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Ciudades Imperiales (VII): Despedida de Budapest

Para nuestro segundo y último día en Budapest habíamos acordado con el dueño del apartamento poder ampliar la salida hasta las 3 o 4 de la tarde, para poder dejar las maletas y no tener que llevarlas a la estación de tren para luego tener que volver a por ellas. Así que dejamos todo listo para solo tener que recoger el equipaje y salimos a la calle.

Lo primero que hacemos es dar un paseo por el centro histórico de Pest, a un ritmo tranquilo, aprovechando para hacer fotos.



Nuestros pasos nos llevan hasta la catedral de San Esteban. Esta vez entramos al interior. En ese momento están en misa y, aunque está ricamente decorada, lo que vemos no nos impresiona.



Lo que sí está muy bien es la subida hasta la cúpula, que hago yo solo porque Mery prefiere quedarse abajo. Desde lo alto hay unas vistas estupendas de toda la ciudad.



Tras otro paseo llegamos a la Sinagoga Dohany, la Gran Sinagoga de Budapest. Es un templo magnífico, la segunda sinagoga más grande del mundo. Aunque, como cuenta la guía (hay una visita guiada gratuita) el estilo es poco ortodoxo, con muchos toques que recuerdan más a una iglesia que a una sinagoga.



Nuestra siguiente parada también es en el barrio judío en el que nos encontramos. Cerca de la sinagoga se encuentra uno de los bares de ruinas más famosos de Budapest, el Szimpla Kert. Estos bares de ruinas son edificios abandonados que el ayuntamiento permitió que emprendedores reformaran y convirtieran en bares con un toque muy particular. Se han convertido en sitios muy famosos, y merece la pena pasarse a tomar una cerveza como hicimos nosotros.



Tras reponer las fuerzas, cogemos el metro hasta la Plaza de los Héroes, como habíamos hecho ayer por la tarde. Esta línea tiene la particularidad de que es de las más antiguas de Europa; los vagones son los originales y las estaciones tienen un sabor añejo.



La plaza está atestada de gente, ¡qué distinto a anoche!.



Pero esta vez no nos quedamos solo en el cartel de Budapest, sino que nos acercamos a admirar las estatuas de los héroes húngaros que le dan nombre a la plaza.



Volvemos al centro, a la plaza Vorosmarty, donde decidimos comprar algo para comer en el mercadillo que está instalado en la plaza. Nos decidimos por un langos y por un trdelnik (cuidado, aquí en Hungría reciben un nombre distinto: kurtoskalacs). ¡Nos encanta este dulce, tan calentito y con sabor a canela!



Con el estómago lleno volvemos al apartamento, recogemos las maletas y, con pena, dejamos la llave dentro para no regresar más. Ya solo nos queda llegar a la estación de tren y coger el que nos lleva a Bratislava. Tren que, por cierto, se retrasa como una media hora. La distribución del vagón es como en el que nos había traído a Budapest, con un compartimento para 6 personas, pero se ve todo más nuevo. Nuestros acompañantes son un padre y su hijo checos, que tienen algunas nociones de español. Aprovechamos el viaje para ver unas películas juntos, ya que Mery no puede usar el móvil después del problema del día anterior en las termas.

Una vez en Bratislava, el hotel está al lado de la estación, así que solo tenemos que dar un corto paseo. Como ya nos imaginábamos al hacer la reserva, es el mejor de los hoteles del viaje. Una pena que sólo vayamos a pasar una noche.

Puesto que aún no es muy tarde, dejo a Mery en la habitación y salgo a dar un paseo por el centro. La única pega del hotel es que por su ubicación en las afueras hay que dar un paseo de 10 minutos hasta llegar al centro, pero no se puede tener todo. Mi primera sensación al llegar al casco antiguo es que la zona es pequeña pero bonita. Se recorre rápidamente en un rato. Mi error es querer abarcar mucho, puesto que me acerco hasta la iglesia azul, que está más alejada, con lo que se me va mucho tiempo y luego tengo que volver prácticamente corriendo para que Mery no se preocupe.

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