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Semana Santa 2012 (IV): La Bella Easo pasada por agua

Nuestro viaje llegaba hoy a su fin, y qué mejor forma que revisitando San Sebastián y admirando por última vez sus calles y rincones antes de volver a casa. Para ello, recogimos nuestro equipaje de la casa rural en la que hemos dormido estos días y nos encaminamos a la capital donostiarra.



Allí, el tiempo era similar al de estos días: nublado y con previsión de lluvia. Lo primero que hicimos fue subir hasta el monte Igeldo. Allí tuvimos que pagar la entrada con el coche. Cuando salimos del mismo, un poco más abajo del aparcamiento del parque de atracciones que hay en lo alto del monte, nos esperaba un viento fortísimo y muy frío. En el mirador en el que estábamos había unas buenas vistas de San Sebastián, pero supusimos que más arriba serían mejores, así que fuimos hasta lo alto. Mery se encontraba un poco mal por el frío y el tremendo viento, así que se quedó al resguardo mientras yo iba a inspeccionar el parque de atracciones.

Más que un parque de atracciones, en realidad parecía una feria como las que estamos acostumbrados a ver en los pueblos, con atracciones pequeñas y desmontables (la diferencia es que en este caso no se desmontaban). En cualquier caso, tenía su encanto, y las vistas desde arriba eran preciosas, con toda la bahía de la Concha, las playas de la Concha y Ondarreta, la isla de Santa Clara y los monumentos de la ciudad.



Al bajar del monte Igeldo, aparcamos en las cercanías de la playa de Ondarreta y dimos un paseo por la misma, hasta llegar a su final, donde se encuentra el conjunto escultórico del Peine del Viento. La zona es muy impresionante, Chillida y Peña Ganchegui han sabido captar muy bien la fuerza del viento al entrar en la bahía donostiarra. Como dijo Chillida, se trataba de que el vientro entrara "peinado" en San Sebastián.



Recorrimos la playa en el sentido contrario y, tras hacernos unas fotos en la misma, llegamos hasta el Parque de Miramar, donde está su famoso palacio.





El palacio recuerda al de la Magdalena de Santander y, en los jardines, hay plantadas multitud de flores que dan un paisaje muy colorido, en el que una fotógrafa como Mery pudo explayarse a gusto.



En ese momento el chaparrón intermitente que nos había acompañado se intensificó. Corrimos hasta el coche, pero no pudimos evitar llegar a él calados hasta los huesos. Mientras poníamos la calefacción para recuperar la temperatura, nos encaminamos al centro de la ciudad, donde habíamos quedado con nuestra amiga Teresa.



Con ella fuimos a comer a un restaurante mexicano (no todo van a ser pintxos, jeje) y dimos una caminata por el paseo marítimo, hasta llegar a casa de la hermana de Teresa. Allí pudimos subir a la azotea, desde donde se ven una preciosas vistas de la bahía y de toda la ciudad.

Tras despedirnos de Teresa, fuimos a la zona del río Urumea, hasta llegar al puente más bonito, el de María Cristina.



Desde allí nos volvimos al coche, pero antes de abandonar la ciudad queríamos visitar la Plaza de la Constitución, ubicada en la parte vieja, así que volvimos a aparcar en el parking del Kuursal y fuimos a visitarla.




Ya no nos quedaba tiempo para más, así que volvimos al coche y pusimos rumbo a casa, aunque a medio camino tuvimos que hacer una parada no planificada al principio del día. Resulta que me había olvidado de devolver la llave de la habitación, con lo que tuvimos que volver a Aizarnazábal (donde está nuestra casa rural) para dársela.

Y esto fue todo, el tiempo no nos ha acompañado (excepto el rato que estuvimos en Biarritz) pero hemos visto un montón de cosas bonitas.Sin duda toda esa parte de la costa vasca merece la visita que hemos hecho.

Semana Santa 2012 (III): Escapada a Francia

Nuestra ruta de hoy miraba al norte, y concretamente a Francia. Aprovechando la cercanía con la frontera, tocaba visitar las dos principales ciudades del País Vasco francés: Bayonne y Biarritz. Y, si quedaba tiempo, al volver a España dar una vuelta por Hondarribia, con su bonita ciudad amurallada.

Hasta llegar a Bayonne (la Baiona vasca) la única anécdota destacable han sido los aguijonazos en forma de peajes que hemos ido sufriendo cada pocos kilómetros. Que si 2 euros y pico por aquí, que si 2 euros y pico por allá... al final cuesta una fortuna pasar de un lado a otro de la frontera. Lo que han quitado en declarar en las aduanas, lo sacan ahora en las autopistas...



Una vez llegados a Bayonne y encontrada la oficina de turismo, hemos visto que la Catedral (el monumento principal de la ciudad) ya no abría hasta la tarde. Así que hemos tomado la determinación de irnos a visitar primero Biarritz. La decisión ha sido acertada, puesto que así hemos disfrutado del gran tiempo que ha hecho en la ciudad costera durante el mediodía.

La impresión que nos deja Biarritz es que es un centro de veraneo de lujo. Muchísimas mansiones, casonas antiguas en buen estado, etc. Vamos, que se ve que hay dinero. Si a eso se le añade una playa con muchísima animación, una zona rocosa muy bella y un promontorio con faro incluido desde el que tener una estupendas vistas de todo el conjunto, queda una ciudad muy bonita y en la que tiene que ser una gozada veranear.



En nuestro recorrido vimos lo descrito en el párrafo anterior. Tras dejar el coche en un parking del centro de la ciudad, la salida no coincidía con alguna calle llena de tráfico o un callejón en mal estado. Salimos directamente a un balcón desde el que se veían unas preciosas vistas de la playa.



Bajamos hasta el paseo marítimo, donde se estaba celebrando una competición de surf muy bien organizada, pero en la que no se podía distinguir demasiado de los participantes ni quién estaba compitiendo. Supongo que ayudaría mi desconocimiento del francés y de este deporte.

Tras pasar por la zona del Casino (que era donde se estaba celebrando la competición), fuimos a buscar la oficina de turismo. Desde allí, nos dirigimos hacia el faro, pasando por la zona de las grandes mansiones (entre ellas el edificio más espectacular era el hotel Gran Palais, en cuyo restaurante el postre más barato ascendía a 21 euros).



De camino también vimos la iglesia ortodoxa, construida por los rusos intalados en Biarritz. Por fuera es curiosa, pero nos quedamos sin verla por dentro porque en ese momento estaba cerrada.



Llegamos a la zona del faro. Puesto que quedaba media hora para que abriese, decidimos comprar un bocadillo en un puestecito que había al lado y comerlo sentados en un banco cercano con unas preciosas vistas de la ciudad. ¡Mery no se puede quejar, ya que la he invitado a comer al sitio con mejores vistas de todo Biarritz! Los bocadillos, calentados en el horno, nos supieron a gloria y nos dieron fuerzas para acometer la subida al faro, consistente en 248 peldaños de una escalera de caracol. Pero las vistas arriba merecían la pena.



Cogimos después el camino de vuelta y, una vez llegados a la zona central de Biarritz, fuimos por el lado contrario de la costa hacia la zona más rocosa de la ciudad. Allí se encuentra la Virgen de la roca, que es un islote al que han añadido una pasarela para comunicarlo con tierra firme.Pero ahora mismo la pasarela está en obras, así que nos tuvimos que conformar con verla desde lejos y hacer las fotos de rigor.



De camino a la zona rocosa habíamos visitado el último monumento de Biarritz, la iglesia de Santa Eugenia. Nos pareció especialmente bonita, sobre todo su interior con el contraste de colores que tienen sus distintas piedras.



Una vez disfrutado Biarritz, cogimos el coche en dirección a Bayonne. La última parada en la ciudad costera consistió en una pequeña desviación que me consintió Mery para que pudiera acercarme al estadio del Biarritz Olympique, el equipo de rugby de la ciudad, donde pude hacer alguna foto.



Pero no había tiempo para más, puesto que debíamos darnos prisa para llegar a tiempo de ver la Catedral y su claustro. A lo primero llegamos, pero a lo segundo no, así que nos debimos conformar con verla desde los ventanales exteriores.



 En cuanto a la catedral, por fuera es muy bonita, destacando las dos agujas que presiden sus torres, aunque por dentro a mi me decepcionó un poquito.




Queríamos seguir visitando la ciudad, pero nos encontramos que en el barrio antiguo debía de haber alguna fiesta y tenían montado una especie de macro botellón callejero, por el que era prácticamente imposible entrar. Tras hacer un par de infructuosos intentos de atravesarlo, llegamos a la conclusión de que lo mejor era abandonar la ciudad.Además, estaba empezando a llover y eso acabó por rematar nuestras ganas de seguir explorando la ciudad.

Regresamos a España, y nada más cruzar la frontera con sus correspondientes peajes, dejamos la autopista y nos encaminamos hacia Hondarribia. La antigua Fuenterrabía tiene un casco antiguo amurallado muy típico y bonito, que pudimos disfrutar gracias a la audioguía de la ciudad que se había descargado Mery de internet. Destacan principalmente el Castillo de Carlos V, que actualmente es el único Parador Nacional ubicado en Guipuzcoa, la iglesia de Santa María de la Asunción y del Manzano, la muralla y los baluartes defensivos, y en general todo el conjunto de callejuelas y edificios que le dan un sabor especial y auténtico a esta parte de la ciudad.




Tras visitarlo, nos fuimos al otro punto interesante de Hondarribia: el barrio de los pescadores, la Marina, donde se encuentran las casitas típicas con balcones de distintos colores y los bares de pintxos ideales para cenar.



 Y eso fue exactamente lo que hicimos: elegimos el que mejor pinta nos dió (un bar llamado Gran Sol) y no nos equivocamos, puesto que los pintxos tenían una cuidada elaboración y estaban verdaderamente ricos. Además, el precio fue bastante barato y, aunque nos costó, acabamos encontrando una mesa donde sentarnos, puesto que ya empezábamos a estar cansados.


Y con la buena sensación dejada por Biarritz y Hondarribia, y la pequeña decepción causada por las circunstancias y la climatología en Bayonne, nos fuimos de nuevo a la casa rural a reponer fuerzas de cara al último día de estas vacaciones.

Semana Santa 2012 (II): Por los pueblos costeros

Hoy nuestro itinerario tenía 3 paradas: Zumaia, Getaria y Zarautz, los pueblos costeros al este de San Sebastián. Tras desayunar en el comedor de la casa rural, nos hemos puesto en marcha. A esa hora estaba lloviendo intensamente. La lluvia nos ha acompañado durante toda la jornada, variando su intensidad pero casi nunca desapareciendo del todo, excepto un breve rato en Zumaia, en el que incluso llegó a salir el sol. En cualquier caso, el protagonista del día ha sido el paraguas.

Zumaia era la primera parada. Por suerte, al llegar y tras haber dejado el coche al lado de la oficina de información turística (en la que hicimos acopio de folletos sobre la zona), dejó de llover. Fuimos hacia el río Urola, que desemboca en el Cantábrico en esta población. Allí estaban entrenando varios traineros, estampa típica de las aguas vascas.



Nos dirijimos al casco antiguo, donde destaca la iglesia de San Pedro. Por fuera es un edificio impresionante de piedra, más parece una fortaleza que un templo. Por dentro, su estilo gótico con una sola nave me gustó mucho.





Otro de los atractivos de Zumaia es el camino que se adentra en el mar y separa la desembocadura del Urola del rompeolas que hay a su izquierda. Aunque chispeaba ligeramente, es un paseo muy agradable, con unas bonitas vistas tanto del mar, como del pueblo según te vas alejando de él.




Como añadido, se pueden ver las curiosas formaciones geológicas que protagonizan estas costas, los Flysch. Es impresionante ver cómo el suelo marino se ha replegado de tal forma que actualmente está en posición vertical.



Para cerrar la visita turística por Zumaia cogimos el coche y fuimos hasta una elevación en la sierra desde la que se podían ver unos paisajes preciosos. Panorámicas así son las que convierten al País Vasco en un sitio único.




Y, como era la hora de comer, decidimos hacer una última parada en Zumaia, para degustar unos ricos manjares en el casco antiguo. Yo iba con la idea de repetir la comida a base de pintxos, pero entramos en un bar con un buen menú, así que decidimos que era mejor idea comer de menú, puesto que ya se sabe que lo poco gusta pero lo mucho cansa. Así pues, en el bar Zalla comimos ese menú con ensalada mixta y pollo con patatas, muy abundante y sabroso, en lo cual seguramente influiría que el bar era también pollería.

Siguiendo la costa en dirección a San Sebastián, la siguiente parada era Getaria. Este pueblo es famoso por sus ilustres hijos (Elcano y Balenciaga, cada uno en su campo), por su afamado txacolí y por la península que sobresale hacia el mar, en la que se encuentra el monte de San Antón, pero que es conocida como el Ratón de Getaria, ya que tiene la forma de dicho animal de perfil.



Dejamos el coche en la parte nueva del pueblo (cerca del museo dedicado al modisto Balenciaga) y nos encaminamos rápidamente a la parte antigua. Allí, entre callejuelas con encanto, lo primero que sobresale es la Iglesia de San Salvador. Este templo resulta tremendamente curioso. No es casualidad que todos los que entramos a visitarlo comentábamos lo mismo como primeras impresiones: "¡Qué rara es esta iglesia!" Para empezar, tiene un acusado desnivel, estando mucho más alta la zona del altar que el fondo del templo (el desnivel es tal que, cuando te sientas en los bancos da la sensación de que te vas a caer para atrás).




Las formas no son rectas, los ventanales son muy asimétricos, está construida en 4 alturas (una parte más baja, la zona principal, y dos zonas elevadas con bancos desde donde seguir la ceremonia y a las que se accede mediante escaleras de madera. Mery y yo coincidimos en que es la iglesia más rara que hemos visto nunca.




Al salir, cruzamos un pasadizo por debajo de la iglesia (que recibe el nombre de katrapona) que lleva hasta la parte del puerto.



 O mejor dicho, hasta la parte superior del puerto. Si quieres acceder a la zona en la que está el mar y los barcos amarrados, tienes que bajar por unas escaleras. Así es este pueblo, lleno de cuestas por todos los lados.




Al volver, hicimos fotos en los varios monumentos y estatuas erigidos sobre Juan Sebastián Elcano (el primer marino que dió la vuelta al mundo, aunque no tardó 80 días como Phileas Fogg, sino 3 largos años de hambre, batallas y penurias junto a la tripulación que le acompañó) y entramos en la oficina de turismo para coger algún folleto y visitar una interesante exposición sobre la actividad pesquera del pueblo. En dicha exposición había un mural sobre el viaje de Elcano que leí con gran interés.





El último pueblo de la ruta era Zarautz. Sin duda, el más grande de los tres. Orientado al turismo de "alto nivel" y paraíso de los surferos.



La lluvia nos acompañó prácticamente todo el rato que estuvimos en el pueblo, pero no nos impidió disfrutar de una agradable caminata por el paseo marítimo mientras observábamos a los surfistas intentar coger olas, ver con claridad el Ratón de Getaria (desde Zarautz es desde donde mejor se distingue la curiosa forma de la península), recorrer el casco antiguo, en el que destaca la Torre Luzea, cenar unos sabrosos pintxos (esto se está convirtiendo en agradabilísima tradición de este viaje) en el bar Iruña... hasta me tomé un helado de postre, contagiado por el ambiente veraniego que se respira en todo Zarautz y por la cantidad de clientes que tienen las muchas heladerías que pueblan la calle principal. Creo que ha sido la primera vez en mi vida que iba por la calle comiendo un cucurucho de helado mientras llovía.


           


La última parada del día ha sido el hotel-restaurante que el famoso cocinero Karlos Arguiñano tiene en Zarautz. Mery había visto fotos del mismo y quería echarle un vistazo. La verdad es que está levantado en un palacete espectacular. Estoy seguro que el precio del menú no será precisamente barato.


En resumen, el día de hoy, sin visitar grandes ciudades, nos ha dejado de nuevo un estupendo sabor de boca, puesto que hemos estado en tres pueblos muy distintos entre sí pero llenos de encanto, con el denominador común de una costa cantábrica que hemos admirado en toda su belleza y en las condiciones más habituales: bajo la lluvia.