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Castilla miserable, ayer dominadora, envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora (I)

Estos versos de "A la Orilla del Duero", de Antonio Machado, que tanto le gustan a Julián, han sido los elegidos para dar título a este post. ¿Por qué? Muy fácil. Porque este fin de semana nuestro destino elegido ha sido Castilla y León y, más concretamente, las ciudades de Ávila y Segovia. Además, el autor elegido tiene, precisamente, una casa museo en la última de las ciudades mencionadas.
Ha sido un fin de semana de lujo, más tarde comprenderéis por qué.

Salimos el sábado 28 de marzo de Madrid, dirección Ávila. Nada más pasar el túnel de Guadarrama, parecía que habíamos pasado a otro mundo: del sol y el calor con el que salimos de Madrid, pasamos a niebla y pequeños copos de nieve, y unas temperaturas bastante bajas.
Al llegar a Ávila, nuestra primera parada fue en el Mirador de los Cuatro Postes, desde donde se ven unas magníficas vistas de la ciudad. Nada más salir del coche, nos apresuramos a abrir el maletero para coger la poca ropa de abrigo que llevábamos en la maleta. Yo cambié la mini falda, la camiseta de manga corta y las manoletinas por unos vaqueros, una cazadora y unas botas. Julián, que no creía que el tiempo pudiese cambiar tanto, sólo llevaba un jersey bastante fino, con el que pasaría bastante frío durante todo el viaje.



Como podréis comprobar, la calidad de las fotos no es muy buena. Se debe a que la cámara que llevamos debe estar estropeada y no enfoca bien. Una auténtica pena.

Pero continuemos con el viaje. Tras bajas del mirador, aparcamos el coche fuera de la muralla y nos encaminamos hacia la ciudad antigua a pie. Nuestra primera parada fue en la iglesia de San Pedro, en la plaza del Mercado Grande, aún fuera de la muralla y justo enfrente de una de las puertas de la misma, la del Alcázar.


Seguimos recorriendo la ciudad y llegamos a la iglesia de Santo Tomé el Viejo, ahora almacén del Museo de Ávila.

Seguimos nuestro camino hacia la basílica de San Vicente, que sólo pudimos ver por fuera, y entramos a la ciudad vieja por la Puerta de San Vicente.




Una vez dentro de la muralla, visitamos la Catedral del Salvador.




Una de las cosas que más nos llamó la atención fue la "piedra sangrante" con la que está construída la bóveda. Es una arenisca rica en hierro, está sacada de las canteras de La Colilla, cerca de Ávila.




Una vez vista la catedral, nos fuimos a comer al restaurante "Las Cancelas" donde pudimos degustar la comida tradicional abulense. Yo pedí sopa de cocido (para entrar en calor) y Julián judías de El Barco de Ávila. Después nos comimos un par de chuletones de ternera de Ávila que estaban exquisitos. Yo no pude con el postre, así que me pedí una infusión para poder bajar todo aquello. Julián, sin embargo, aún tenía un agujerillo en el estómago, que rellenó con una tarta de hojaldre.

Nada más comer, nos dirigimos a la muralla para visitarla. Visitamos la parte de la Puerta de la Catedral, donde pasamos bastante frío. Pero mereció la pena, porque pudimos hacer unas fotos muy bonitas, reflejo de las vistas de las que disfrutamos.


Después visitamos la capilla de Mosén Rubí, donde están enterrados sus fundadores: Andrés Vázquez Dávila y su esposa doña María Herrera. También se encuentran allí los restos de Doña Amparo Illana, esposa de Adolfo Suarez, debido a la gran amistad que une al Duque de Suarez con el dueño de la capilla.

Desde ahí nos dirigimos a la Puerta del Carmen, situada junto a las ruinas del antiguo convento del Carmen. Visitamos también este tramo de la muralla, el que más gustó a Julián. La razón es que desde aquí se ve la carretera por la que pasa la Vuelta Ciclista a España cuando llega a Ávila. Él no pudo resistirse y tuvo que inmortalizar el momento.

Desde ahí decidimos volver al coche, pues teníamos que llegar pronto al hotel. Antes de llegar al aparcamiento, pasamos por la Plaza de la Santa, donde está la iglesia de Santa Teresa de Ávila.






Llegar al hotel nos costó un poquito, porque está muy mal señalizado. Además, el hotel estaba a las afueras de Ávila. Pero Julián, una vez más, hizo gala de su gran sentido de la orientación y consiguió llegar perfectamente.

El hotel era el Fontecruz Ávila Golf, un hotel de cinco estrellas con SPA. La razón por la que teníamos que llegar pronto era porque teníamos reservada una hora de tratamiento de hidroterapia de 7 a 8 de la tarde. Así que nos dieron la tarjeta para entrar en la habitación y subimos a ponerlos los bañadores.








El SPA era pequeño pero tenía bastantes cosas: ducha de contrastes, camas de agua, cuellos de cisne, sauna, baño turco... La verdad es que la hora se nos hizo muy corta, nos quedamos con ganas de más.


Después del SPA, volvimos a la habitación para vestirnos y salir a cenar. Volvimos a Ávila y estuvimos de nuevo en el Mirador de los Cuatro Postes, con la esperanza de encontrar unas vistas bonitas de la ciudad iluminada. Pero lo único que estaba iluminado era el mirador, así que no pudimos disfrutar de nuestra ansiada panorámica.

Con el frío que hacía, no apetecía nada estar fuera del coche, así que nos fuimos rápidamente a un centro comercial (El Bulevar, creo) y estuvimos cenando y viendo el final del partido España-Turquía. Y después, vuelta al hotel, donde nos esperaba una acogedora cama en la que descansaríamos para afrontar al día siguiente otra caminata, esta vez por Segovia.

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