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De viaje por el Báltico (IV): Primer día en Tallinn

Cuando nos hemos despertado, lo primero que hemos hecho ha sido asomarnos a la ventana para intentar adivinar si haría buen tiempo o llovería tanto como anoche. El cielo estaba bastante nublado, pero desde nuestra ventana tenemos una de las vistas más bonitas de la ciudad: la de la torre de la iglesia de San Olaf. Parece que no llueve, aunque con esas nubes tan negras, no nos podemos fiar.



Nada más levantarme de la cama noto que mis pies están muchísimo menos doloridos que anoche. ¿Magia? Pues no, pero sí mucha suerte. Ayer, antes de irme a dormir, decidí probar a ponerme en la planta de los pies unas tiritas de ésas especiales para curar ampollas (unas que llevan una especie de liquidillo dentro). Y el efecto ha sido sorprendente, sobre todo teniendo en cuenta que no son de las que venden en las farmacias y que cuestan 6 ó 7 euros la cajita de 5. Éstas son de un bazar de chinos y me costarían un euro o poco más. Decidí venir cargada con varias cajas porque en todos los viajes acabo con los pies llenos de ampollas. Y para eso aún no las he utilizado porque no he tenido necesidad, pero me han hecho el mejor servicio.

Con la alegría de poder caminar sin dolor, he bajado con Julián a desayunar. El bar del hotel no es muy grande, pero nos ha gustado el ambiente y, sobre todo, la variedad de comida que tienen. 


Yo he tomado mi clásico desayuno continental, pero Julián, como siempre, ha decidido probar las especialidades locales. Así que ha cogido casi de todo. Entre las cosas que ha probado estaba un pescado "que sabe a salmón". Por el tamaño y el color de la carne no podía serlo, pero el nombre estaba en estonio y en inglés, así que no hemos sabido lo que era. Más tarde lo hemos buscado y resulta que se trataba de arenque. Dice que estaba muy rico. Yo, como soy enemiga de los pescados, prefiero no probarlo. 

Mientras desayunábamos ha salido el sol, así que las condiciones eran perfectas para empezar nuestro paseo. 

Nuestro hotel, el Meriton Old Town, está pegado a la muralla, así que hemos empezado la visita por esa zona. 

Cruzamos Suur Rannavärav (la Gran Puerta de la Costa), que está al ladito del hotel. Como su propio nombre indica, tenemos el puerto a escasos metros de donde nos encontramos (tan cerca, que se dice que, antiguamente, las olas rompían contra esta puerta en épocas de temporal).
                                                   


A la derecha de la puerta hay una torre muy ancha y de poca altura, conocida como "Margarita la Gorda". Antiguamente se utilizaba como torreón de artillería, pero a día de hoy alberga el Museo Marítimo


Muy cerca de la torre encontramos el cenotafio en honor a las víctimas del crucero MS Estonia, que naufragó en 1994 llevándose las vidas de más de 850 personas. Echándole un poco de imaginación, podríamos adivinar la quilla rota de un barco.


Volvemos atrás para volver al interior de la muralla por la misma puerta por la que hemos salido y nos dirigimos a Las Tres Hermanas. Se trata de un conjunto de 3 casas medievales (las más antiguas de Tallinn). Parece ser que pertenecían a un rico mercader, que las mandó construir para sus tres hijas. Ahora están ocupadas por un lujoso hotel.


Desde este punto nos hemos acercado a la Iglesia de San Olaf, que durante la Edad Media fue el edificio más alto de Europa, con 159 metros. Actualmente solo mide 123 metros, ya que los rayos la han alcanzado en varias ocasiones, dañando su estructura.

Parece ser que el nombre de la iglesia se puso en honor al rey noruego Olaf II. Pero existe una leyenda, muy extendida entre los habitantes de la ciudad, que atribuye el nombre del templo a otro personaje: se dice que los ciudadanos de Tallinn querían construir la iglesia más alta del mundo, pero había una maldición que aseguraba la muerte de quien terminase su construcción, por lo que nadie quería realizar ese trabajo. Un día apareció un extranjero que se ofreció a terminar la obra a cambio de una enorme cantidad de dinero. Como la ciudad no podía hacer frente a ese pago, el desconocido propuso a los ciudadanos un reto: si adivinaban su nombre, les perdonaría la deuda. Entonces, los talineses enviaron a un espía a casa del extranjero, y éste escuchó que la mujer del constructor cantando una canción a su bebé en la que mencionaba a "papá Olaf". Los ciudadanos esperaron a que la iglesia estuviese totalmente terminada y, cuando el extranjero estaba colocando la cruz sobre la torre, le gritaron "Olaf, la cruz está torcida!. Tal fue el susto del constructor que se cayó desde lo alto de la torre, saliendo de su boca un sapo y una culebra (que denotaban la posesión demoníaca del hombre). Los habitantes de Tallinn decidieron poner a la iglesia el nombre de quien hizo posible su construcción.

Una vez dentro, lo primero que hemos hecho ha sido subir a la torre: 258 escalones por escaleras de caracol que llevan a uno de los miradores con mejores vistas de la ciudad. La subida se hace larga, menos mal que han pensado en todo y en algunos descansillos tienen pequeños asientos que permiten reposar entre un tramo y otro de escaleras. Al bajar de la torre visitamos el interior de la iglesia, muy sencilla.


Al salir de la iglesia nos hemos dirigido hacia la parte visitable de la muralla medieval. Originalmente, esta muralla tenía 2,4 kilómetros de longitud, 46 torres defensivas y 6 puertas. En la actualidad se conservan 1,9 kilómetros de muralla, 20 torres y 2 puertas. La entrada a la parte abierta al público está en la calle Suur-Kloostri, a la que llegamos tras callejear un poco.


Al llegar, hemos subido a toda prisa las escaleras de madera, pues nos apetecía asomarnos a contemplar la ciudad desde la muralla, imaginando lo que debían de ver los centinelas que custodiaban la ciudad.


Hemos hecho todo el recorrido posible, desde la torre Nunna hasta las torres Sauna y Kuld jaia, parando en varios puntos para hacer fotos de las vistas. El recorrido es cortito, pero merece la pena.


Al bajar de la muralla hemos ido al parque Tornide Väljak, que está al lado. Allí nos hemos dado cuenta de que nos habíamos dejado una de las baterías de la cámara de fotos en la habitación del hotel. Como la que estaba puesta en la cámara no iba a aguantar todo el día, Julián se ha acercado al hotel a coger la batería mientras yo me quedaba haciendo fotos a todas las flores que he encontrado por el parque.


Mientras esperaba a Julián, he sido testigo (en primera fila) de una acalorada pelea entre dos gaviotas. Así que, cuando él ha llegado, se ha sentado a esperar pacientemente que yo acabase de fotografiar a las gaviotas. Es lo bueno que tienen las ciudades pequeñas, que no tenemos que ir con las mismas prisas que en las grandes para verlo todo, sino que podemos hacerlo relajadamente.


Cuando he terminado mi reportaje (parecía del National Geographic), nos hemos hecho algunas fotos con la muralla de fondo para despedirnos del parque. 


Nos dirigíamos ya hacia el centro de la ciudad, y se notaba en que cada vez nos encontrábamos más gente por las calles. 

De repente hemos llegado a un punto en el que había muchas personas haciendo fotos, así que hemos deducido que se trataba de alguno de los monumentos más reconocidos. El edificio no era otro que la Casa de la Hermandad de los Cabezas Negras. Este extraño nombre se debe al patrón del gremio, San Mauricio, que era de piel oscura. Está hermandad estaba conformada por los comerciantes alemanes solteros, que eran los responsables de la defensa de la ciudad. El edificio, renacentista, es bonito en su conjunto. Pero destaca, sobre todo, su colorida puerta, en la que podemos apreciar la representación del patrón del gremio. 


Nuestra siguiente parada ha sido en la Iglesia Espíritu Santo. En su fachada podemos ver el reloj público más antiguo de Estonia, del siglo XVII. El interior nos ha gustado más que el de San Olaf porque, dentro de la sobriedad, éste está más ornamentado.



Y, por fin, entramos por el callejón del Pan a la Plaza del Ayuntamiento (Raekoja plats). Esta plaza, antiguo lugar de encuentro de mercaderes y comerciantes, actualmente alberga gran cantidad de bares y restaurantes. La verdad es que el ambiente es inmejorable. Es lo bueno que tiene viajar a este tipo de países en verano. 


En medio de la plaza se encuentra el Ayuntamiento, erigido en 1404. Julián y yo coincidimos en que parece una iglesia, especialmente por la torre. 


Nos llaman mucho la atención los dragones que funcionan como desagües y, como no, la veleta, conocida como Vaana Thomas. Cuenta la leyenda que todas las primaveras se celebraba en la ciudad un concurso de tiro con arco que consistía en disparar a un loro de madera que estaba situado en lo alto de un poste. El concurso estaba reservado a los hombres de las familias nobles. Pero, en una ocasión, un muchacho humilde llamado Thomas decidió, viendo que ninguno de los participantes había conseguido acertar en el blanco, participar sin permiso, consiguiendo alcanzar el objetivo. Al haber desobedecido las normas no tenía derecho a recibir el premio, pero en reconocimiento se le nombró aprendiz de guardia de la ciudad. Llegó a ser un soldado experto y sirvió en el ejército hasta hacerse viejo, realizando numerosos actos heroicos durante la Guerra de Livonia. Años más tarde, los habitantes de la ciudad se dieron cuenta de que la figura de la veleta se parecía al soldado y comenzaron a llamarla "Viejo Tomás" (Vaana Thomas) en su honor. En la actualidad es un símbolo muy querido de la ciudad. La figura que se encuentra en la veleta no es la original, que se guarda en el interior del Ayuntamiento.


En una esquina de la plaza está la farmacia "más antigua del mundo". Lo pongo entre comillas porque muchos países europeos tienen una farmacia que presume de este mismo título. No estoy en disposición ni de afirmar ni de negar que la información sea veraz, lo que sí que es cierto es que lleva funcionando desde 1422 y, a día de hoy, todavía sigue despachando medicamentos a unos clientes que son minoría en este local, abarrotado de turistas curiosos que deambulamos disfrutando de los objetos antiguos que en ella se exponen.

Y, como casi todo en esta ciudad, la farmacia también tiene su propia leyenda: se dice que el mazapán se inventó en este mismo lugar. Esta historia cuenta que, hace mucho tiempo, un concejal de la ciudad cayó enfermo y acudió a la farmacia para que le diesen algo que le curase. El boticario encargo a su aprendiz (llamado Mart) que elaborase la medicina. Pero, como su sabor era bastante desagradable, el muchacho decidió cambiar los ingredientes amargos por otros más agradables (entre ellos, la almendra). El remedio no solo funcionó, sino que le gustó tanto al concejal que ordenó producirlo en grandes cantidades. La dulce mezcla, parecida al pan, empezó a hacerse famosa dentro y fuera de Tallinn como "pan de Mart" o mazapán. Una vez más, me cuesta creer esta historia, ya que el almendro es un árbol típico de climas suaves, y no creo que el invierno de Estonia cumpla precisamente esta característica. Me quedo más con la versión de los historiadores que sitúan el origen del mazapán en Persia o en Italia. No obstante, la leyenda me parece curiosa.


Con tanto oír hablar del mazapán nos había entrado hambre, así que hemos decidido comer en una de las terracitas de la plaza. Después de ser abordados por varias chicas que, luciendo trajes medievales, nos explicaban las bondades de los establecimientos para los que trabajan, nos hemos decidido.


El elegido ha sido el restaurante Maharaja, al ladito de la farmacia.


La temperatura era de lo más agradable porque no hacía nada de calor, así que la terraza era la opción perfecta. Nos ha llamado la atención que, en todas las mesas, había mantitas sobre el respaldo de algunas sillas. Las pone el propio restaurante para que los clientes las usen. Aunque a mediodía no hacen falta, seguro que por la noche se agradecen.


La verdad es que hemos comido muy bien, y hemos probado varias cosas típicas, como el pan negro (que no me ha apasionado porque yo para los panes soy muy clásica, pero Julián dice que le ha gustado) y el kama, un delicioso postre tradicional elaborado con una mezcla de harinas de cebada tostada,  centeno, avena y guisantes que se mezclan con suero de leche. 



Con el estómago bien lleno hemos dado un agradable paseo hasta el callejón de Santa Catalina. A la entrada del callejón se encuentra el monasterio dominico de Santa Catalina, de 1246. Es el edificio intacto más antiguo de Tallinn.


Pasear por este callejón es una auténtica gozada, es como si el tiempo se hubiese detenido y siguiésemos en la edad media. Parte de este encanto lo aportan las lápidas de piedra, que proceden del interior del monasterio y ahora adornan sus muros exteriores.
                                       

En la Edad Media, esta callejuela fue el lugar donde vivían y trabajaban muchos de los artesanos de la ciudad. En la actualidad quedan poquísimas tiendas (algunas subterráneas), quizá por eso sigue manteniendo ese sabor medieval.

Una cosa muy curiosa de este lugar son los pequeños arcos que unen ambos lados de la calle. Se dice que en verano se cubrían para proporcionar sombra a comerciantes y compradores.


Bien nos habría venido a nosotros que la calle hubiese estado cubierta, porque mientras recorríamos la parte final ha caído un fuerte chaparrón que nos ha obligado a refugiarnos en una de esas escasas tiendas.

Cuando la lluvia ha cesado, hemos salido de nuevo a la calle para acercarnos a la Puerta Viru, la puerta de la muralla que permitía la entrada y la salida de la ciudad por su flanco más oriental.  La calle Viru es la más comercial de la ciudad, y se nota mucho en la cantidad de gente que hay por toda la zona.


Aquí nos ha vuelto a caer otro chaparrón que nos ha obligado, nuevamente, a refugiarnos en otra tienda. Así que hemos decidido que lo mejor sería volver un rato al hotel para descansar.

Después de un rato de reposo (con siesta incluida), hemos salido de nuevo para cenar. En esta ocasión no teníamos que decidir dónde, como nos ha pasado por la mañana. Desde que empezamos a preparar este viaje tenemos claro dónde queremos cenar.

Para llegar a nuestro destino teníamos que pasar por la plaza del Ayuntamiento, cosa que no nos ha importado demasiado, ya que teníamos ganas de conocerla iluminada. Y la experiencia no ha podido ser más "española". Sí, digo española porque al llegar nos hemos encontrado a un grupo de tunos cantando todo su repertorio por las mesas de las terrazas, en busca de alguna propinilla. Esto nos ha hecho pensar en la cantidad de españoles que deben de venir a Tallinn en estas fechas.


Y, nada más salir de la plaza, llegamos a nuestro destino: el restaurante Olde Hansa (que significa (La Vieja Casa).


Este restaurante, ubicado en un edificio con varios siglos de antigüedad, está ambientado en una taberna medieval. Su fama ha traspasado fronteras y siempre está lleno de turistas dispuestos a vivir esta experiencia única.

Aunque estaba nublado, hemos decidido cenar en la terraza, ya que estaba cubierta y la temperatura era agradable. Nada más sentarnos hemos echado un vistazo a la carta, impresa en pergamino y con una decoración típicamente medieval.

La mayoría de los platos tienen poco de la cocina típica estonia, y están elaborados con carnes de diversos tipos servidas en platos de barro. Además de probar varios tipos de carne, Julián se ha animado con una cerveza con miel.


Las camareras, muy agradables, van ataviadas con trajes medievales.


Al terminar la cena, he decidido que no podía irme sin ver el restaurante. Tanto el interior como el exterior están perfectamente ambientados para dar la sensación de que seguimos en la Edad Media.


Hasta los baños parecen de hace varios siglos.


Tras una cena de lo más agradable ha llegado el momento de pedir la cuenta. La verdad es que este restaurante no es una buena opción si se quiere comer algo en plan económico, pero merecía la pena darse el capricho al menos una vez en la vida.

Una vez liquidada la cuenta, hemos vuelto al hotel dando un agradable paseo. La temperatura ya era más baja, se agradecía llevar algo de manga larga. Pero comparado con las agobiantes temperaturas de Madrid durante esta época, este fresquito nos ha sabido a gloria.

Del camino de vuelta me quedo con la imagen de la plaza del Ayuntamiento. La iluminación del consistorio proyectaba en las nubes la silueta de la torre y del Vaana Thomas. La verdad es que, aunque en la foto no se aprecia demasiado bien, la imagen en directo era impresionante.


Con este recuerdo aún en la retina nos vamos a dormir, que mañana nos aguarda otro día para descubrir la parte de Tallinn que aún no conocemos y otro cambio de país.

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