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Ciudades imperiales (V): Despedida de Viena

Dejamos la residencia por la mañana y lo primero que hacemos es ir al café Eiles. Está muy cerquita de nuestro hotel y es un típico café vienés. Aunque no somos de café, nos pedimos un chocolate y un vaso de leche, y yo aprovecho para probar la tarta sacher, la típica de Viena, inventada en la cafetería del Hotel Sacher y que se ha hecho un emblema de la ciudad.



Cogemos el tranvía 2, que nos deja enfrente de la Ópera (¿seguirán representando a estas horas el Parsifal que dejamos ayer en el primer intermedio, jejeje?). Tras otro corto paseo, vamos a la Karlsplatz, donde se encuentra la iglesia de San Carlos Borromeo (Karlskirchen). Es un edificio en el que predomina el estilo barroco, y en el que destacan por encima de todo las dos enormes columnas que presiden la fachada principal. Al tener un parque delante con un pequeño lago, se pueden hacer fotos de gran belleza por la zona.



Dentro de la iglesia están restaurando la cúpula, y han aprovechado para financiar las obras cobrando una entrada a los turistas para subir hasta arriba y poder apreciar los frescos desde una distancia mínima. Realmente merece la pena, puesto que estamos acostumbrados a verlos desde el suelo, y aquí encontramos otra perspectiva. Además, también se puede subir hasta la linterna y se dispone de vistas sobre la ciudad, pero al estar cerrada y las ventanas tener hierros, no es todo lo interesante que podría ser.



Tras salir de la iglesia vamos al metro. Por el camino echamos un vistazo al Musikverein, que es el edificio donde se celebra cada 1 de enero el famoso concierto de año nuevo de Viena (concretamente en la Sala Grande o Sala Dorada (Große Saal o Goldener Saal)).



También captan nuestra atención un par de quioscos de estilo modernista.



El metro nos lleva hasta la zona del Palacio de Schönbrunn.



Se nota que es un sitio muy turístico, está todo perfectamente indicado para llegar al palacio. Cogemos la entrada Classic Pass, que da derecho a visitar el palacio y 4 jardines privados (en general, la mayoría del espacio de los jardines es pública). Como para nuestra hora de entrada al palacio aún queda tiempo, visitamos antes los jardines.

Atravesamos el Gran Parterre (sin flores porque las están replantando) hasta llegar a la fuente junto a la cual empieza la subida.



Llegamos hasta el templete elevado desde el que se tienen las mejores vistas.



La caminata es dura, puesto que los jardines son muy grandes y la pendiente es elevada para llegar a dicho templete.



La entrada al templete es de pago, pero está incluida en nuestra entrada. Las vistas compensan, aunque al estar tan lejos del centro de Viena no se aprecian demasiados monumentos. Pero sí que se pueden ver todas las cercanías del palacio.



Visitamos de camino al palacio el laberinto, otra de las zonas incluidas en nuestra entrada. Nos cuesta unos minutos llegar hasta el árbol central (que es donde termina el laberinto y, al estar elevado, desde donde se puede ver todo el recorrido). Para salir decidimos tomar el atajo, que es un camino al exterior del laberinto en el que no es posible perderse.



Finalmente visitamos el palacio. Es un exponente de la grandeza y opulencia de los Aubsburgo, la dinastía que gobernó el imperio durante 6 siglos (primero como imperio germánico, y luego como austro-húngaro). Si Viena de por sí ya es monumental y ostentosa, sin duda este palacio es fiel reflejo de ello. Las habitaciones son impresionantes, a cual más bella. Pero es cierto que cuando sales te quedas pensando en la enorme desigualdad que habría entre la riqueza de los monarcas y el status económico que tendrían sus súbditos. Aunque pensándolo bien, ricos sigue habiendo y tal vez las cosas no han evolucionado tanto. Dentro del palacio no se puede hacer fotos, así que en este caso tendréis que fiaros de mis palabras o buscar imágenes en internet.

Tras salir del palacio, visitamos los dos jardines privados que nos quedan: en primer lugar el Kronprinzengarten (el jardín del príncipe coronado).



Y, por último, el de la orangerie. No están mal, pero creo que ya hemos tenido bastante Schönbrunn por hoy.

Antes de irnos, aprovechamos que hay un mercadillo en la entrada del Palacio, y cogemos algo de los puestos para comer. El menú consiste en un plato de käs spätzle (plato de spätzle, que es un tipo de pasta, combinado con queso), un crepe de salsa boloñesa y una salchicha.



Finalmente regresamos en metro al centro y cogemos el tranvía 1 para ir a la zona de la casa  Hundertwasser . El nombre es el del arquitecto que hizo el edificio. En las fotos se aprecia lo particular del mismo, con esos detalles, colores y formas que nos recordaron tanto a los edificios de Gaudí. Incluso han construido al lado un centro comercial que sigue el mismo patrón.



Se empieza a hacer tarde, así que regresamos en el tranvía 1 hasta la zona del ayuntamiento, pasamos por la pensión para recoger las maletas e irnos a la estación del tren, donde decimos adiós a Viena y nos encaminamos a Budapest, siguiente parada de nuestro viaje por las ciudades imperiales de Europa central.

Al llegar a Budapest, conectando los dos polos del antiguo imperio austrohúngaro, cogemos el metro hasta la parada Deák Ferenc tér, y vamos andando hasta nuestro apartamento cruzando la plaza Erzsébet (Erzsébet tér), que está muy animada con el ambiente nocturno, al igual que las calles cercanas. Casi que me dan ganas de salir a dar una vuelta al dejar las maletas, pero Mery está cansada, así que nos quedamos en el apartamento reponiendo fuerzas para el día de mañana.

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