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Ciudades Imperiales (III): Hasta la próxima a Praga

Esta mañana amanece lloviendo. Mery confia en que la lluvia le permita hacer buenas fotos con los reflejos de los charcos, pero lo cierto es que cuando salimos del hotel ya ha parado de llover y rápidamente se seca el agua por toda la ciudad.

Para empezar, cogemos el famoso tranvía 22 en nuestro cruce de la calle Pavlova. Tras pasar por el Teatro Nacional (cuya fachada le encanta a Mery) y cruzar el río Moldava, llegamos a Mala Strana. Nos paramos en la plaza de Mala Strana y nos acercamos a la iglesia de San Nicolás. No admiten el pago con tarjeta y, como estamos muy escasos de coronas, decidimos no entrar. Al ser barroca y ser un estilo que no nos vuelve locos, pensamos que la pérdida no es tanta. Además, ya la habíamos visto la anterior vez que estuvimos en Praga.



Ahora empieza lo más duro, la subida hasta el castillo. Unas cortas calles en cuesta anteceden a una escalera que culmina en nuestro destino, aunque para llegar allí hay que armarse de paciencia y prepararse para el dolor de piernas.

Las vistas una vez se llega arriba compensan el esfuerzo.



En la entrada del castillo se encuentran los militares que cada 60 minutos protagonizan el cambio de guardia.



Tras hacer una cola para pasar por el detector de metales, entramos en el recinto del castillo. Decidimos coger la entrada B, que da acceso a la Catedral de San Vito, a la Basílica de San Jorge, al Palacio Real y al Callejón Dorado.

Lo primero que se muestra ante nuestros ojos es la Catedral de San Vito. Su fachada es espectacular, gótica y con un color ennegrecido. Como dice Mery cada vez que la ve, lo peor que tiene es que no se puede fotografiar bien, puesto que está muy pegada a uno de los muros del castillo.



Empieza a refrescar (incluso ha lloviznado algo, por suerte las precipitaciones no pasan de esas cortas lloviznas durante el día de hoy), así que entramos. El interior es también muy bonito.



Al salir, podemos divisar otra de las fachadas; ésta sí que cuenta con espacio suficiente para contemplarla en toda su grandiosidad.



Nuestra siguiente visita es el Palacio Real. Destaca su salón principal, que es inmenso.



Continuamos hasta la Basílica de San Jorge. Su fachada barroca esconde un interior muy distinto, mucho más adusto. El contraste resulta sorprendente.



En la plazoleta que se encuentra entre la Catedral de San Vito y la Basílica de San Jorge hay instalado un mercadillo como el que vimos ayer en la Plaza Vieja. La verdad es que le da un ambiente magnífico a la zona.



Por último, visitamos el Callejón Dorado, una pequeña calle compuesta por pequeñas casitas, cada una de un color. que recibe su nombre porque en la edad media aquí estaban alojados los orfebres contratados por el rey (aunque también hay leyendas de que en vez de orfebres eran alquimistas intentando encontrar la manera de fabricar oro).



Salimos del castillo y vamos a un restaurante cercano, Divadlo Pokracuje. Está cerca del que escogimos la vez anterior que estuvimos en las cercanías del castillo, pero no tiene nada que ver (en el sentido positivo, puesto que hoy no tuvimos que contemplar desagradables escenas de camareros intentando timar turistas).



Esta vez nos quedamos con una muy grata impresión, tras probar un pollo con patatas y un plato de svickova con knedliky, una de las especialidades culinarias de Praga, a base de solomillo de ternera. Acompañamos los platos con una cerveza Plzen (Pilsner) y una botellita de agua.



Con el estómago muy repuesto bajamos hasta el puente de Carlos y lo cruzamos por última vez en este viaje. Está aún más lleno que ayer por la tarde. Como dice Mery... ¿cuánta gente puede pasar por el puente al cabo del año?



Una vez en Stare Mesto, nos dirigimos al barrio judío (Josefov). Hemos decidido no hacer la visita conjunta por todas las sinagogas, y coger solo entrada para la sinagoga Vieja-Nueva, que no la vimos en la visita anterior. Pero nos quedamos con las ganas, porque al llegar vemos que tanto ayer como hoy están todas las sinagogas cerradas por las festividades de la pascua judía. Así que nos quedamos sin ver el interior. Al menos, le echamos un vistazo a la fachada de ésta y de la sinagoga española.



Nuestro periplo por Praga está terminando, así que nos acercamos por última vez a la Plaza Vieja para ver nuestras queridas iglesia de Tyn y torre del reloj. Les decimos hasta la próxima, ojalá volvamos a vernos de nuevo, porque Praga tiene ese algo que te atrapa.

Paramos en una tienda a comprar una muñeca matrioska para llevárnosla de recuerdo, y dando un paseo vemos el Teatro Nacional.



Por último, de camino al hotel pasamos al lado de los edificios danzantes. La verdad es que en pocos años se han convertido en una de las atracciones de Praga y, en mi opinión, merece la pena echarles un vistazo por su originalidad.



Ya solo nos queda llegar al hotel, recoger las maletas y coger de nuevo el metro hasta la estación central de trenes, donde nos espera el tren que nos lleva a Viena. Nos despedimos de Praga con un "hasta la próxima".

El trayecto en tren se hace muy bien, es más cómodo que un avión y hay wifi todo el trayecto. Una vez llegados a Viena recogemos los billetes del tren a Budapest y compramos billetes de 48 horas para el transporte por la ciudad. Nos vamos en metro a nuestro alojamiento, la pensión Lehrerhaus. Una vez instalados, nos vamos rápido a dormir, puesto que son ya casi las 12 y mañana nos espera nuestro primer día de turismo en la capital austriaca.

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