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La pasión turca (II): toma de contacto con la ciudad de las mezquitas

El sábado nos despertamos cansados (habíamos dormido muy poco la noche anterior) pero con muchas ganas de empezar a conocer la ciudad. No es de extrañar, ya que llevábamos mucho tiempo queriendo ir y por unas cosas o por otras siempre se nos complicaba el viaje.

Así que estrenamos nuestro desayuno buffet (unos más que otras, todo hay que decirlo) y salimos a la calle a descubrir las maravillas turcas.

Lo primero que visitamos fue la Mezquita del Príncipe o Şehzade Camii (la palabra "camii" significa "mezquita", así que aparecerá bastante en esta narración). Esta mezquita, que se encontraba a escasos metros de nuestro hotel, fue la primera que vimos la noche anterior (cuando íbamos en el taxi que nos llevó del aeropuerto al hotel) y nos sorprendió gratamente. Después descubriríamos que, para deleite de nuestros sentidos, había muchas mezquitas de características similares (e incluso más bonitas, si cabe).



Esta mezquita fue testigo de una trágica historia. Dice la leyenda que Süleyman El Magnífico ordenó al famoso arquitecto Mimar Sinan construir esta mezquita en memoria de su fallecido hijo Mehmet. El príncipe estaba destinado a ser el sucesor en el trono de su padre, pero murió con tan sólo 21 años de edad a manos de su hermano, el Príncipe Cihangir. A raíz de ello, Cihangir enloqueció por el dolor al arrepentirse del homicidio. Para expiar su culpa, Süleyman hizo levantar este templo donde los hermanos reposan en un mausoleo situado en el jardín de la mezquita.


Impresionados aún por el expléndido exterior, nos dispusimos a entrar en la mezquita, no sin antes hacer el ritual que repetiríamos en todos y cada uno de los templos: descalzarnos y ponerme un pañuelo en la cabeza. He de decir que el primer día, entre el desconocimiento y la falta de práctica, parecía Doña Rogelia. Pero después empecé a probar  distintas formas de colocarme el pañuelo y hasta me acabé viendo favorecida.

El interior de la mezquita nos sorprendió muchísimo. Hay que tener en cuenta que era la primera que visitábamos, así que nos causó una gran impresión. Nada más entrar nos llamó la atención la gran cúpula central,  de 37 metros de altura y 19 metros de diámetro.


Es un templo de decoración muy sencilla, pero sus líneas simples y cuidadas y su simetría le otorgan una belleza serena.


Al salir de templo, volvimos a pasar por el cementerio. ¡Ah! ¡Si no os lo hemos contado! ¿Recordáis que hemos hablado de que en el patio había un jardín con el mausoleo de los príncipes? Pues bien, es que resulta que en Estambul todas las mezquitas cuentan con un jardín en el que se encuentra un cementerio. Las lápidas son preciosas y muy sencillas. Cuadradas, cilíndricas... siempre blancas y con algún verso del corán tallado en la piedra. Nada que ver con las exageradas ostentaciones que a veces vemos en nuestros cementerios, cargados de ángeles y cruces gigantescas. Allí ratifiqué mi teoría de que la elegancia está en la sencillez y la sobriedad (aunque respeto opiniones contrarias, que para gustos se hicieron los colores). 


Supongo que os habrá llamado la atención el gato que reposa tranquilamente sobre la tumba. A nosotros también nos sorprendió. Claro, eramos nuevos en la ciudad; minutos después nos daríamos cuenta de que está plagada de gatos callejeros, que lugareños y turistas miman y alimentan. Así que los mininos campan a sus anchas por la ciudad, convirtiéndose en un símbolo más de la mágica Estambul.

Una vez visitado todo el recinto, un último vistazo a la mezquita y seguimos nuestro recorrido.


 De camino hacia el centro histórico de la ciudad, no pudimos evitar hacer una parada en la Plaza de Beyazit, también conocida como Foro de Teodosio o Plaza de la Libertad. Esta plaza es una de las más bonitas y con mejor ambiente de la ciudad, llena de palomas, universitarios y fieles que se dirigen a la oración. Vaya mezcla, ¿no? Pues aunque dicho así suene extraño, no lo es. Y es que esta plaza tiene el privilegio de contar con una magnífica vista a la mezquita de Beyazit y a la famosa puerta de la Universidad de Estambul. ¿Os parece poco? Pues diremos que, además, en esta plaza se celebra semanalmente un mercadillo que inunda la zona de turistas en busca de gangas.

Tanto nos gustó ese lugar que decidimos pasar un rato disfrutando de las vistas y del solecito. La verdad es que tuvimos mucha suerte con el tiempo. En pleno mes de noviembre disfrutamos de temperaturas que rondaban los 20ºC. A primera hora de la mañana y a la caída del sol hacía más fresquito, pero era más que soportable.

Primero nos sentamos en el centro de la plaza a contemplar la Puerta de la Universidad, de estilo árabe y con cierto parecido a una fortaleza. Y no es de extrañar, ya que dicen que el edificio de la Universidad fue originalmente destinado a albergar el Ministerio de la Guerra en la época otomana.


¿Sabéis qúe nos encontramos en las escaleras que suben a la puerta? Pues sí, un gato que, al igual que nosotros, disfrutaba de ese clima tan agradable, al tiempo que buscaba algún transeúnte generoso que le diese algo de comer. Estos pequeños estambulitas se sitúan en lugares estratégicos, siendo frecuente su presencia cerca de los monumentos más bellos. Y no, no creo que sea por sus conocimientos artísticos, sino más bien porque en estas zonas la afluencia de turistas es mayor, multiplicándose así sus posibilidades de obtener algo que llevarse a la boca.

Pero dejemos aparte al gato y centrémonos en la visita. Una vez vista la puerta de la Universidad, giramos 180º para contemplar la mezquita de Beyazit (Beyazit Camii). Se trata de una de las mezquitas imperiales más antiguas de Estambul y tiene una magia especial  (al no ser de las más visitadas por los turistas, permite ver a los devotos en pleno rezo). También es conocida como Mezquita de las Palomas por una leyenda que cuenta que el sultán compró una pareja de palomas a una pobre viuda y las donó a esta mezquita, en la que aun están.



El templo tiene 25 cúpulas sostenidas por 20 columnas,  y es la única mezquita que conserva intacta su arquitectura otomana. En el interior se encuentran numerosas inscripciones de Seyh Hamdullah, el calígrafo más importante del mundo islámico.

Algo de lo que no habíamos hablado hasta ahora es del patio central de las mezquitas. Todas tienen uno, donde normalmente se encuentra una fuente en la que los fieles (siempre hombres) realizan las abluciones antes de entrar a orar.  Sin este rito, la oración no se considera válida.
El ritual consiste en lavarse las manos hasta la muñeca tres veces (limpiando entre los dedos), enjuagarse la boca tres veces y limpiar los dientes con un cepillo o con el dedo, aspirar tres veces por la nariz un poco de agua de la mano derecha y sonarse, lavarse la cara tres veces desde la frente hasta debajo del mentón (peinando la barba con los dedos en caso de tenerla), lavarse  tres veces el brazo derecho hasta el codo, lavarse el brazo izquierdo hasta el codo tres veces, pasar las manos mojadas por el cabello (de delante hacia atrás), limpiar las orejas tanto por dentro como por fuera (con los dedos índices mojados) y, finalmente, lavar los dos pies (empezando por el derecho y acabando por el izquierdo), comprendiendo los tobillos, tres veces.

Vamos, que se lleva un buen rato esto de la purificación (wudú). Y eso que ésta es la purificación menor. La "purificación grande" (al-gusl) es similar a la anterior, pero incluyendo el lavado de genitales y haciendo correr el agua por todo el cuerpo. Menos mal que la "versión extendida" no la tienen que hacer cada vez que van a orar... Sólo es necesaria en caso de salida del maniy (líquido seminal), tras el contacto entre el órgano genital masculino y femenino, en caso de muerte y, para las mujeres, al término de la menstruación.


Una vez conocidos los curiosos hábitos de purificación musulmanes, proseguimos. Al salir de la mezquita fuimos paseando hasta la zona de Eminönü, donde visitamos la Mezquita Nueva (Yeni Camii). Este templo fue diseñdo como un kulliye, o complejo con edificios adyacentes (para mantener necesidades religiosas y culturales).

Nada más pasar la puerta de entrada, nos detuvimos en el patio central para observar con detenimiento los detalles.



Una vez dentro, nos damos cuenta de que esta mezquita se diferencia de las anteriores en su decoración. La ornamentación en este caso está compuesta por azulejos azules, verdes y blancos de İznik (ciudad conocida antiguamente como Nicea, famosa por sus cerámicas).




Una vez más, uno de los elementos que más nos impresionaron fue la cúpula principal, con un diámetro de 17.5 metros y una altura de 36.


Al salir de la mezquita empezábamos a tener hambre. Ya era mediodía, así que compramos una mazorca de maíz que nos supo a gloria. En la zona turística hay una gran cantidad de puestos callejeros que ofrecen productos gastronómicos variados.


Una vez matado el gusanillo decidimos dar un paseo hasta la orilla del mar. No nos resultó difícil, ya que Eminönü es una de las zonas más cercanas al Cuerno de Oro (el golfo que baña Estambul). Desde allí pudimos ver por primera vez, y a lo lejos, la Torre Galata, que teníamos previsto visitar algún otro día.


En ese mismo lugar Julián hizo una de las mejores fotos del viaje, que os mostramos a continuación. Resulta que en Estambul te sirven el té "a domicilio". Las teterías ofrecen un servicio (muy utilizado sobre todo por los comerciantes) de reparto de té. Así no hace falta desplazarse a la tetería, pudiendo atender las obligaciones mientras se disfruta de la bebida más popular de la ciudad. Los repartidores llevan el té en termos, lo sirven caliente y después se pasan a recoger los vasos.
Aquí tenemos a uno de los repartidores en plena faena.


A escasos metros del mar se encuentra uno de los edificios civiles más emblemáticos de la ciudad: la estación de Sirkeci. Sus orígenes se sitúan a finales del siglo XIX, cuando el sultán Abdülaziz permitió extender el ferrocarril a lo largo de la costa del Mármara, hasta llegar al centro comercial de la que entonces era capital del Imperio Otomano.
El edificio principal se inauguró en 1890 y fue construido por un arquitecto prusiano, con un estilo arquitectónico ‘orientalista’. Esta inauguración coincidió con la prolongación del mítico Orient Express hasta Estambul.
Además, la estación es un centro de reunión para los turistas que acuden a ver el espectáculo semanal de los Mevlevi o "derviches giradores". Aunque esta muestra del folklore fue prohibida por Atatürk (el fundador del estado laico turco), en los años 1950 se recuperó como atracción turística. Hemos de decir que nosotros no vimos la danza de los derviches, ya que es un espectáculo relativamente caro y habíamos leído bastantes opiniones de espectadores diciendo que es muy monótono y que no merece la pena.



Justo enfrente del lateral de la estación encontramos el sitio donde tendríamos nuestro primer contacto con comida turca "de verdad". No recuerdo el nombre, y es una pena, porque fue el sitio donde más me gustó la comida (y eso que probamos un montón de establecimientos).

Después de la comida nos fuimos hacia la Cisterna de Yerebatan. De camino, pasamos por una tienda de alfombras, en la que había un comprador de lo más particular.

La cisterna (en turco: Yerebatan Sarayı o "Palacio Sumergido") es la más grande de las 60 antiguas cisternas construidas bajo la ciudad de Estambul durante la época bizantina. Se construyó durante el reinado del Emperador bizantino Justiniano I.



La cisterna se construyó para evitar la vulnerabilidad que significaba para la ciudad que durante un asedio se destruyera el Acueducto de Valente.
La cisterna proveía agua para el Gran Palacio de Constantinopla y otros edificios en el Capitolio, y continuó proveyendo agua al Palacio de Topkapi tras la conquista otomana en 1453 y en los tiempos modernos.
Los otomanos preferían el agua corriente al agua almacenada, por lo que se dejó de utilizar hacia finales del siglo XIV. A mitad del siglo XVI el investigador holandés P. Gyllus descubrió la existencia de la cisterna. A mediados del siglo XIX se restauró, después de ser usada como almacén de madera.

El ambiente en el interior del recinto es inmejorable. La sensación de frescor, la luz tenue y la música de fondo hacen que sea un lugar muy agradable en el que, además de recorrer la estancia, se puede tomar algo en su cafetería.


Situadas en la esquina noroeste de la cisterna, las bases de dos columnas reutilizan bloques tallados con el rostro de Medusa, el ser mitológico que convertía en piedra a quien osase mirarla. Una leyenda dice que se colocaron donde están para proteger la cisterna. Si alguien intentaba envenenar el agua, sería petrificado por la Gorgona.

Pero parece ser que en realidad pertenecieron a algún altar dedicado a las ninfas de las aguas y que su ubicación actual se debe a la necesidad de materiales de construcción (y para evitar las supersticiones, se dice que las cabezas están giradas para neutralizar los poderes de Medusa).


Al salir de la cisterna visitamos Ayasofya Müzesi (Santa Sofía), la antigua catedral cristiana de Constantinopla. Su nombre proviene del griego Άγια Σοφία (Hagia Sophia), que significa Divina Sabiduría.



Dedicada a la segunda persona de la Trinidad, es una de las obras más importantes del arte bizantino. Fue construida durante el mandato de Justiniano I en Constantinopla, capital del Imperio.

Fue utilizada como iglesia cristiana durante casi mil años, desde su construcción hasta la conquista de Constantinopla por los turcos en 1453. Allí se refugiaron los aterrorizados habitantes en el ataque a la ciudad. Los otomanos la conviertieron en mezquita, agregando posteriormente los cuatro minaretes que hoy presenta, así como los medallones decorativos interiores. En 1935 fue convertida en museo, función que desempeña hasta el día de hoy.



La verdad es que la basílica es impresionante, sobre todo la cúpula, de 56,6 metros de altura y 31,87 metros de diámetro.



Muy bonitas también las paredes de azulejos...

Y los mosaicos bizantinos...

Pero lo que más le gustó a Julián fueron los enormes medallones con versos del Corán, que presiden la gran nave principal.


Eran aproximadamente las cuatro y media de la tarde y el sol ya había caído mucho, así que nos asomamos a una de las ventanas de la basílica para ver esta bonita imagen de la Mezquita Azul al anochecer.


Uno de los lugares más abarrotados de la basílica es la Columna de los Deseos. Se trata de una columna con un agujero. Según la tradición, si se mete el dedo pulgar en el agujero y se hace un giro de muñeca de 360º con la mano abierta, se cumplen tus deseos. Así que nosotros, por si acaso, cumplimos el ritual.


Poco nos quedaba ya por ver en el interior de la basílica, pero vimos algo inpensable en cualquier otro sitio del mundo. ¿Os imagináis lo que era? Pues sí, un gato. Un gato tan presumido que se puso a asearse tranquilamente en el centro de la nave principal. A pesar de tener las miradas de la mayoría de los turistas enfocadas en él, no se inmutó ni lo más mínimo y siguió acicalándose con toda normalidad mientras algunos hacíamos más de una foto.

Una vez en la calle, pudimos ver por fin lo que tanto había deseado durante años: la Mezquita Azul o Sultanahmet Camii. Pero sólo vimos el exterior, ni siquiera nos acercamos. Ya habría tiempo para visitarla y para sentarnos a mirarla cada vez que pasásemos por la zona.




Desde ese mismo sitio, al girarnos 180º, pudimos ver por primera vez la parte frontal de la Basílica de Santa Sofía en todo su esplendor. Ya la habíamos visto al entrar a visitarla, pero desde tan cerca que no teníamos perspectiva para admirarla en todo su conjunto.


En esa zona pudimos presenciar uno de los rituales más tradicionales de Turquía: la fiesta de la circuncisión.

Haciendo una mala comparación, podríamos equiparar la fiesta turca de la circuncisión a la de la primera comunión en España.
La circuncisión se hace a todos los niños musulmanes, y la edad para realizarla está entre los 3 y los 7 años. Normalmente se hace de forma individual, aunque si hay algún niño más en la familia, se hace en conjunto para abaratar costes.
No hay un día concreto para hacer la fiesta, pèro normalmente se hace en fin de semana para que el niño no tenga que ir al colegio.

El ritual consiste en vestir al niño de príncipe (con un traje compuesto por pantalón, camisa, chaleco, capa, corona y cetro) y dar un paseo con la familia por las principales mezquitas de Estambul, donde se le va haciendo un reportaje fotográfico.
Una vez finaliza esta visita, la familia entera se dirije al hospital, donde el niño es intervenido. Como se trata de operación sencilla, una vez pasada la anestesia la familia entera se dirije a la casa del niño, donde se suele hacer un banquete.

 
En aquel lugar estábamos tan encantados que no nos dimos ni cuenta de que se nos hacía completamente de noche. Así que nos dirigimos hacia el hotel para descansar. Saliendo de los jardines de Sultanahmet encontramos estos curiosos maceteros.


Y así termina nuestro primer día en Estambul. Al llegar al hotel decidimos descansar un rato para salir más tarde  a cenar. Pero el cansancio pudo con nosotros y al final dormimos hasta la mañana siguiente. Teníamos pocos días para visitar la ciudad y muchísimas cosas por ver, así que había que descansar bien. Fue una decisión acertada, al día siguiente nos despertaríamos como nuevos.

1 Response to "La pasión turca (II): toma de contacto con la ciudad de las mezquitas"

  1. Anónimo Says:
    1 de septiembre de 2011, 2:31

    beautiful girl, nice trip

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