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Atenas (III)

Tras recoger nuestras pertenencias en el hotel y abandonar la habitación, dejamos las maletas en la recepción del hotel y salimos a disfrutar de nuestras últimas horas en Atenas. Lo primero que hacemos es ir a la plaza Sintagma, para ver el cambio de guardia. Todos los días se produce dicho cambio cada hora, pero los domingos a las 11 es cuando se hace el cambio más espectacular, con múltiples soldados desfilando. Eso sí, la afluencia de público es proporcional, así que nos ha tocado estar en cuarta o quinta fila.





Desde Sintagma cogemos el metro hasta Monastiraki, donde echamos un ojo al mercadillo que se monta los domingos en las calles adyacentes. Yo no soy muy fan de este tipo de mercadillos, pero a Mery le gusta ver los cacharros antiguos que exponen, sobre todo los relacionados con cámaras fotográficas de hace años.



Nuestra siguiente parada es la zona arqueológica de Kerameikos. Era un barrio de la antigua Atenas, concretamente el de los alfareros (de cerámica es de donde le viene el nombre). Puesto que el muro que Temístocles levantó para proteger Atenas cruzaba este barrio, los atenienses comenzaron a enterrar a sus familiares aquí (siempre lo hacían extra-muros). Actualmente es un remanso de paz y tranquilidad, alejado del bullicio del centro, pero lo suficientemente cerca como para llegar andando hasta allí (como hicimos nosotros).



Al salir de Kerameikos cogemos el metro en Thisseio y vamos a ver el templo de Zeus Olímpico. Del antiguo templo solo quedan unas pocas columnas, pero dan la medida de lo enorme que debió de ser. Es una gozada sentarse en la explanada a descansar un rato admirando las impresionantes construcciones que eran capaces de levantar en la antigüedad.



Ya empezamos a tener hambre, así que buscamos un sitio donde comer. Como ya habíamos tenido dos días de comidas con vistas de la Acrópolis, esta vez lo que queríamos era encontrar un sitio en el barrio de Anafiotika. Así que nos decantamos por To Kafeneio, donde probamos dolmadakia, albóndigas con salsa, salchichas y skopelos (queso feta enrollado en pasta filo). Un sitio muy familiar, donde preferimos comer en el salón porque en la coqueta terraza (con mesas y sillas de madera de distintos colores) hacía demasiado viento.




Decidimos tomarnos la tarde con tranquilidad y aprovechar para terminar el viaje con las mejores vistas posibles de la ciudad. Y esas no son otras que las de la Acrópolis vista desde la cercana colina de Filopapo. El nombre viene de un príncipe que vivió durante la dominación romana, y su monumento se encuentra en la parte más alta de la colina.



Pero lo que de verdad hace tan visitada esta colina son las vistas desde aquí de la Acrópolis, donde se puede ver sin dificultad el Odeón de Herodes Ático, los Propileos, el Erecteión y el Partnón; para rematar, como fondo se encuentra la colina de Licabeto.


Y éste es el fin de nuestro viaje. Desde aquí, nos vamos dando un paseo hasta el hotel, recogemos las maletas y cogemos el metro que nos lleva hasta el aeropuerto Eleftherios Venizelos (en honor del político griego de principios del siglo XX). Ha sido una primera aproximación a Grecia muy interesante, que nos deja sin dudas con ganas de volver a explorar otros rincones de este interesante país.

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