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Viaje a Irlanda (I): Llegada a Belfast

Irlanda nos ha recibido con sol a nuestra llegada al aeropuerto de Dublin.



Pero ha sido un espejismo, puesto que en cuanto hemos bajado del avión, nos hemos encontrado ya las nubes características del país. Además, el tiempo, sin ser frío, sí era fresquito y con bastante viento.

En el aeropuerto hemos cogido nuestro medio de transporte en estos días que vamos a estar moviéndonos por la isla, un Nissan Micra rojo. Nada más cogerlo, llegan las primeras sensaciones extrañas: el conductor en el lado derecho, la palanca de cambios a mi izquierda, la ausencia de una superficie en la que apoyar mi brazo izquierdo y, por supuesto, la conducción por el carril más a la izquierda de la carretera y la circulación en el sentido de las agujas del reloj al tomar las rotondas.


Los primeros cinco minutos te sientes raro. La siguiente hora te vas acostumbrando, y tiene pinta de que dentro de 3 días me parecerá que llevo toda la vida conduciendo al estilo anglosajón.

Cogemos la autovía/autopista y en poco rato nos plantamos en otro país: apenas se nota nada, puesto que no hay ninguna frontera visible entre Irlanda e Irlanda del Norte. Lo único, un cartel que indica que se entra en Irlanda del Norte y la constatación de que los topónimos dejan de estar escritos también en gaélico y las distancias pasan a ser en millas.


Una vez que encontramos el hotel Etap en Belfast y dejamos las maletas, decidimos salir a dar un paseo y cenar. Resultó que nuestro barrio era el más animado de la capital norirlandesa: ¡en el centro apenas hay un alma! La verdad es que nos sorprendió la poquísima gente que se ve por la calle en la zona entre el ayuntamiento y la catedral. Es cierto que tampoco hay apenas restaurantes o bares en esa zona, quitando los omnipresentes MacDonalds o Burger King, así que es la pescadilla que se muerde la cola: no hay gente porque no hay nada que hacer a esta hora, y no hay nada abierto porque no hay gente. No sabemos cuál de los dos factores es el origen y cuál la consecuencia, pero lo cierto es que el centro de Belfast, un jueves de agosto, parecía una ciudad fantasma. Seguro que el frío que empezaba a hacer a esas horas tampoco ayudaba.

Así pues, nos contentamos con dar un paseíto, ver la catedral y el ayuntamiento (este último muy bonito y con una iluminación que lo resaltaba extraordinariamente) y cenar en el McDonalds, que sabes que nunca falla.



Al volver al hotel, paramos en un supermercado que estaba abierto e hicimos acopio de comida para los desayunos.

Mañana comienzan las visitas más en serio, nuestro plan es ver Belfast y la Causeway Coastal Route, para acabar durmiendo en Derry. ¡Esperemos que el tiempo nos respete!

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