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Sur de Italia (IV): Palermo, su caos y su belleza

El día arranca con mi carrera matutina. Compruebo que la zona monumental está relativamente cercana, por lo que podemos hacer todas las visitas del día (excepto la de Monreale) con el coche. Así que comenzamos nuestro paseo por Vía Roma hasta llegar al mercado de la Vucciria. La verdad es que poco vimos allí: no sé si sería por la hora, pero apenas había puestos abiertos y el ambiente no era ni pintoresco ni turístico: me gustó mucho más el Mercato del Pesce de Catania.

Así pues, continuamos nuestro paseo hasta llegar al Teatro Massimo. Estaba mucho más bonito la noche anterior, iluminado, pero de día también resulta imponente. En las escaleras de entrada se grabó una de las escenas finales de la tercera parte de El Padrino; aquellos que la hayáis visto seguro que recordáis ese intenso momento.



Prácticamente desandamos el camino que habíamos hecho, volviendo hacia la zona de nuestro hotel, pero por una calle paralela, la Via Maqueda, en honor del duque del mismo nombre, quien fuera gobernador de la ciudad. Llegamos hasta la Piazza dei Quatro Canti, que es un cruce de caminos con la Via Vittorio Emmanuele. En cada una de las 4 esquinas hay fachadas adornadas con esculturas temáticas: las de la parte inferior representan los cuatro ríos de la ciudad, las de la parte central son los reyes españoles que regían la ciudad en la época (Felipe IV y sus antecesores) y en la parte superior están las 4 santas palermitanas, de las que la principal es Santa Ágata.


La verdad es que Palermo es una ciudad extraordinariamente rica en arte: a cada paso que das, te encuentras un rincón monumental o, como mínimo, con encanto. El siguiente con el que nos topamos, cerquita de Quattro Canti, es la Piazza Pretoria con su enorme fuente. En verano me imagino que la plaza estará llena de gente, atraídos por el frescor que desprende el agua. Pero estábamos en diciembre y, además de nosotros, no había más que un grupo de escolares en plena visita de la ciudad.


Y sin solución de continuidad llegamos a la Piazza Bellini, otro fantástico rincón palermitano. 3 iglesias se ubican en esta plaza; el patito feo es la iglesia de Santa Caterina. Su sobria fachada queda rápidamente eclipsada por sus dos vecinas.


Visitamos, para empezar, la Martorana, cuyo nombre oficial es Chiesa di Santa Maria dell'Ammiraglio, nombrada así por un almirante al servicio del rey de Sicilia, pero rápidamente rebautizada como Martorana, pues así se apellidaba la propietaria del convento que acabó absorbiendo la iglesia. Su exterior presenta una conjunción de estilos, destacando sin duda los elementos normandos. El bello interior con toques bizantinos también nos dejó impresionados.


Tras salir de la Martorana, pasamos a la iglesia de San Cataldo. Mucho más pequeña, su exterior destaca sobre manera por las cúpulas de color rosado, lo que le dan un claro toque árabe. Su interior es extremadamente sobrio y pequeño, pareciendo casi una pequeña capilla más que una iglesia. El conjunto es un excelente ejemplo del arte árabo-normando de la isla. Precisamente una de las cosas que más nos atrapó de Sicilia es la conjunción de estilos artísticos, destacando los ejemplos normandos, pues no abundan en los destinos que nosotros habíamos visitado hasta ahora.


Tras abandonar este precioso rincón de Palermo volvimos a le Quatro Canti, donde cogimos la Via Vittorio Emanuele hasta llegar al Duomo. Un edificio enorme y majestuoso. La única pega que se le podía poner es que parte de la fachada estaba en obras y la habían cubierto con un enorme cartel de una marca de cafés.


Tras visitar el Duomo seguimos andando hasta llegar a Porta Nuova, la cual atravesamos para ir al Palazzo dei Normanni.

En este edificio queríamos visitar únicamente la Capilla Palatina. Verdaderamente merecía la pena, es una auténtica maravilla llena de mosaicos bizantinos en perfecto estado de conservación. Pese a su reducido tamaño, estuvimos un buen rato dentro, admirando la belleza del lugar.


Se estaba haciendo tarde, pero antes de comer queríamos dar por cerrado el recorrido por Palermo visitando la iglesia de San Giovanni degli Eremiti. En medio del caos de tráfico de la ciudad (porque Palermo posiblemente sea la ciudad más caótica de Sicilia en este aspecto, y eso es decir mucho), es un auténtico remanso de paz, con la abundante vegetación y las ruinas del antiguo claustro. Su decoración tiene claras influencias árabes.


Puesto que por la tarde queríamos ir a Monreale, volvimos andando a la zona de nuestro hotel y muy cerquita compramos un panino, que nos comimos en el coche. Monreale está muy cerca de Palermo (unos 10 kilómetros), pero se tarda bastante porque las calles y carreteras que las unen están atascadas. Por fin llegamos al coqueto pueblo, que tiene unas vistas preciosas de la bahía palermitana, puesto que está ubicado en las montañas que la rodean.


El tiempo está empeorando, empieza a llover, así que nos dirigimos directamente al Duomo. Entramos y nos vemos transportados a otro mundo, un mundo difícil de describir con palabras. Priman las emociones, el sentirse entrar al mismo tiempo en un recinto místico, poderoso; seguro y amenazante a la vez... para mi, después de los templos griegos de Agrigento ha sido la segunda visita que más me ha impresionado de toda Sicilia.

Posteriormente visitamos el Claustro: ya teníamos la entrada pagada puesto que la cogimos conjunta en San Giovanni degli Eremiti. El claustro está a la altura artística del interior de la catedral, es realmente bello. Se respira una gran paz. Me gustan principalmente las columnas, originalmente adornadas con mosaicos. Actualmente quedan solo las ranuras en las que se insertaban las teselas, pero sigue siendo muy bonito.


Al volver a pasar por la puerta de la Catedral, de camino al coche, insisto en volver a entrar, de tanto que me había gustado. Aunque solo fueron 5 minutos: no teníamos más tiempo, ya que habíamos puesto un ticket de aparcamiento de 1 hora, que por cierto tuve que comprar en un bar donde no me entendían mucho. Se nota que nos habíamos alejado un poco de las grandes ciudades...

Volvimos al hotel muy cansados. De hecho, Mery estaba un poco enferma, así que bajé a una farmacia al lado del hotel para comprar medicinas. Para acabar un día tan intenso, fui a cenar al McDonald´s (ya que Mery no quería salir ni tomar nada), pero aproveché para tomar de postre un típico cannolo siciliano, hecho con queso ricotta.

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