo aspecto con el que quedó entonces.

En cuanto a los interiores, lo que más destaca es la Catedral de Saint-Maurice. Cuenta con una sola nave, pero de enorme amplitud. De hecho, es la nave más ancha de toda Francia. Los juegos de luces que se reflejan desde las vidrieras la convierten en una bonita postal si se tiene la maestría suficiente para encontrar una buena foto.

Los alrededores de la catedral están llenos de casas de maderas y diversos colores, soportadas por porches que dan nombre a la Plaza en la que se encuentran (Place des Couverts). Destaca principalmente la casa de los cónsules.

Tras salir de Mirepoix, continuamos hacia el sur, con los Pirineos siempre presentes.

Llegamos a la hora de comer a Foix, ciudad encajonada en un valle. La imagen que más destaca de la ciudad es el castillo que la vigila desde lo alto, pero también nos dio tiempo a dar un paseito por sus estrechas calles.

Desde allí fuimos hasta Niaux. A la salida del pueblo se encuentra una gruta del periodo Magdaleniense con famosas pinturas rupestres. Desde la entrada de la gruta hay unas vistas preciosas de todo el valle.

No está permitido hacer fotos en el interior, pero merece la pena por ver la enorme calidad de las pinturas realizadas, sobre todo teniendo en cuenta que debieron hacerse con los materiales de la época, la (escasísima) iluminación con la que podían contar dentro de la gruta y la postura que debían adoptar muchas veces los anónimos pintores.

Nuestra última parada, cuando ya empezaba a atardecer, fue la de la fortaleza cátara de Montsegur. Era una de las visitas que más ganas tenía yo de realizar, si no la que más, pues siempre me ha interesado la historia medieval, los castillos, las guerras religiosas y los paisajes bonitos. Y este enclave tiene todos esos ingredientes.

Tras la dura ascensión, impresiona llegar a la fortaleza y pensar en cómo tuvieron que vivir los cátaros aquí fortificados y asediados por las tropas francesas, en lo alto de esta montaña.

Como he dicho, además de la parte histórica, las vistas desde lo alto son preciosas y merecen por si solas la dura subida que hay que realizar.

Y si tienes la suerte, como tuvimos nosotros, de estar allí en la puesta de sol, podrás ver imágenes como ésta que pudimos contemplar nosotros.

Por tierras cátaras (II): La ciudadela medieval de Carcassonne

Hoy queremos visitar Carcassonne, famosa principalmente por su ciudadela medieval. Pero antes de llegar allí, aparcamos el coche en el centro de la ciudad, al lado del Canal du Midi (que forma junto al Canal del Garona una vía fluvial entre el Mediterráneo y el Atlántico, y que es el canal navegable más antiguo de Europa) y dimos un paseo a pie por la zona. Llegamos hasta la catedral de Saint-Michel y estuvimos un ratito en la plazoleta que hay al lado, dedicada a los caídos durante la Segunda Guerra Mundial.


Tras ello, nuevo paseo hacia la Ciudadela. Cruzamos el río por el Pont Neuf (a la vuelta cruzaríamos por el Pont Vieux, que es el que se ve a la derecha de la foto).


Por fin, llegamos hasta las murallas, desde donde podíamos admirar el enorme tamaño de la ciudadela, conocida como la Cité. Se trata de la mayor fortaleza de Europa.

Puesto que teníamos hambre, comimos en uno de los restaurantes que nos encontramos nada más entrar en la Cité. Mery pudo practicar su francés al pedir los platos y yo pude degustar el cassoulet, que es un guiso de judías blancas y carne, especialmente de perdiz. Estaba riquísimo, y además me vino muy bien porque lo cierto es que hacía frío y el plato estaba muy caliente.

Con el estómago lleno, recorrimos el interior de la Cité. Está fenomenalmente conservado y se respira un ambiente muy medieval. El punto estrella del recorrido es la Basílica de Saint-Nazaire, antigua catedral de Carcassonne.

También destaca el castillo Condal, aunque no llegamos a entrar en él. Pero por fuera es el típico castillo de cuento de hadas.

También recorrimos la parte interna de las murallas. La verdad es que era un paseo largo.


Casi cuando estábamos terminando la visita empezó a chispear. Decidimos que estábamos cansados y habíamos tenido bastante ración medieval, así que salimos de la Cité por la Puerta de Narbona. A la salida se encontraba esta representación de la dama Carcas, de la que dice la leyenda que proviene el nombre de la ciudad, puesto que durante el sitio que realizó Carlomagno, ella (que estaba al cargo de la ciudad) ideó una estratagema para engañarlo. La estratagema consistía en cebar al único cerdo que quedaba en la ciudad con el único saco de trigo que quedaba, y lanzárselo al ejército de Carlomagno. Éste interpretó que la ciudad tenía víveres de sobre, puesto que se permitían el lujo hasta de desperdiciar así la comida. La realidad era la contraria, la ciudad estaba cerca de la hambruna.


Recogimos el coche y nos fuimos de vuelta a Toulouse, donde nos esperaba nuestro hotel con su jacuzzi, que nos venía fenomenal para descansar del duro día.

Por tierras cátaras (I): Conociendo Albí

Para nuestro viaje de otoño de 2011, decidimos visitar las tierras del sur de Francia alrededor de Toulouse. Aprovechando el aeropuerto de la ciudad y los precios baratos de las compañías de bajo coste decidimos coger un avión, establecer nuestra base de operaciones en esa ciudad, alquilar un coche y hacer excursiones diarias a las ciudades y parajes pintorescos de los alrededores. Dicho y hecho, el primer día llegamos sin incidentes a Toulouse y cogimos un coche de alquiler. Nos tocó un Opel Corsa, así que la adaptación al vehículo no nos dio ningún problema. Como era muy tarde, simplemente llegamos al apartahotel y nos acostamos. La habitación era espaciosa, contaba con microondas y frigorífico, con lo que nuestra estancia era muy agradable. Para rematar, con la oferta que cogimos estaba incluido el acceso a la sala de spá del hotel, que aprovechamos algunos de los días en los que nos recogimos pronto.

En nuestro primer día completo el objetivo era visitar la zona de Albí (famosa principalmente por su catedral) y, si nos daba tiempo, ver Castres. Finalmente, desechamos la opción de Castres.

La primera parada fue en el pintoresco pueblo de Cordes-sur-Ciel. La entrada al pueblo ya anticipaba lo que nos ibamos a encontrar posteriormente. Grandes cuestas hasta adentrarnos en la ciudadela y llegar hasta la parte más alta.

A la entrada del pueblo se encontraba la iglesia de Santiago, con una bonita hornacina en su esquina


Continuamos hacia arriba y, al girar la cabeza, se nos presentaba la terrible cuesta que acabábamos de subir. No sería la última.


Una vez llegados a la parte más alta, las vistas recompensaban el esfuerzo realizado

No pudimos entrar en la iglesia, pero lo más bonito del pueblo eran los pequeños rincones, como esta plazoleta en la que se encontraba una antigua fuente


Una vez que bajamos hasta las afueras de Cordes, donde habíamos dejado el coche, partimos en dirección a Albí. La ciudad roja (debido al color de la mayoría de sus edificios, construidos en ladrillo debido a la escasez de piedra por toda la zona) nos recibió con una preciosa vista de su catedral.


Habíamos quedado con Chantal, una familiar de Mery que vive allí. Lo primero que hicimos fue visitar la catedral. Ciertamente impresiona, puesto que es altísima. Además, está construida en ladrillo, a excepción de la portada que, pese a ser totalmente distinta al resto, no parece un pegote adosado, sino que realza el conjunto. Uno de los momentos del viaje fue pegarnos a los muros exteriores y alzar la vista, contemplando la mole de la catedral.


Luego visitamos el interior, que tampoco desmerece. De hecho, cuenta con uno de los pocos "jubé" (el enrejado central con la tribuna superior desde la que se decía misa, empezando con la frase "Jubé Domine Benedicere", de donde toma el nombre) que quedan en Francia.

Al salir al exterior ya era casi de noche, así que aprovechamos para hacernos unas fotos por la zona de la catedral y para bajar hasta la orilla del río


Dando un paseo nos acercamos a otro de los puntos turísticos de Albí, la estatua del navegante y explorador La Perouse.


Puesto que estaba anocheciendo fuimos a cenar a un restaurante con Chantal y su hija y, a la salida, nos encontramos a un erizo en medio de la calle.


Tras esto nos despedimos de Chantal y su familia y nos volvimos a Toulouse para descansar y prepararnos para el día siguiente.

La pasión turca (VI): apurando cada minuto...

Nos despertamos el último día con ganas de apurar nuestras últimas horas en Estambul. Así que, después de dejar nuestras maletas en recepción, nos acercamos al gran bazar a hacer unas comprillas que nos habían quedado pendientes.

 Una vez terminados nuestros regateos con los comerciantes (no se nos dio demasiado mal, todo  hay que decirlo), nos fuimos al museo arqueológico de Estambul  (İstanbul Arkeoloji Müzesi).
 Este museo conserva piezas muy importantes. Una de ellas es el tratado de Qadesh, un tratado de paz firmado alrededor del 1285 a. C. entre los imperios de Hatti y Egipto. Fue formalizado entre el faraón Ramsés II y el rey Hattusil III dieciséis años después de la batalla que enfrentó a ambos reinos.


Se escribió en la lengua diplomática de la época, el caldeo, sobre tablas de plata, algunas de las cuales se han encontrado en Hattusas y otras en Egipto. También se ha encontrado en Boghazköi una versión escrita sobre una tablilla de arcilla, que es la que se encuentra en el museo.

Es el tratado escrito más antiguo del mundo.



Una pieza que nos llamó bastante la atención fue la cadena que cerraba el Cuerno de Oro para evitar la entrada de barcos enemigos.

También vimos una de las cabezas de la Columna Serpentina, de la que hablamos en el cuarto post de este viaje a Estambul.

Por si no os acordáis, os refrescamos la memoria. Se trataba de una columna situada en el hipódromo, en la que tres cabezas de serpiente sujetaban una bola doraba. Y de ella sólo se conservaba en el hipódromo su base.

Una pieza “de película” es la réplica del caballo de Troya, con el que los griegos consiguieron tomar la ciudad de Troya (situada en Turquía), finalizando así la guerra desencadenada por el rapto de Helena de Esparta por el príncipe troyano Paris.

Con lo que más disfruté yo, sin duda, fue con los esqueletos, que me encantan desde pequeña y cuyo gusto ha heredado mi hermana. Así que para ella hice un reportaje bastante extenso. Pero como no todo el mundo comparte nuestra afición, pondré una sola foto como muestra.

La pieza más destacada del museo es el sarcófago de Alejandro, construido en mármol, que debe su nombre a sus relieves, que  muestran a Alejandro Magno luchando contra los persas en la batalla de Issos.  

Si lo miramos un poco más de cerca, vemos la representación de Alejandro montando a caballo, con una piel de león sobre su cabeza,  preparándose para arrojar una lanza sobre la caballería persa. Se cree que la segunda figura que aparece a caballo representa a Hefestión, el mejor amigo de Alejandro. La tercera figura se identifica a menudo como Pérdicas.

Como teníamos poco tiempo, había que darse prisa si queríamos ver la mayor parte del museo. Por eso nos dirigimos al pabellón Çinilli, donde se encuentran las obras hechas con azulejos.

La obra que más nos gustó de esa zona fue el Mihrab Karaman, recubierto de azulejos azules. Procede de la ciudad de Karaman, en el sudeste de Turquía, que fue capital del Estado de Karamaid, entre 1256 y 1483. Es el resto arqueológico más importante de aquella cultura.

Al acabar nuestra visita volvimos al hotel a recoger las maletas y nos dirigimos al aeropuerto.

Teníamos un largo viaje por delante, con transbordo en Amsterdam incluido.

Me lo había pasado tan bien en aquel viaje que, aunque estaba muy contenta y satisfecha, no podía evitar sentir un poco de pena por tener que marcharme de allí. Pero un gran cartel me animó un poco.

Habrá que hacer caso. Pero hasta que eso llegue queremos visitar muchos otros sitios.