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Semana Santa 2012 (II): Por los pueblos costeros

Hoy nuestro itinerario tenía 3 paradas: Zumaia, Getaria y Zarautz, los pueblos costeros al este de San Sebastián. Tras desayunar en el comedor de la casa rural, nos hemos puesto en marcha. A esa hora estaba lloviendo intensamente. La lluvia nos ha acompañado durante toda la jornada, variando su intensidad pero casi nunca desapareciendo del todo, excepto un breve rato en Zumaia, en el que incluso llegó a salir el sol. En cualquier caso, el protagonista del día ha sido el paraguas.

Zumaia era la primera parada. Por suerte, al llegar y tras haber dejado el coche al lado de la oficina de información turística (en la que hicimos acopio de folletos sobre la zona), dejó de llover. Fuimos hacia el río Urola, que desemboca en el Cantábrico en esta población. Allí estaban entrenando varios traineros, estampa típica de las aguas vascas.



Nos dirijimos al casco antiguo, donde destaca la iglesia de San Pedro. Por fuera es un edificio impresionante de piedra, más parece una fortaleza que un templo. Por dentro, su estilo gótico con una sola nave me gustó mucho.





Otro de los atractivos de Zumaia es el camino que se adentra en el mar y separa la desembocadura del Urola del rompeolas que hay a su izquierda. Aunque chispeaba ligeramente, es un paseo muy agradable, con unas bonitas vistas tanto del mar, como del pueblo según te vas alejando de él.




Como añadido, se pueden ver las curiosas formaciones geológicas que protagonizan estas costas, los Flysch. Es impresionante ver cómo el suelo marino se ha replegado de tal forma que actualmente está en posición vertical.



Para cerrar la visita turística por Zumaia cogimos el coche y fuimos hasta una elevación en la sierra desde la que se podían ver unos paisajes preciosos. Panorámicas así son las que convierten al País Vasco en un sitio único.




Y, como era la hora de comer, decidimos hacer una última parada en Zumaia, para degustar unos ricos manjares en el casco antiguo. Yo iba con la idea de repetir la comida a base de pintxos, pero entramos en un bar con un buen menú, así que decidimos que era mejor idea comer de menú, puesto que ya se sabe que lo poco gusta pero lo mucho cansa. Así pues, en el bar Zalla comimos ese menú con ensalada mixta y pollo con patatas, muy abundante y sabroso, en lo cual seguramente influiría que el bar era también pollería.

Siguiendo la costa en dirección a San Sebastián, la siguiente parada era Getaria. Este pueblo es famoso por sus ilustres hijos (Elcano y Balenciaga, cada uno en su campo), por su afamado txacolí y por la península que sobresale hacia el mar, en la que se encuentra el monte de San Antón, pero que es conocida como el Ratón de Getaria, ya que tiene la forma de dicho animal de perfil.



Dejamos el coche en la parte nueva del pueblo (cerca del museo dedicado al modisto Balenciaga) y nos encaminamos rápidamente a la parte antigua. Allí, entre callejuelas con encanto, lo primero que sobresale es la Iglesia de San Salvador. Este templo resulta tremendamente curioso. No es casualidad que todos los que entramos a visitarlo comentábamos lo mismo como primeras impresiones: "¡Qué rara es esta iglesia!" Para empezar, tiene un acusado desnivel, estando mucho más alta la zona del altar que el fondo del templo (el desnivel es tal que, cuando te sientas en los bancos da la sensación de que te vas a caer para atrás).




Las formas no son rectas, los ventanales son muy asimétricos, está construida en 4 alturas (una parte más baja, la zona principal, y dos zonas elevadas con bancos desde donde seguir la ceremonia y a las que se accede mediante escaleras de madera. Mery y yo coincidimos en que es la iglesia más rara que hemos visto nunca.




Al salir, cruzamos un pasadizo por debajo de la iglesia (que recibe el nombre de katrapona) que lleva hasta la parte del puerto.



 O mejor dicho, hasta la parte superior del puerto. Si quieres acceder a la zona en la que está el mar y los barcos amarrados, tienes que bajar por unas escaleras. Así es este pueblo, lleno de cuestas por todos los lados.




Al volver, hicimos fotos en los varios monumentos y estatuas erigidos sobre Juan Sebastián Elcano (el primer marino que dió la vuelta al mundo, aunque no tardó 80 días como Phileas Fogg, sino 3 largos años de hambre, batallas y penurias junto a la tripulación que le acompañó) y entramos en la oficina de turismo para coger algún folleto y visitar una interesante exposición sobre la actividad pesquera del pueblo. En dicha exposición había un mural sobre el viaje de Elcano que leí con gran interés.





El último pueblo de la ruta era Zarautz. Sin duda, el más grande de los tres. Orientado al turismo de "alto nivel" y paraíso de los surferos.



La lluvia nos acompañó prácticamente todo el rato que estuvimos en el pueblo, pero no nos impidió disfrutar de una agradable caminata por el paseo marítimo mientras observábamos a los surfistas intentar coger olas, ver con claridad el Ratón de Getaria (desde Zarautz es desde donde mejor se distingue la curiosa forma de la península), recorrer el casco antiguo, en el que destaca la Torre Luzea, cenar unos sabrosos pintxos (esto se está convirtiendo en agradabilísima tradición de este viaje) en el bar Iruña... hasta me tomé un helado de postre, contagiado por el ambiente veraniego que se respira en todo Zarautz y por la cantidad de clientes que tienen las muchas heladerías que pueblan la calle principal. Creo que ha sido la primera vez en mi vida que iba por la calle comiendo un cucurucho de helado mientras llovía.


           


La última parada del día ha sido el hotel-restaurante que el famoso cocinero Karlos Arguiñano tiene en Zarautz. Mery había visto fotos del mismo y quería echarle un vistazo. La verdad es que está levantado en un palacete espectacular. Estoy seguro que el precio del menú no será precisamente barato.


En resumen, el día de hoy, sin visitar grandes ciudades, nos ha dejado de nuevo un estupendo sabor de boca, puesto que hemos estado en tres pueblos muy distintos entre sí pero llenos de encanto, con el denominador común de una costa cantábrica que hemos admirado en toda su belleza y en las condiciones más habituales: bajo la lluvia.

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