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Maratón de Semana Santa (Capítulo II)

El lunes santo por la mañana dejamos el hotel de Bilbao para dirigirnos hacia Oviedo, pero ese día lo dedicamos a conocer Cantabria. Nuestra primera parada fue Castro Urdiales, un pueblo que nos encantó. Dejamos el coche en el centro del pueblo y nos acercamos andando a la orilla del mar, donde encontramos el puerto, lleno de barquitas de colores que hacían que pareciese la típica estampa marítima que se puede admirar en los cuadros marineros.



Muy cerca del puerto estaba la Plaza del Ayuntamiento, muy bonita también, con sus soportales. Claro, para un medio madrileño y medio salmantino no debe ser gran cosa (aunque Julián disimuló su procedencia, haciendo ver que le gustaba), pero para los demás, la verdad es que es un sitio que merece la pena conocer.

Otro vistazo al mar antes de adentrarnos en la zona más turística de Castro Urdiales que, curiosamente, está a las afueras del pueblo.



Por fin llegamos a uno de los sitios que más ilusión me hacían. Se trata de la iglesia gótica de Santa María. Es una construcción preciosa, al menos por fuera. Lo poco que habíamos visto de su interior en los folletos turísticos antes de iniciar el viaje nos hizo pensar que por dentro era igual de bonita, pero nos quedamos con las ganas de comprobarlo debido a que las obras de remodelación del templo impedían la entrada al mismo. Por lo que he podido leer, la iglesia alberga magnificas tallas de los siglos XIII al XVII, destacando una colección de obras de orfebrería y un cuadro del Cristo crucificado, obra de Zurbarán.



Muy cerca de la iglesia se encontraba el faro, integrado en lo que queda de las ruinas del castillo medieval.




Una vez visto el conjunto histórico más importante de la ciudad, y debido a la escasez de tiempo, decidimos volver hacia el coche. Una vez más, pasamos por la Plaza del Ayuntamiento, para grabar en nuestras retinas una imagen que será difícil de borrar de nuestros recuerdos.


Abandonamos la Puebla Vieja o zona medieval del pueblo, que no en vano fue nombrada Conjunto Histórico Artístico en 1978. Ya llegando al coche descubrimos algunos rincones menos conocidos, pero también con un encanto particular, como la que yo bautizaría como "fuente de los pescadores" o el mercado.







Después de Castro Urdiales, nuestro siguiente destino fue la capital cántabra, es decir, Santander. Pero antes de llegar, nos desviamos para subir a Peña Cabarga, famosa por sus bonitas vistas de la Bahía de Santander. La pena es que con la niebla que había, no pudimos ver absolutamente nada.



Una vez en la capital, nos dirigimos a la península de la Magdalena, donde se encuentra la playa del mismo nombre.




Tras pisar la arena por primera vez en el año 2009, seguimos recorriendo la península. Como había salido el sol, nos tumbamos en los enormes jardines a descansar un ratito. Desde aquí ya se podía ver, a lo lejos, el palacio.





Después del descanso y una subidita bastante empinada, llegamos al Palacio Real de la Magdalena, residencia estival del rey Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia a principios del siglo XX.






Después de rodear el palacio (no se puede visitar su interior) emprendimos el camino de vuelta a la ciudad, pasando por el lugar donde se encuentran las tres carabelas que el marino cántabro Vital Alsar donó a Santander.


Seguimos alejándonos del palacio y nos encontramos el pequeño zoo de la Magdalena, donde pudimos ver focas y leones marinos. En esta foto podemos ver dos ejemplares de foca (siempre en segundo plano).


Volvimos a la ciudad para comer y ya por la tarde salimos hacia Santillana del Mar. Pero antes veríamos varias cosas más de Santander, eso sí, siempre desde el coche. Vimos la playa del Sardinero, el casino, la catedral...



Salir de Santander fue toda una odisea. Estaban realizando obras de mejora en las afueras de la ciudad y la señalización era pésima. Tuvimos que dar varias vueltas y, con cada una de ellas, el humor de Julián empeoraba un poco más. Pero al final conseguimos salir y llegar a nuestro siguiente destino: la ciudad de las tres mentiras. Se dice que ni es santa, ni llana, ni tiene mar. Pero es que el nombre de esta villa no viene de ninguna de estas tres cosas. Su nombre es una contracción de "Santa Juliana", cuyas reliquias se conservan en el monasterio románico del mismo nombre. Una vez llegados al pueblo, nos dirigimos hacia la Plaza Mayor, recorriendo las calles empedradas por las que una tiene la sensación de que el tiempo se ha detenido y seguimos en la Edad Media.




Siguiendo el recorrido nos encontramos el Palacio de Velarde, del siglo XV.



Y ya por fin llegamos a la Colegiata de Santa Juliana. Se dice que el primer monasterio emplazado en este lugar se construyó entre los siglos VIII y IX. A partir del siglo XII, el monasterio se convirtió en colegiata. Aunque la mayor parte del edificio es románico, sobre él se perciben añadidos renacentistas y barrocos. Esto es lo que se puede observar desde fuera, porque no pudimos entrar a ver la colegiata y el claustro, igual que tampoco pudimos ver las Cuevas de Altamira, a pocos kilómetros del pueblo. Otra vez será.








Empezaba a llover, así que nos tuvimos que ir hacia el coche. Eso sí, parando en una de las tiendas del pueblo para comprar chocolate. Esta vez fuimos originales y compramos algunos de los muchísimos sabores nuevos que había. Nuestros elegidos fueron el chocolate con leche con trocitos de coco y el chocolate blanco con manzana (de los que, como era de esperar, ya no queda nada). Exquisitos ambos.

Después de nuestras compras cogimos de nuevo el coche para ir a Comillas. Pero antes de llegar, pasamos por Cóbreces, donde pudimos ver laabadía cisterciense de Santa María de Viaceli.



Comillas fue el pueblo que peor pudimos ver por diversos motivos. El primero de ellos es que estaba lloviendo bastante, así que estuvimos muy poco tiempo fuera del coche. Además, tuvimos bastante mala suerte. Nos acercamos a ver el Capricho de Gaudí (convertido ahora en restaurante) y nos dijeron que los lunes está cerrado, por lo que tuvimos que conformarnos con verlo por fuera de las vallas que rodean la finca. Además, la Universidad Pontificia de Comillas (que yo tenía muchísimas ganas de conocer) estaba en obras y los andamios tapaban toda la fachada, así que no merecía la pena ni hacer una foto.




Y desde Comillas partimos directamente a Oviedo, donde nos esperaban Pelayo y Alma, los amigos que, generosamente, nos ofrecieron su casa para que no tuviésemos que pagar un hotel. Una vez acomodadas las maletas en su casa, fuimos a una sidrería a cenar. A partir de aquí ya no tenemos fotos del viaje, puesto que Pelayo y Alma nos dejaron su cámara (nosotros no llevábamos nada más que los móviles y ya tenían la memoria llena) y estamos a la espera de que nos puedan mandar todas las fotos por e-mail, ya que un desalmado robó el CD que Pelayo nos mandó con nuestras instantáneas y el sobre llegó a casa vacío. Así que ,hasta que no tengamos en nuestro poder todo ese material gráfico, no podremos seguir haciendo la crónica de estas bonitas vacaciones.

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