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Vacaciones en Roma: disfrutando de la "Dolce Vita" (III)

Como bien dijimos en el post anterior, el itinerario de este tercer día fue modificado para poder compatibilizar lo mejor posible los horarios de todos los monumentos y nuestras necesidades. Así que nada más levantarnos y desayunar en la cafetería que había enfrente del hotel (Caffe '700), cogimos el autobús número 87, que nos llevaría hasta la puerta de la Archibasílica de San Giovanni in Laterano, catedral de Roma (casi todo el mundo piensa que la catedral de Roma es la basílica de San Pedro del Vaticano, pero no es así. De hecho, el Vaticano es un Estado independiente, no forma parte de la ciudad de Roma).
En esta iglesia se encuentra la sede episcopal del Obispo de Roma (el Papa)y tiene el título honorífico de "Omnium urbis et orbis ecclesiarum mater et caput" (madre y cabeza de toda las iglesias de la ciudad de Roma y de toda la tierra), por ser la sede episcopal del primado de todos los obispos, el Papa.
Además, es la más antigua y la de rango más alto entre las cuatro basílicas mayores o papales de Roma.Las otras tres basílicas mayores, todas caracterizadas por tener una Puerta Santa y un Altar Papal, son la Basílica de San Pedro del Vaticano, la Basílica de San Pablo Fuori le Mura y la Basílica de Santa María Maggiore.




La actual basílica es de estilo neoclásico, pues casi no se conservan partes de la primitiva basílica, salvo algunos mosaicos del ábside. En lo alto de la fachada se encuentran estatuas de Cristo, los dos Juanes (el Evangelista y el Bautista) y los Apóstoles. La fachada sigue el estilo de la de San Pedro. En las columnas a ambos lados de la nave central podemos encontrar las gigantescas estatuas de los 12 Apóstoles.



Bajo el altar mayor está enterrado el Papa Martín V, bajo cuyo pontificado se abrió por primera vez la Puerta Santa en esta basílica. El ara de este altar es una losa que, según la tradición, es la misma que usaban San Pedro y los primeros Papas al celebrar la Misa. Sobre el altar hay un baldaquino con un relicario en el que se conservan las cabezas de San Pedro y San Pablo. En el fondo del ábside está la cátedra, el trono episcopal del obispo de Roma (el Papa), hecho de mármol y mosaicos.

Actualmente, el Papa celebra ciertas ceremonias litúrgicas en este lugar (por ejemplo, la misa de la Cena del Jueves Santo y la misa de la fiesta del Corpus Christi.

Tras salir por una de las puertas laterales para ver otra de las fachadas, continuamos hacia nuestro siguiente destino, que no estaba lejos.




Efectivamente, enfrente de San Giovanni se encuentra la Scala Santa, una pequeña iglesia donde podemos encontrar una escalera de mármol, compuesta por 28 peldaños, que se dice que es por la que Jesús de Nazaret subió el Viernes Santo al palacio de Poncio Pilato para ser juzgado. Este aspecto hizo considerarla por fieles y creyentes cristianos como un icono de veneración, conocido como "el lugar más santo de Roma y del mundo".



Esta escalera fue mandada traer por Elena de Constantinopla (Santa Helena), madre de Constantino I el Grande, en el año 326, del palacio de Poncio Pilato en Jerusalén. El actual edificio donde se encuentra la Escalera Santa, fue mandado construir por Sixto V entre los años 1586 y 1589 como acceso al Sancta Sanctorum, que contiene la imagen de "Santissimi Salvatore Acheiropoieton", que quiere decir "no pintado por mano humana", el cual en ciertas ocasiones solía ser sacado en procesión. Se le añadieron al edificio otras cuatro escalinatas facilitando así la afluencia de fieles. La escalera original no se puede subir a pie, los fieles tienen que subirla de rodillas y parando en cada peldaño para rezar una oración. Para los que prefieran subir a pie están las escaleras laterales.
Desde 1723 está forrada de madera de nogal, para protegerla del desgaste producido por la continua subida de peregrinos. En este recubrimiento se pueden ver espacios protegidos por cristal en lo que al parecer eran restos de sangre de Jesucristo.



Una vez vistos todos los rincones de esta iglesia, salimos de la zona por la Porta di San Giovanni y nos fuimos al metro.



Nos bajamos en la parada de Cavour para ver la iglesia de San Pietro in Vincoli. La basílica fue construida en la mitad del siglo V para albergar la reliquia de las cadenas con las que ataron a San Pedro durante su encarcelamiento en Jerusalén.


Según cuenta la leyenda, la emperatriz Eudoxia (esposa del emperador Valentiniano III) ofreció las cadenas como regalo al papa León I. Cuando éste las comparó a las cadenas del primer encarcelamiento de San Pedro en la Cárcel Mamertina en Roma, las dos cadenas se unieron milagrosamente. Las cadenas se guardan en un relicario bajo el altar principal de la basílica.


Pero si por algo es famosa esta iglesia es por contener la famosa escultura del Moisés de Miguel Ángel. El Moisés, finalizado en 1515 y originariamente concebido como parte del monumento funerario independiente del papa Julio II junto con 47 estatuas más, se convirtió en el núcleo central del monumento.

Una duda que teníamos Julián y yo era por qué en esta y otras esculturas de Moisés se le presenta con cuernos. Investigando hemos descubierto que se debe a un error en la traducción de las Sagradas Escrituras. En el Antiguo Testamento, cuando Moises bajó con la Tablas de la Ley del Monte Sinaí, resplandores brotaban de su frente. En el texto hebreo que narra este pasaje, la palabra “karan” significa “rayo de luz”. Pero, en la traducción que hizo San Jerónimo al latín, confundió “karan” con “keren”, palabra que significa “cuernos”. De ahí quedó que al pobre de Moisés, su rayo de luz se le convirtiera en un par de cuernos y, para su desgracia, ésta fue la imagen que tomó Miguel Ángel para su escultura.



Desde aquí, y tras bajar y subir unas cuantas cuestas con el sol pegando fuerte, llegamos a la piazza del Esquilino, donde se encuentra la basílica de Santa Maria Maggiore, que, construída sobre un templo pagano de Cibeles, el lugar más grande e importante de los dedicados en Roma al culto mariano. Esta parte de la fachada, donde se encuentra el ábside, no tiene entrada, así que tuvimos que rodear la iglesia para encontrar la puerta.




Cuando estábamos dando el citado rodeo oímos una voz que dijo: "esos son del pueblo". Y, efectivamente, nos encontramos a una familia de paisanos de Navalucillos que también estaban en Roma de vacaciones. Y es que gente de Navalucillos te la puedes encontrar donde menos te lo esperes. Como decimos en el pueblo, somos muy "anduleros".


Tras la sorpresa y unos minutos de conversación encontramos la entrada, que estaba justo en la fachada contraria de la que habíamos visto.

La sensación que me produjo el primer vistazo no lo había sentido antes en Roma ni lo volví a sentir. Es poner un pie en la basílica y no puedes evitar que se te abra la boca. Es realmente impresionante. Tan grande, tan luminosa, tan rica... una maravilla en sí misma.

De esta iglesia se pueden destacar muchísimas cosas, como la capilla Sixtina (construida para enterrar al papa Sixto V), la capilla paulina también llamada Capilla Borghese (construída para enterrar al papa Pablo V), la tumba de Bernini...

Pero sin duda uno de los rincones que más llaman la atención se encuentra justo bajo el altar mayor. Se trata de la cripta de Belén, donde se encuentran enterradas figuras destacadas de la historia católica, como el papa Pío V o san Jerónimo, Doctor de la iglesia, quien tradujo la Biblia al latín en el siglo IV (el que confundió los rayos con los cuernos).

La cripta tiene un altar y asientos para celebrar la eucaristía. Aquí celebró su primera misa como sacerdote san Ignacio de Loyola el 25 de diciembre de 1538, antes de crear la Compañía de Jesús.

En este pequeño recinto pudimos ver una gran estatua de Pío IX orando ante una preciosa urna ovalada de cristal y plata.

¿Que por qué reza ante la urna? Pues porque se dice que contiene las reliquias de la Sacra Culla, es decir, los restos de la que se cree que fue la cuna donde nació Jesús, que fueron traídos a Roma por la madre de Constantino. Se dice que los fragmentos están muy deteriorados y se plantea retirar de la vista al público la urna que las contiene para proceder a su conservación. Así que, por si eso sucede, nosotros queremos compartir esta imagen con vosotros.


Pero a mí, personalmente, lo que más me gustó (como casi siempre) fue el artesonado. De estilo renacentista, sigue un diseño de Giuliano da Sangallo. Se dice que fue dorado con oro de los incas regalado por los Reyes Católicos al Papa español Alejandro VI (pero se trata de un dato erróneo, ya que el imperio inca fue conquistado durante el reinado de Carlos I, así que no conocemos la procedencia de dicho oro).


Cuando acabamos de ver la basílica (que nos llevó un buen rato) nos fuimos andando hasta la estación de Termini y allí cogimos el metro hasta la Piazza di Spagna, llamada así por encontrarse en ella la sede de la embajada de nuestro país.

La monumental escalinata de 135 peldaños, diseñada por Alessandro Specchi y Francesco De Sanctis fue inaugurada por el Papa Benedicto XIII con ocasión del Jubileo de 1725. La construcción de la misma se lleva a cabo gracias a aportaciones de la Casa de los Borbones franceses (1721-1725) para conectar la embajada española (borbónica), con la iglesia de Trinità dei Monti (de origen francés, donada por el rey de Francia Carlos VIII a la Orden de los Mínimos de San Francisco de Paula, por lo que toda la zona de la Trinità dei Monti fue, a partir del siglo XVI, un área de influencia francesa), salvando el desnivel del lado de la colina del Pincio.



La calle que se ve a mi espalda en la siguiente foto es Via Condotti, famosa en la ciudad por sus exclusivas tiendas de lujo. Julián quiso que paseásemos por ella, pero ya sólo viendo las tiendas situadas a ambas esquinas de la calle (las que dan a la plaza, una de ellas era de Gucci y la otra no la recuerdo bien, pero era del mismo estilo) me dije que era tontería sufrir en vano viendo cosas que seguramente me gustarían y que no podía permitirme comprar, así que nos fuimos a ver más monumentos, que era a lo que realmente habíamos ido a Roma.



Bueno, la verdad es que lo siguiente no fue un monumento sino un restaurante (que ya era la hora de comer). Concretamente se llamaba Pizzeria Ristorante Ciro (Via della Mercede 43). Pedimos un menú Sorrento y un menú Positano. Comimos bien (aunque no tanto como otros días, sobre todo por la cantidad, pero tampoco se podía esperar más de un menú de 7 euros por persona). Al salir, teníamos la necesidad de nuestro heladito de costumbre. Fuimos a una heladería que había cerca de la plaza, justo a la salida del metro (Bar Gelateria Mariotti) . Julián se compró un helado, pero yo lo cambié por una ración de sandía. Nos sentamos a tomar el postre en una de las pocas sombras libres que había en la escalinata y después subimos hasta arriba para ver la iglesia de Trinità dei Monti.



Pero no pudimos visitar su interior porque los lunes está cerrada. Así que, tras pasar un ratito contemplando la fachada, seguimos con nuestro recorrido. Cogimos la Via Sistina y la recorrimos entera hasta llegar a la Piazza Barberini y su Fontana del Tritone. Seguimos por la misma calle, que a partir de esta plaza se llama Via delle Quattro Fontane, hasta el cruce con la Via del Quirinale. En este punto estrátegico podemos encontrar cuatro fuentes que representan el río Tíber, el Arno y las divinidades de Diana y Juno. La primera es el símbolo de Roma y la segunda, de Florencia, mientras que las de Diana y Juno representan la fidelidad y la fortaleza, respectivamente.


Al lado de una de las fuentes se encuentra la iglesia de San Carlo alle Quattro Fontane, que tampoco pudimos visitar porque sólo abre por las mañanas. Se trata de una iglesia construida entre 1638 y 1641 por encargo de la Orden de los Trinitarios Descalzos en 1637. Diseñada por Francesco Borromini, es una de las piezas maestras de la arquitectura Barroca.



Una vez pudimos apartar los ojos de la fachada, seguimos nuestro camino, no sin antes refrescarnos un poco, que para eso teníamos cuatro fuentes para elegir.


Caminando por la Via del Quirinale nos encontramos la iglesia de Sant'Andrea al Quirinale. Ésta, al revés que la anterior, se podía visitar por dentro, pero tenía la fachada cubierta por una lona verde porque estaba siendo restaurada. Se trata de la sede del noviciado de la Compañía de Jesús, construída entre 1658 y 1670 a partir del proyecto de Gian Lorenzo Bernini. Una de las características más importantes de la iglesia, dedicada al martirio de San Andrés, es que en ella reposan los restos de San Estanislao de Kotska.


Y desde allí fuimos a la Piazza del Quirinale, donde se encuentra el palacio del mismo nombre, residencia oficial del Presidente de la República Italiana y uno de los símbolos del Estado italiano. En la plaza encontramos también el magnífico grupo escultórico que representa a Castor y Pollux. Y allí nos quedamos nosotros un ratito, sentados en el suelo observando la escultura (a la vez que descansando los pies). Pero el momento de relax no duró demasiado porque aún nos quedaban muchas cosas por ver.



Cuando nos pusimos en camino nos dirigimos hacia la Fontana de Trevi, que es la mayor (con 25,9 metros de alto y 19,8 de ancho) y más ambiciosa de las fuentes barrocas de Roma. Si nos fijamos bien, la fuente forma parte de la fachada del Palacio Poli, aunque hemos de decir que es la parte más vistosa, sin duda. La fuente fue diseñada por Nicola Salvi en tiempos del Papa Clemente XII. Los trabajos empezaron en 1732 y terminaron en 1762, mucho después de la muerte de Clemente, cuando el Neptuno de Pietro Bracci fue situado en el nicho central.


Nosotros, como buenos turistas, arrojamos la moneda en la fuente. Pero lo hicimos juntos, así que no hay foto. Lo que sí que hay es explicación. La costumbre de las monedas surge a raíz de la película de 1954 "Tres monedas en la Fuente" (dirigida por Jean Negulesco y protagonizada por Clifton Webb y Dorothy McGuire). En la película, las tres monedas eran arrojadas por tres personas diferentes.
La leyenda auténtica dice que arrojar una moneda asegura que quien lo hace volverá a Roma, dos que se enamorará de una guapa romana (o romano) y tres que se casará con ella (o con él) en Roma. Eso sí, las monedas tienen que ser arrojadas con la mano derecha sobre el hombro izquierdo.


Después del momento "guiri", cogimos el autobús hasta la puerta del Foro, que era la zona central en torno a la que se desarrolló la antigua Roma y en la que tenían lugar el comercio, los negocios, la religión y la administración de justicia.



En este recinto se conservan ruinas de numerosas construcciones. Aunque, como ya dijimos en días anteriores, mi favorito es el templo de Saturno.



Pero, independientemente de los gustos, uno no puede por menos que imaginar, en primer lugar, aquella amplia avenida, la de la Vía Sacra, ocupada por numerosos puestos de comida y antiguas tiendas que se alzaban junto a los templos, a los romanos paseando por ella, con aquellas vestimentas típicas, a algunas mujeres reclamando la atención para llevarlos a sus burdeles, famosos en este lugar y época, y cómo no, aquellos momentos en que los senadores tenían que cruzar la avenida para llegar al Senado.




Nuestro paseo por la Via Sacra nos transportó a la época de la Roma imperial. Al final de ella, Arco de Tito, construido en honor a la victoria de Roma sobre Jerusalen en el año 70 A.C. Al posar para la foto me di cuenta de que mi túnica había encogido un poquito.





Este campo de ruinas lleva impresos en su suelo los doce siglos de historia romana. Es emocionante pensar que los lugares por los que estábamos paseando en esos momentos habían visto pasear muchos siglos antes a algunos de los personajes que más han influido en la historia. Quién sabe si nosotros también tendremos la oportunidad de aportar nuestro granito de arena para mejorar el mundo.

Despúes del momento filosófico de la jornada, volvimos a salir a la calle, exactamente a la explanada del Coliseo, desde donde cogimos el metro.


Nuestro destino era, de nuevo, la Piazza di Spagna. Esta vez, en lugar de la escalinata, nuestro punto de referencia fue la Fontana della Barcaccia. Esta célebre escultura, que debe su nombre a su parecido con un barco naufragado, es obra de Pietro Bernini.
La obra se finalizó en 1627, según se dice inspirada por la llegada a la plaza de un barco en la inundación del Tíber en 1598. La anécdota serviría para que el Papa Urbano VIII le encargase su realización a Pietro Bernini, ayudado del hijo que más tarde le sobrepasaría en fama y técnica, Gian Lorenzo.
Como ya venía siendo habitual, aprovechamos nuestra cercanía a la fuente para refrescarnos.

Cuando estábamos en la fuente empezamos a sentir hambre, así que nos fuimos al McDonald's que hay al lado de la plaza. He de decir que ha sido la única vez en todo el viaje que hemos comido en un fast food, todo un logro. Pero es que en Italia es pecado hacer eso. Aunque la verdad es que nos pillaba cerca y era rápido y económico, justo lo que íbamos buscando.
Al salir volvimos a la plaza, donde había un concierto de ópera. Nos sentamos en la escalinata a verlo (como hacía todo el mundo), aunque ya lo pillamos terminando y sólo pudimos oír un par de canciones. La verdad es que mereció la pena, sobre todo por el ambiente que había en la plaza.

Después de un rato pensando, consiguí atreverme a acercarme a la fuente para hacerme una foto dentro de ella. Me daba bastante miedo porque el suelo está muy desgastado y mojado y resbala mucho (y las chanclas que llevaba tampoco eran muy adherentes). Pero no quería volver a casa con la espinita clavada. Al final conseguí salvar la situación sin el más mínimo traspiés (y menos mal, porque si me llego a caer delante de tanta gente me muero de vergüenza).




Como podéis imaginar, después de un día tan completo estábamos cansadísimos, pero no queríamos volver de Roma sin haber visto la Fontana de Trevi iluminada. Así que, como estábamos al lado, decidimos tomarnos el postre allí. Como no, un par de helados (esta vez de Trevi Cafe', el sitio donde ya pude disfrutar de sus helados en el viaje de fin de curso de mi instituto, allá por 2001) 




Con el calor que hacía, los helados no eran suficiente para quitarnos el calor. Así que empezamos a recordar la famosa escena de la película de 1960 titulada "La Dolce Vita", dirigida por Federico Fellini, en la que los protagonistas se bañan en la Fontana.




Nosotros, una vez más, mucho menos afortunados que Marcello Mastroianni y Anita Ekberg, no pudimos disfrutar de ese baño porque teníamos que compartir la Fontana con toda una multitud.


Así que, después del helado, vuelta al hotel a descansar, que teníamos que estar frescos para nuestro último día en Roma, con viaje en tren incluído.

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