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Viaje a Irlanda (IV): Adare y Kilkenny

Por la mañana, al salir a correr un rato, pude visitar algunos de los puntos principales de Limerick. Y ésa fue la única visita que hicimos aquí: de inmediato cogimos el coche y nos fuimos de la ciudad, ya que no teníamos mucho tiempo (a las 7 de la tarde teníamos que devolver el coche en Dublín, y queríamos ver varias cosas antes). Así pues, mis carreras por Thomond Park (el mítico estadio de rugby de Munster), el castillo de Limerick y la catedral fueron lo único que vimos de esta ciudad.



Cogimos el coche y nos fuimos a Adare, un pequeño pueblo con aire medieval situado en las cercanías de Limerick.

Nada más llegar fuimos a la oficina de turismo y comenzamos nuestras visitas con la abadía de la santísima trinidad, la iglesia parroquial del pueblo. También es conocida como la abadía blanca, debido a que los monjes vestían de ese color.


En contraposición, a la otra abadía del pueblo, la agustina, llamada abadía negra.

Cerca de la iglesia había una cruz celta que ayudaba a meterse en el ambiente medieval que se vive en el pueblo.


Otra de las estampas típicas de Adare son las casitas con techo de paja que hay situadas en la calle principal. Mery no pudo resistir la tentación de hacerse alguna foto con ellas.


Por último, visitamos la abadía negra. Al estar alejada del centro del pueblo, se nota que su estado de conservación es peor, pese a que es la iglesia protestante de la localidad.


Tras dejar Adare, teníamos que tomar una decisión sobre qué ver el resto del día, hasta regresar a Dublín. La ruta inicial nos llevaba a Galway. El problema es que por lo que habíamos leído, Galway es una ciudad sin grandes atractivos turísticos. La definición que más se repetía al definirla es que es una ciudad para vivirla más que para visitarla. Así pues, tomamos una ruta alternativa, a instancias de Mery. Elegimos visitar Kilkenny, que no entraba en nuestros planes pero por lo visto es una ciudad con interesantes monumentos. La decisión fue un acierto.

Llegamos a Kilkenny y vimos que el ambiente por las calles era efectivamente el de una ciudad medieval. Lo primero que nos sorprendió fue el color amarillo y negro que adornaba muchas de las viviendas, en diversas banderas, bufandas, etc. Posteriormente nos enteramos de que son los colores del equipo local de Hurling, los Kilkenny Cats, que el fin de semana siguiente jugaban la final del All-Ireland Championships.


Aparcamos cerca del castillo y fuimos para allá. Decidimos, en lugar de visitarlo por dentro, verlo por fuera y descansar un rato en el green que se encuentra a su entrada.


Tras el reparador ratito que estuvimos descansando, fuimos a visitar las dos catedrales de la ciudad; primero la catedral de Santa María.


Posteriormente, fuimos a la catedral de San Canice. Aquí se podía subir a la torre. Dicha torre era bastante curiosa, porque tenía forma cilíndrica, como la chimenea de una fábrica.


Además, la subida se realizaba por escaleras bastante angostas.


A pesar de ello, conseguimos subir y disfrutar las vistas de la ciudad desde lo alto.


No teníamos tiempo para mucho más, así que cogimos el coche rumbo a Dublín. Como íbamos apurados de tiempo, descartamos nuestra primera opción (pasar primero por el hotel para dejar las maletas) y nos fuimos directamente al aeropuerto a entregar el coche alquilado.

Una vez entregado el coche, cogimos un autobús que nos dejaba en las inmediaciones de nuestro hotel, apenas a 1 km de él. Llegamos, hicimos el registro y salimos en busca de un restaurante donde cenar. El problema es que la zona en la que estábamos (entre los barrios de Sandymount y Ballsbridge) es residencial y apenas hay sitios donde comer. Esto, unido a que era muy tarde para los horarios irlandeses, hacía que estuviera casi todo cerrado. Acabamos comiendo en un restaurante de kebabs, y nos volvimos al hotel a descansar. Eso sí, lo mejor de la zona del hotel es que estábamos al lado del Aviva Stadium, el antiguo Lansdowne Road, estadio de las selecciones de Irlanda de rugby y de Eire de fútbol.

Viaje a Irlanda (III): Derry y acantilados de Moher

El día comenzó en Derry con la visita a los murales del barrio de Bogside, donde tuvieron lugar los enfrentamientos más crudos de "the troubles", cuyo punto culminante en Derry fue el Bloody Sunday, en el que el ejército disparó contra una manifestación pacífica, lo que provocó más de una decena de muertos. Hay muchos menos murales que en Belfast, pero como los visitamos dando un paseo, los disfrutamos más. Impresiona estar en un sitio donde hace 40 años se desarrollaron todos estos conflictos, que en Derry sí que parecen realmente superados en su totalidad. Eso sí, en la ciudad se puede ver numerosa policía. En cualquier caso, paseando por las calles de Bogside, me sentía en un lugar que es parte de la historia moderna.



Entramos en la ciudad amurallada (el centro histórico de Derry está totalmente amurallado) y visitamos la iglesia de Saint Agustine. Por fuera tenía una pinta idílica, parecía un edificio de cuento de hadas, pequeñita pero muy coqueta.


Después nos subimos a las murallas y recorrimos un tramo por encima de ellas, justo hasta llegar a la catedral de Saint Columb. Otro edificio muy bonito, aunque en esta ocasión majestuoso y grande.


Justo cuando íbamos a salir de la catedral comenzó a llover abundantemente, así que tuvimos que hacer uso de los chubasqueros. Nos encaminamos hacia la plaza central de la ciudad amurallada, The Diamond, con su monumento a las víctimas de las guerras mundiales.


Continuamos bajando la calle principal hasta llegar a una de las puertas de la muralla (Shipquay Gate), saliendo hacia la plaza del ayuntamiento, donde se encuentra dicho edificio. Fue lo que más nos gustó de Derry, ya que es realmente bonito: parece una iglesia, combina piedra, vidrieras y ladrillo y estéticamente es distinto a cualquier otro ayuntamiento que hayamos visto antes.



Estábamos al lado del río de Derry, el Foyle, así que lo cruzamos por el Puente de la Paz. Tiene una arquitectura curiosa, ya que curvea a lo largo del recorrido. Al llegar al otro lado hicimos fotos de la orilla izquierda, con el ayuntamiento divisándose entre los pilares del puente.


Tras esto, nos volvimos, puesto que el otro lado del río no parece tener monumentos tan interesantes (o al menos esa impresión me dio cuando vine corriendo por la mañana).

Sin tiempo para mucho más, nos fuimos de Derry. Nos había gustado mucho, puesto que la ciudad tiene un aire medieval, con sus numerosas iglesias, incluida la catedral. Además, el ayuntamiento nos pareció precioso. Por último, cuenta con añadidos interesantes para el viajero, como los murales de Bogside o el Puente de la Paz.

Nuestro camino nos llevaba a cruzar Irlanda casi de norte a sur: desde Derry, una de las ciudades más al norte de la isla, hasta Limerick, ya en la provincia más al sur (Munster). La isla de Irlanda está dividida en 4 provincias: Ulster al norte, Connacht al oeste, Munster al sur y Leinster al este. A su vez, cada provincia se divide en varios condados. Durante el camino hacia el sur aprovechamos para escuchar en la radio del coche la retransmisión de la semifinal del campeonato de fútbol gaélico (GAA All Ireland) que estaba enfrentando a Mayo contra Kerry. Finalmente ganaron estos últimos.

Pero antes de descansar en Limerick, teníamos que llegar a los Acantilados de Moher (Cliffs of Moher). En la costa oeste de la isla, estos acantilados son un paisaje que realmente deja sin respiración. Simplemente te hace sentir el poder de la naturaleza y su inmensidad.


Nos quedamos allí hasta el atardecer, que fue un momento precioso, con el sol poniéndose en el Atlántico delante de nuestros ojos.


Solo nos quedaba volver a coger el coche para acabar el día en Limerick, Una vez instalados en el hotel salimos a cenar a un restaurante Supermac´s, donde tomamos una pizza Papa John´s.

Viaje a Irlanda (II): Belfast y la costa norte

Antes de que comenzáramos nuestra jornada de turismo, decidí irme a correr por los sitios más representativos de la ciudad, para comprobar si merecían la pena. Al volver al hotel, tras informar a Mery, comenzamos nuestro día.

Lo primero que hicimos fue visitar la Universidad de Queen´s. Solo vimos la fachada del edificio principal, pero nos pareció muy bonita.



Después de eso, continuamos hasta el Botanic Gardens Park. A la entrada se encuentra una estatua de Lord Kelvin, físico nacido en Belfast y que, entre otras muchas cosas, desarrolló la escala Kelvin de temperatura.



Más allá de la entrada se encuentran el edificio del invernadero y el característico Green de los parques británicos: esto es, un espacio amplio de césped en el que (en los días de buena temperatura) la gente se tumba, juega, come, etc.



Dejamos atrás esta parte de la ciudad y volvemos a pasar por el Ayuntamiento. Sin la iluminación con la que lo vimos la noche anterior pierde parte de su atractivo, aunque sigue siendo un edificio majestuoso en un bonito entorno.


Nos dirigimos a las cercanías del río de Belfast, el Lagan, donde se encuentra el Albert Memorial Clock, un reloj en lo alto de una torre que a mi se me asemeja al Big Ben en pequeñito.


Un poco más allá se encuentra la estatua del pez hecha con azulejos (The Big Fish).


Hacemos una rápida incursión a la catedral y volvemos a por el coche, puesto que nuestra próxima parada está un poco más alejada del centro.



Es el edificio del Titanic de Belfast, un museo centrado en este barco, que fue construido en esta ciudad.


La exposición es cara, pero poco a poco te metes en la historia y acabas con la sensación de empatizar con las víctimas del terrible hundimiento.


Tras terminar de ver toda la exposición, nos fuimos a la zona de los murales. Dichos murales fueron construidos durante la época de mayor conflicto entre la comunidad católica y la protestante (lo que aquí llaman un poco eufemísticamente "The troubles") y eran una forma de apoyar a los suyos y atacar a los contrarios. Como teníamos poco tiempo, pasamos por las dos calles principales (la católica Falls Road y la protestante Shankill Road) con el coche, sin poder bajarnos. Los veríamos con más calma en Derry. Lo que sí impresiona de los de Belfast es que sigue notándose ese ambiente de "hostilidad": en la parte católica todo son referencias a la verde Irlanda, mientras que en la protestante la Union Jack es la estrella.



Salimos de Belfast y enfilamos la ruta costera (Causeway Coastal Route). Esta ruta de gran belleza va desde Belfast a Derry, recorriendo los pueblos y paisajes más pegados al mar.


Lo cierto es que comenzamos con un gran atasco provocado por unas obras en la carretera, pero luego fuimos pasando por idílicas zonas costeras, hasta llegar a nuestro objetivo: la Calzada del gigante. Se encuentra en la parte más septentrional de Irlanda del Norte, y es un entorno en el que el principal atractivo es una formación de rocas basálticas cuyas caprichosas formas (parecen adoquines tallados por el ser humano) se deben al enfriamiento hace millones de años de la lava de la que provienen.


El entorno es espectacular. Disfrutamos muchísimo de este capricho de la naturaleza, aunque la climatología fuera especialmente adversa en el rato en el que estuvimos allí. Viento fuerte y una lluvia pertinaz nos recordaron que estos paisajes son preciosos, pero la vida en esta zona del mundo no debe de ser nada fácil para sus habitantes, que no vienen aquí de turismo durante una semana, sino que tienen que convivir con este clima durante todo el año.


Terminada la visita a la zona, nos acercamos al Castillo de Dunluce. Ya no se podía visitar, pero lo vimos desde las cercanías, desde donde se puede uno percatar de su curiosa ubicación, tan pegado al océano que parte del castillo se desplomó sobre el Atlántico hace muchos años.


Finalmente, llegamos a Derry. Conseguimos encontrar la casa en la que nos alojaríamos sin demasiados problemas. Mery estaba demasiado cansada para cenar, así que compré algo en un restaurante de comida rápida y lo devoramos en la habitación.

Viaje a Irlanda (I): Llegada a Belfast

Irlanda nos ha recibido con sol a nuestra llegada al aeropuerto de Dublin.



Pero ha sido un espejismo, puesto que en cuanto hemos bajado del avión, nos hemos encontrado ya las nubes características del país. Además, el tiempo, sin ser frío, sí era fresquito y con bastante viento.

En el aeropuerto hemos cogido nuestro medio de transporte en estos días que vamos a estar moviéndonos por la isla, un Nissan Micra rojo. Nada más cogerlo, llegan las primeras sensaciones extrañas: el conductor en el lado derecho, la palanca de cambios a mi izquierda, la ausencia de una superficie en la que apoyar mi brazo izquierdo y, por supuesto, la conducción por el carril más a la izquierda de la carretera y la circulación en el sentido de las agujas del reloj al tomar las rotondas.


Los primeros cinco minutos te sientes raro. La siguiente hora te vas acostumbrando, y tiene pinta de que dentro de 3 días me parecerá que llevo toda la vida conduciendo al estilo anglosajón.

Cogemos la autovía/autopista y en poco rato nos plantamos en otro país: apenas se nota nada, puesto que no hay ninguna frontera visible entre Irlanda e Irlanda del Norte. Lo único, un cartel que indica que se entra en Irlanda del Norte y la constatación de que los topónimos dejan de estar escritos también en gaélico y las distancias pasan a ser en millas.


Una vez que encontramos el hotel Etap en Belfast y dejamos las maletas, decidimos salir a dar un paseo y cenar. Resultó que nuestro barrio era el más animado de la capital norirlandesa: ¡en el centro apenas hay un alma! La verdad es que nos sorprendió la poquísima gente que se ve por la calle en la zona entre el ayuntamiento y la catedral. Es cierto que tampoco hay apenas restaurantes o bares en esa zona, quitando los omnipresentes MacDonalds o Burger King, así que es la pescadilla que se muerde la cola: no hay gente porque no hay nada que hacer a esta hora, y no hay nada abierto porque no hay gente. No sabemos cuál de los dos factores es el origen y cuál la consecuencia, pero lo cierto es que el centro de Belfast, un jueves de agosto, parecía una ciudad fantasma. Seguro que el frío que empezaba a hacer a esas horas tampoco ayudaba.

Así pues, nos contentamos con dar un paseíto, ver la catedral y el ayuntamiento (este último muy bonito y con una iluminación que lo resaltaba extraordinariamente) y cenar en el McDonalds, que sabes que nunca falla.



Al volver al hotel, paramos en un supermercado que estaba abierto e hicimos acopio de comida para los desayunos.

Mañana comienzan las visitas más en serio, nuestro plan es ver Belfast y la Causeway Coastal Route, para acabar durmiendo en Derry. ¡Esperemos que el tiempo nos respete!