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Y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid...

...decidimos dedicar el último fin de semana de mayo a hacer turismo. Ya que íbamos al festival"Valladolid Latino 2010", decidimos hacer el viaje de una manera más cómoda que el año pasado. A diferencia del año anterior, que trabajé el sábado, asistimos al concierto y volvimos a Madrid, este año hemos cogido una noche de hotel para descansar antes y después del concierto y para visitar la ciudad.


Así que el sábado, a eso del mediodía, salimos de Madrid. Tras unas dos horas y media de viaje llegamos a nuestro hotelito. Como habíamos comido por el camino, nada más llegar nos echamos una siesta de una horita para coger fuerzas.


Sobre las 18:30 horas pusimos rumbo al estadio José Zorrilla, donde tenía lugar el festival. La verdad es que tuvimos mucha suerte: no encontramos atasco en la carretera para llegar, aparcamos bastante cerca de las puertas, no tuvimos que hacer colas para entrar y el concierto empezó a los cinco minutos de nuestra llegada.


Los encargados de abrir el festival fueron los vallisoletanos "Chloe" que, liderados por su cantante, Eva Martín, dieron a conocer parte de su aún escaso repertorio. El público aún estaba frío (es el handicap que tiene siempre el grupo que actúa en primer lugar), pero puso todo de su parte para que sus paisanos se sintiesen arropados.





Tras unos minutos de descanso (en los que los chicos de montaje cambiaban el escenario), salió a escena el grupo "Calle París". Patricia y Paul, los hermanos hispano-franceses, animaron al público, que empezó a corear sus canciones.

Tuvieron mala suerte los madrileños. Patricia anunció que la siguiente era su última canción, pero no lo pudo cumplir, ya que los chicos de "staff" empezaron a desmontar el escenario. Los músicos tuvieron que abandonar el escenario sin tener la oportunidad de despedirse o dedicar unas palabras al público.



Después del ya conocido descanso salieron al escenario los murcianos "Maldita Nerea", que después de años de trabajo ven por fin reconocido su esfuerzo a nivel nacional. Con canciones como "Cosas que suenan a...", "Por el miedo a equivocarnos" o "El secreto de las tortugas", consiguieron una gran complicidad con el público.



Después de los levantinos, el italiano Tiziano Ferro dividía las opiniones de los allí presentes. Unos estábamos encantados con su actuación. Otros, sin embargo, estaban deseando que terminase para ver a los artistas más latinos.

Se ve que la organización del festival estaba con los últimos, porque cuando el de La Latina entonaba su "Alucinado", se quedó sin sonido. El artista estuvo unos minutos sin poder cantar, tiempo que aprovechó para acercarse a su público y firmar numerosos autógrafos.
Una vez arreglado el sistema de sonido, Tiziano se disculpó ante su público y siguió su recital sin problemas.



Al terminar el artista había pasado ya la mitad del festival. Ya empezaba a notarse el cansancio, pero aún quedaba otro medio concierto, así que había que dosificar las fuerzas.

Tras un descanso bastante más largo de lo habitual, se desplegó este...¿como llamarle? ¿decorado? La verdad es que este lienzo tan "sencillo" no parecía digno de la gran diva del pop que saldría a actuar a continuación.

A los pocos minutos quitaron el lienzo y salió al escenario Paulina Rubio, con uno de esos atuendos tan "sencillos" a los que ya nos tiene acostumbrados.

Tras la primera canción, la mexicana se quitó ese sombrero tan particular y lo cambió por unas gafas de sol (para no deslumbrarse a sí misma, supongo).


Despojada ya de todos sus inútiles complementos, prosiguió su actuación. La verdad es que en su directo se nota que su voz no es gran cosa sin ayuda de los efectos de sonido que utiliza en la grabación de sus discos. Pero Paulina sabe suplir esa carencia con grandes dosis de sensualidad sobre el escenario.
La diva fue, sin duda, la artista que menos se acercó a su público, a pesar de tener a su disposición (igual que el resto de los artistas) una larga pasarela que llegaba hasta las primeras filas. A pesar de eso, tenía a sus incondicionales enloquecidos.
Pero ni una reina de la música como ella está a salvo de los problemas del directo. Al terminar su última canción, desconectaron su micrófono y la artista no pudo ni despedirse de su público, pero eso no impidió que se marchase entre una lluvia de aplausos.


Tras Paulina, uno de los descansos más esperados del concierto (el cansancio era cada vez más evidente, pero nosotros lo estábamos llevando mejor que en la edición anterior). Entre actuación y actuación se escapaba alguna foto de la parejita.

Por fin llegó el momento de uno de los artistas más esperados de la noche, Chayanne. El artista contaba con un escenario lleno de escaleras, donde el cantante y los bailarines desarrollaron sus espectaculares coreografías.

Tras unas cuantas canciones y un cambio de vestuario, el puertorriqueño se acercó a su público física y espiritualmente. La interacción entre el cantante y los espectadores se hacía latente en cada canción. Su repertorio contó con los éxitos más conocidos de su carrera, coreados por todos los asistentes.

Y otro cambio de escenario para acoger esta vez a Marc Anthony. Otro de los que arrancaron los aplausos y la histeria de más de una fan (nosotros tuvimos que sufrir a una justo a nuestro lado).
El cantante salió a la palestra vestido de negro riguroso y con unas oscuras gafas de sol.

A pesar de no ser el cantante que más me gustó, sí que demostró ser un gran artista que llenaba el escenario sin necesidad de elementos que distrajesen la atención de los oyentes. Una voz impresionante y una presencia arrolladora hicieron de esta actuación una de las más aplaudidas por lo pegadizo y bailable de la mayoría de sus canciones (aunque obvió algunos de sus grandes éxitos).


El último en actuar fue David Bisbal. El almeriense fue, sin ninguna duda, el que más complicidad tuvo con el público. Su simpatía fue la clave para crear esa cercanía que tanto se agradece.
David supo mantener a su público en pie hasta el último momento de su actuación. El almeriense, simpático y humilde, supo agradecer a los espectadores que luchasen contra el cansancio acumulado durante la tarde-noche y que aguantasen frescos hasta esas horas de la madrugada. Para compensarnos, nos obsequió con lo mejor de su repertorio, salpicado de sonrisas y frases de ánimo para sus incondicionales.


Con esta actuación terminó el festival. Eran ya las 4 de la madrugada y llevábamos 9 horas de pie, por lo que el cuerpo nos pedía ya un descanso.
Volvimos al hotel y nos fuimos rápidamente a dormir. Teníamos que dejar el hotel antes de las 12, así que había que aprovechar para dormir lo máximo posible.

El domingo nos levantamos y, tras desayunar y cargar el coche, nos dirigimos hacia el centro de Valladolid para conocer la ciudad.
Lo primero que visitamos fue la iglesia de San Juan de Letrán, donde había comuniones. Por esa razón no pudimos visitar la iglesia. Así que sólo pudimos hacer alguna foto a la fachada.

La siguiente parada fue la Plaza de Colón, donde se encuentra el monumento al descubrimiento de América.



Cerca de la plaza de Colón, en la calle de la Acera de Recoletos, se encuentra la Casa del Príncipe, donde numerosas órdenes religiosas habían construido sus conventos y centros asistenciales en el siglo XVI. Tras la Desamortización de Mendizábal en 1835, la burguesía se adueña de este espacio, eligiéndolo para edificar sus residencias más importantes.

Al final de esta calle se encuentra la Plaza de Zorrila, con una gran fuente en medio que refresca a todo el que se acerca en un día tan caluroso como el que nos hizo a nosotros.

Detrás de la fuente pudimos contemplar la estatua de Zorrilla y la Academia de Caballería.


Tomando la calle de Santiago llegamos al convento de las Comendadoras de Santa Cruz, que fue sede del colegio de las monjas dominicas francesas cuando estas se instalaron en valladolid, por lo que el convento de conoce como "de las francesas". En la actualidad el convento se ha convertido en un centro comercial, pero aún conserva el claustro.

A mí, lo que más me gustó del convento fue el suelo que rodeaba el claustro.
La siguiente parada fue la Plaza Mayor, presidida por el ayuntamiento.


Una de las características de la Plaza Mayor, al igual que en las de Madrid o Salamanca, son los soportales.


En medio de la plaza se encuentra (estos días tapada parcialmente por unas pequeñas carpas donde se realizan diversos espectáculos) la estatua del Conde de Pedro de Ansúrez quien por orden de Alfonso VI repobló Valladolid llevando a la ciudad a diversas gentes de sus condados palentinos de Saldaña y Carrión.



Tras un paseíto bajo los soportales nos dirigimos a la Plaza de la Rinconada donde, además de una curiosa fuente, había unas cuantas terracitas, que fueron el lugar que elegimos para comer. En una mesa justo al lado de la nuestra se encontraba el actor vallisoletano Emilio Laguna, al que yo reconocí rápidamente, pero cuyo nombre no fui capaz de descubrir hasta varios días después.


Después de comer seguimos nuestro paseo por las calles de Pucela. Callejeando llegamos al Pasaje Gutierrez, una de las pocas galerías comerciales cubiertas que quedan en España.


Cerca de allí se encuentra la catedral de Nuestra Señora de la Asunción, de estilo herreriano. Estaba cerrada, así que, al no poder ver su interior, seguimos nuestro paseo.


A escasos metros del templo se encuentra la Universidad (actual Facultad de Derecho), que cuenta con una bonita fachada barroca.
En la plaza de la Universidad encontramos, además de la institución educativa, dos importantes esculturas. Una de ellas es un homenaje a Miguel de Cervantes, que vivió en la ciudad cuando era la Corte Real de Felipe III.

El otro monumento es un homenaje al camino de la lengua castellana que, naciendo en San Millán de la Cogolla (La Rioja), pasa por Santo Domingo de Silos (Burgos), Valladolid, Salamanca y Ávila, para terminar en Alcalá de Henares (Madrid).


Casi enfrente de la Universidad se encuentra la iglesia de Santa María la Antigua, un bonito templo gótico con torre románica.


El siguiente monumento que visitamos fue la iglesia de San Martín, que nació como ermita y, gracias al crecimiento del barrio en el que se encuentra, llegó a ser parroquia. Lo que más destaca de este templo es su torre románica, similar a la de Santa María la Antigua.


No muy lejos de esta iglesia se encuentra el Palacio de los Pimentel, actual sede de la Diputación de Valladolid y lugar donde nació el rey Felipe II. De su exterior destaca su famosa ventana plateresca. La leyenda cuenta que por esta ventana fue sacado el rey Felipe II al nacer para que fuera bautizado en la Iglesia de San Pablo, pues de salir por la puerta del palacio debería haber sido bautizado en la cercana Parroquia de San Martín. Sin embrago, parece ser que leyenda es una deformación de los hechos reales: para el bautizo de Felipe II se construyó un pasadizo elevado entre la iglesia de San Pablo y el palacio para que la familia real discurriese por él sin pisar la calle. Al estar elevado el pasadizo, se usó como salida del palacio una de las ventanas, sin que sepamos con certeza cuál pudo ser.


Aunque no visitamos el palacio nos acercamos a la entrada, adornada con bonitas cerámicas de Talavera de la Reina que representan importantes escenas de la historia de la ciudad.


Y como ya hemos dicho, al lado del palacio se encuentra la iglesia conventual de San Pablo. Fundada por doña Violante de Aragón y Hungría, esposa de Alfonso X el Sabio, pertenece a la orden de los dominicos. Del templo destaca, mucho más que su interior, su impresionante fachada construida siguiendo las pautas del estilo gótico isabelino.

Y al lado de la iglesia, como no podía ser de otro modo, se erige la estatua del monarca Felipe II.



Adosado al templo se encuentra el Colegio de San Gregorio, que formaba parte de la Universidad de Valladolid. En sus aulas se impartían, fundamentalmente, las clases de teología.
En su interior residía un grupo de estudiantes que no llegaba a las 20 personas.
En el siglo XIX perdió su función de colegio y a principios del siglo XX funcionó como sede del Museo Nacional de Escultura.


Y desde aquí iniciamos nuestro camino de regreso al coche, deteniéndonos unos instantes en el parque del Campo Grande, que cuenta con algunos rincones con mucho encanto, además de acoger algunas especies animales tan bonitas como este pavo real.


En uno de los caminos perpendiculares al paseo central se encuentra la estatua "El fotógrafo del Campo Grande", un homenaje a la saga de los Muñoz, una conocida familia de fotógrafos callejeros, y sobre todo a su último representante, Vicente Muñoz, fotógrafo oficial del Campo Grande durante más de 50 años.


La última parada antes de salir del parque fue en el estanque, donde nos sentamos unos minutos. Julián llevaba todo el día pachucho, estornudando y con los ojos llorosos (como se puede ver en la foto). Pero a pesar de eso, sacó fuerzas de flaqueza y consiguió que pasasemos un día estupendo.
Al salir del parque fuimos directamente al coche. Se hacía tarde y teníamos que volver a casa. Como en casi todos los viajes, volvimos cansados pero muy contentos.
Y ya estamos pensando en cuándo y dónde será nuestra próxima escapada. ¿Alguna sugerencia?

Galicia, el país de las maravillas (III)

El lunes nos despertamos contentos porque aún nos quedaban muchas cosas bonitas por ver, pero un poco más tristes que los días anteriores porque nuestras mini-vacaciones ya estaban llegando a su fin.

Así, después de un abundante desayuno en el hotel, bajamos las maletas al coche para iniciar nuestro viaje. Pero antes de ponernos en marcha decidimos dar un pequeño paseo por la playa que durante esos días habíamos visto desde la ventana de nuestra habitación.

El paseo fue más breve de lo que pensábamos por culpa del tiempo. Empezaron a caer unas gotillas bastante escasas y, en menos de dos minutos, una lluvia intensa nos estaba calando hasta los huesos. Así que corrimos hacia el coche y, empapados, nos pusimos en marcha rumbo a Lugo.

Al llegar, y para ser fieles a nuestra costumbre, dejamos el coche en las afueras, al lado de la muralla, y entramos a la ciudad vieja por la Puerta de la Rúa Nova.

Aprovechando que el tiempo nos daba una tregua, decidimos subirnos a la muralla y pasear contemplando la ciudad desde las alturas. A la derecha, la ciudad vieja. A la izquierda, la parte nueva de la urbe.

Como no teníamos demasiado tiempo, no pudimos completar los 2117 metros que conforman el recorrido total de la muralla, Patrimonio de la Humanidad desde el año 2000. Pero el paseíto pot el adarve, aunque corto, mereció la pena.
En uno de los puntos pudimos ver, sobre una torre, una estructura con ventanales, donde se ubicaban las armas defensivas.



La muralla se encuentra casi en perfecto estado: de las aproximadamente 85 torres originales se conservan unas 70. Aunque, como desde arriba no se aprecian bien, decidimos bajar de la muralla para contemplarla desde otro ángulo.


Así que salimos por la puerta de Campo Castelo para ver la Plaza de la Constitución. Esta explanada fue elegida en la época romana para alojar el cementerio en inhumación, aprovechando la cercanía del río Miño, donde el viento sopla durante todo el año, para evitar el fuerte olor de los cuerpos en descomposición. Siglos más tarde la plaza sirvió como aposento de ganaderos y artesanos. Hoy en día podemos contemplar en ese mismo sitio un bonito espacio ajardinado custodiado por este singular legionario romano.




Cruzando la Puerta de Campo Castelo hacia el interior de la muralla nos encontramos la Plaza de Campo Castelo. En esta plaza destaca lo que queda de la antigua cárcel episcopal barroca, que se levantó en el lugar que ocupaba el castillo medieval. Aún hoy se puede apreciar alguno de los torreones y la puerta de la muralla, al fondo.



A escasos metros de este lugar se encuentra la Plaza Mayor, de visita obligada por ser el punto de encuentro de los lucenses.
El Ayuntamiento es el edificio más importante de la plaza. Construido en el siglo XVIII, es uno de los máximos exponentes del barroco gallego.

Uno de los elementos más llamativos de este edificio es la torre del reloj. Según se cuenta, parece ser que fue encargado a Londres para la catedral de Málaga, pero en el momento de la entrega nadie hizo frente al pago, por lo que quedó guardado hasta que otro pudiera estar interesado. En 1871, Lugo compra el reloj y encarga una torre para albergarlo. Se pretendía que esta torre fuese tan alta como la de la catedral, para que las campanadas del reloj se oyesen tan altas y claras como las del templo.


Como anécdota, cabe destacar que en esta plaza tuvo lugar uno de los acontecimientos más importantes de la vida medieval lucense: en el año 1405, 15 personas fueron condenadas a muerte por el asesinato del obispo don Lope, contra quien se había levantado gran parte de los habitantes de la ciudad. La mujer de uno de los instigadores de la revuelta, Martín Cego, se abanderó como defensora de las reivindicaciones del pueblo ante la violencia y autoridad de los gobernantes. Esta mujer era María Castaña, a la que se recuerda gracias a la expresión coloquial "en tiempos de María Castaña".



Una vez contada la anécdota, seguimos nuestra visita por la plaza. Nos detenemos esta vez en el monumento conmemorativo de la fundación de la ciudad de Lucus Augusti. Entrega por parte del emperador, César Augusto, a su legado, Paulo Fabio Máximo, de la orden para fundar la ciudad de Lucus Augusti.


Nuestra siguiente parada la realizamos frente a la catedral de Santa María. El templo, majestuoso por fuera, parece mucho más pequeño al entrar en él.



Toda la sencillez que se observa desde el exterior se convierte en barroco al cruzar el umbral de la puerta. No tenemos fotos del interior, así que os dejamos otra bonita imagen del templo, tomada esta vez desde un ángulo distinto.




Una vez visitada la catedral, donde destaca la capilla de la Virgen de los Ojos Grandes (primera patrona de Lugo), salimos por la puerta principal para terminar la vuelta alrededor de todo el perímetro del edificio.

Una vez más, se nos hacía tarde para comer, así que nos dirigimos a la Rúa Nova para buscar algún sitio donde tomar algo antes de abandonar la ciudad. Tras unas cuantas racioncitas de productos típicos gallegos (pulpo a feira, zamburiñas, etc.), nos encaminamos hacia el coche, encontrando durante el recorrido la Plaza de la Soledad, presidida por la iglesia de San Pedro.


Y ya sí que nos despedimos de Lugo, que las horas seguían corriendo y nosotros teníamos que regresar a Madrid para trabajar al día siguiente.
Pero aún teníamos pendiente una pequeña parada. Tras algo más de dos horas de viaje, nos detuvimos en Astorga, ciudad que yo quería visitar hace tiempo. Lo malo es que ya eran más de las 7 de la tarde y los monumentos estaban cerrados.


Uno de los edificios más importantes de la ciudad es la catedral, dedicada a Santa María. Este templo reúne características de diferentes estilos arquitectónicos: gótico florido en el interior con un claustro reformado en el siglo XVIII en estilo neoclásico, exterior barroco en torres y fachada, y pórtico con toque renacentista.
Pero sin duda lo más llamativo de esta catedral es la combinación de piedra blanca y rojiza en su fachada. Esto se debe a la reconstrucción de las partes afectadas por el terremoto de Lisboa de 1775.




Pero para mí, sin ninguna duda, el edificio más bonito de Astorga es el Palacio Episcopal, proyectado por el arquitecto Antoni Gaudí para reconstruir el antiguo palacio episcopal, totalmente destruido en un incendio.
Tras servir de cuartel de la Falange durante la Guerra Civil se inició la restauración para convertir el edificio en residencia del obispo, función que nunca llegó a consumarse. En la actualidad alberga el Museo de los Caminos, dedicado, entre otros temas, al Camino de Santiago.
Y después de ver estos dos monumentos ya sí que pusimos rumbo a Madrid, donde llegamos bastante agotados. Así que nos fuimos a dormir para recargar las pilas, que al día siguiente nos tocaba sufrir una agotadora jornada de trabajo. Pero a pesar del cansancio estabamos contentos por todo lo que habíamos disfrutado durante esos 3 días.
Además, como ya sabéis, la parejita no para. En menos de tres semanas estaríamos otra vez de viaje...