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Norte de Portugal (IV): Despedida a ritmo de fado y vino de Oporto

Nos levantamos el último día con esa mezcla de pena por terminar el viaje y de alegría por todas las cosas bonitas que habíamos visto. Pero rápidamente nos pusimos en marcha hacia nuestra primera parada: las bodegas de vino de Oporto que se encuentran en Vila Nova de Gaia, justo en la ribera del Duero, puesto que nos habían dicho que no se puede visitar Oporto sin aprender algo más de estas bodegas que dan renombre internacional a la ciudad.

Nuestra primera intención era visitar las Bodegas Ferreira, pero las visitas para este día ya estaban concertadas. Así que probamos suerte en otras y la que más nos convenció fue las Bodegas Cálem. Hicimos la visita turística, que recorre la zona en la que se almacenan los distintos barriles (una antigua cava en madera y piedra) con explicaciones al respecto, y posteriormente degustamos unas copas de Oporto (para el que no lo sepa, un vino muy dulce). Personalmente, me gustó más el blanco que el tinto.




 Una vez terminada la visita aprovechamos para dar un pequeño paseo por la Ribeira, disfrutando de los paisajes que el Duero deja a su paso por Oporto. Después, cogimos el coche y, aprovechando que era domingo y no había que pagar parking, nos acercamos hasta el centro, concretamente hasta los jardines del Palacio de Cristal. Desde allí se veían unas estupendas vistas de la ciudad. Además, el parque estaba lleno de pájaros (pavos, gaviotas y los típicos gallos portugueses), así que Mery aprovechó para hacer un pequeño safari fotográfico teniendo a los animales como improvisados modelos.





Una vez cansados los animales (tanto los pájaros como yo), cogimos el coche y decidimos terminar la visita a la ciudad yendo a las fortalezas defensivas que se encuentran en la costa. Nos acercamos hasta el Castelo do Queijo, aunque solo lo vimos desde fuera.


Cruzamos por última vez nuestro puente de Arrabida y nos despedimos de Oporto. Nuestra intención era visitar alguno de los lugares pintorescos que habíamos descubierto por internet entre Oporto y Aveiro, pero finalmente solo nos paramos en Válega, un pequeño pueblecito con una iglesia cuyo exterior está decorado con alegres azulejos de colores, contrastando con la tristeza que respira el cementerio que tiene al lado. Eso sí, para encontrar el pueblo nos las vimos y nos las deseamos, puesto que el pueblo estaba muy mal señalizado y nos costó muchas idas y vueltas a lo largo de carreteras que difícilmente alcanzaban ese nombre.


Con tanta vuelta en las cercanías de Válega, se nos hizo bastante tarde al entrar en Aveiro, por lo que decidimos no entrar en la ciudad e ir directamente a la zona de costa, concretamente a la playa de Costa Nova, en el pueblo de Ilhavo. Allí se encuentran las típicas casas con las fachadas decoradas a rayas verticales y de colores vivos. Un placer a la vista, auque fue una pena que ya nos estuviera atardeciendo al llegar. Había por la zona bastantes surfistas terminando su jornada, y el sitio en general se ve muy apacible y agradable para pasar una vacaciones veraniegas.



Con noche cerrada ya, cogimos el coche y nos dispusimos a afrontar el largo camino de regreso a Madrid. Calculamos la distancia hasta la frontera para usar la mínima gasolina posible en el trayecto portugués y, en cuanto llegamos a Fuentes de Oñoro (primer pueblo español), paramos a repostar. No hubo más incidentes reseñables en el resto del viaje, así que llegamos a Madrid con la "saudade" de haber abandonado las bonitas tierras del norte portugués pero con el buen recuerdo del viaje realizado.

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