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Córdoba (I): Primer paseo por la ciudad

El día ha arrancado con una salida a correr por las calles cordobesas. Cruzando el Guadalquivir por el puente romano, me acerco hasta la Torre de la Calahorra, doy una vuelta por el Parque de Miraflores y luego recorro el centro histórico, volviendo hasta la casa donde estamos alojados, en el barrio del Alcázar Viejo, también conocido como barrio de San Basilio.

Como Mery se ha sentido mal durante todo el día, no ha podido salir a la calle, así que el turismo se ha reducido a una salida a media tarde en la que he aprovechado para dar una vuelta por el centro.

Primero he visitado las Caballerizas Reales. Por la noche realizan un espectáculo ecuestre de pago, pero durante el día se puede visitar gratuitamente una exposición de carruajes de época. Independientemente de la importancia del lugar (en estas estancias fue en las que se desarrolló la raza del caballo andaluz), los vehículos expuestos son muy interesantes.




Posteriormente me he acercado a los alrededores de la Mezquita Catedral. El exterior me encanta, con esa robustez que le dan sus altos muros, pero suavizada por los múltiples detalles árabes que la adornan. Y todo ello rodeado de otros edificios, como sin darse importancia. Para mi estas vistas son inigualables.


Entro al recinto de la mezquita por una de las puertas, a través de la cual se accede al Patio de los Naranjos. Aquí me podría pasar horas, admirando el lugar, disfrutando del bullicio, de los grupos de turistas y de los guías que aprovechan para dar las explicaciones (y yo aprovecho para escucharlas, puesto que el enfoque histórico que le daba el guía del grupo que estaba cerca de donde me senté me encantaba).



He podido hacer unas fotos del campanario (el antiguo minarete). Si hay algo mágico en este monumento es la mezcla de los estilos, la mezcla de las religiones y culturas. Ojalá este arte sirviera para acercar a personas con distintas creencias, para enriquecernos mutuamente en vez de enfrentarnos.



Recorriendo las callejuelas del centro histórico, llego a la calleja del pañuelo, cuyo nombre se debe a que es tan estrecho que se pueden tocar ambas paredes con el tradicional pañuelo que los caballeros solían llevar en la solapa del traje.



Otra de las calles más famosas de Córdoba es el Callejón de las Flores, con la icónica foto del campanario visto a través de él.



Cuando empieza a atardecer visito la casa del Guadamecí Omeya, que funciona como museo en el que se exponen piezas de este arte omeya de embellecimiento del cuero. No había oído hablar del guadamecí, y tengo que reconocer que los resultados son muy bonitos. Me viene a la mente otra artesanía de origen árabe, como es el damasquinado.



Lo más bonito de Córdoba es perderse entre sus calles e ir descubriendo los rincones con encanto que tiene. Uno de ellos es el zoco cordobés, que recordaba de la última vez que habíamos estado en la ciudad, hace ya varios años.



Por último, no podía faltar la visita a la sinagoga, una de las pocas que quedan en España.



Y desde allí, regreso a Casa Longa, donde gracias a que podíamos utilizar la cocina de la casa hemos cenado juntos, a la espera de aprovechar el día de mañana para hacer más turismo. Porque lo que me ha quedado claro hoy es que, aunque ver cosas nuevas siempre es enriquecedor, hacerlo en compañía es mucho más agradable que en solitario.


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