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Visita mudéjar pasada por agua

Como os prometimos hace unos días, aquí estamos otra vez para contaros nuestra última escapadita de fin de semana. Esta vez hemos elegido la Comunidad aragonesa para pasar un bonito fin de semana.

El sábado por la mañana salimos de Madrid en dirección a la provincia de Zaragoza. La capital ya la habíamos visitado hace un par de años, por lo que el destino sería bien diferente. ¿Un pueblo, quizás? Tampoco. Nos dirigíamos al "Monasterio de Piedra", o más bien al parque situado en las inmediaciones del monumento.

Este parque está constituido por un conjunto de chorreras y cascadas de agua proveniente del río Piedra (algunas de ellas de más de 50 metros de altura).

Si hablásemos de cada una de ellas, este post sería larguísimo, por lo que nos vamos a limitar a enseñaros las que más nos gustaron o las que creemos que en las fotos han quedado bien representadas (aunque siempre son mucho más impresionantes al natural que en fotografía).
La primera que nos llamó la atención en nuestro recorrido fue la Cascada Trinidad. Aunque no es de las más imponentes por su tamaño, nos encantó el entramado de pequeños hilillos de agua que se formaban entre las rocas.


Una de las más impactantes es la cascada conocida como "La Caprichosa". Y no sólo por su tamaño y por la cantidad de agua que lleva, sino por otras cosas que no se pueden captar con una cámara de fotos.

No os podéis ni imaginar el ruido que hace el agua al caer, es algo indescriptible, que te pone la piel de gallina. Otra cosa que me pareció "mágica" es la niebla que hay alrededor de esta cascada. Bueno, no es exactamente niebla, son pequeñas gotitas de agua en suspensión que quedan en el ambiente al salir despedidas en su caída cuando chocan con las superficies rocosas. Esa sensación de humedad y menor visibilidad que en otros rincones del parque le aporta a este lugar un halo de misterio que me encantó.

Además, desde una escalera que había muy cerca de la cascada se podía ver un maravilloso espectáculo. El sol, radiante ese día, se mezclaba con estas pequeñas gotitas de agua en suspensión y nos dejaba ver un arcoiris precioso. Pero eso hay que verlo en directo. Por mucho que me esforzase en describir la imagen y las sensaciones allí vividas, no podríais imaginarlo tal como es.

Pero el parque no se compone sólo de grandes cascadas como éstas. Durante los (aproximadamente) 5 kilómetros del recorrido se puede ver agua en casi todas partes. Por ejemplo, cayendo por esta pared, al lado de la Cascada de los Fresnos.



Uno de los lugares más tranquilos del parque es el Lago del Espejo, llamado así por la claridad de sus aguas. Es un rincón en el que se respira una paz absoluta.



Fijaos aquí, en una foto más ampliada y sin nosotros delante, de la transparencia del agua. Se aprecian con total claridad todos los detalles del fondo del lago, sus especies vegetales y animales.


Tras unas 3 horitas de paseo por el parque, comimos en uno de los restaurantes que hay en este recinto y después nos dirigimos a nuestro siguiente destino, que no era otro que Albarracín.

Esta población, con unos 1100 habitantes, es Monumento Nacional y se encuentra propuesta por la Unesco para ser declarada Patrimonio de la Humanidad por la belleza e importancia de su patrimonio histórico.

Los árabes llamaron a este lugar Aben Razin, nombre de una familia árabe, de donde se derivaría su denominación actual. Otros opinan que el término "Albarracín" vendría del celta alb, 'montaña', y ragin, 'viña' o 'uva'.

Desde las afueras de la ciudad se podían contemplar estas bonitas vistas.


Uno de los rincones con más encanto de la localidad es la Plaza Mayor, muy pintoresca, con sus edificios de piedra y sus soportales. Un lugar tranquilo y acogedor, ideal para pasar un rato muy agradable.


Desde la parte más alta del pueblo hay unas bonitas vistas del castillo, del que conserva solamente el recinto amurallado. Durante el reino de Taifas (en el siglo XI) fue alcázar musulmán de la familia bereber de los Banu-Razin, que posiblemente dio nombre a la ciudad.

Otro de los encantos de Albarracín es poder pasear por sus estrechas calles empedradas a la caída de la tarde.


Caminar bajo la luz de las tenues farolas es transportarse a la época medieval e imaginarse cómo era la vida en la villa en aquella época.



Después del agradable paseo entramos a tomar algo en "El Molino del Gato", un pub muy acogedor, situado en un antiguo molino.



Sentarnos tranquilamente a tomar algo, con buena música y luz suave, nos dio fuerzas para coger de nuevo el coche y dirigirnos hacia la meta de nuestro viaje.


Después de un rato de viaje que se nos hizo ya un poco largo, llegamos por fin a Teruel. Dejamos las maletas en el hotel y bajamos de nuevo a la calle para cenar algo. Pero en seguida nos fuimos a dormir. El día había sido duro y teníamos que recuperar fuerzas para lo que nos esperaba el domingo.

Así que al día siguiente, tras un abundante desayuno en el hotel y después de dejar las maletas en el coche, nos dirigimos al centro de la ciudad para visitar sus rincones más conocidos.

Una de las primeras vistas que tuvimos fue ésta de la Torre del Salvador, que ya nos sirvió para hacernos una idea de cómo sería el resto de la ciudad: un auténtico tesoro mudéjar.


Punto de visita obligada es la Plaza del Torico, centro neurálgico de la ciudad. La plaza debe su nombre a la pequeña figura del toro que corona la fuente situada en medio de la plaza.


Además de la fuente, la plaza posee otros encantos, en especial algunos edificios modernistas, como la Casa de Tejidos "El Torico".



Otro singular edificio modernista que pudimos encontrar en esta plaza fue la casa conocida como "La Madrileña", de la que nos llamaron la atención sus ventanas por encima del resto de elementos de la fachada.


Muy cerca de la Plaza del Torico (bueno, en realidad el casco histórico de Teruel es tan pequeño que todo está cerca) se encuentra la catedral de Santa María de Mediavilla. La torre, la techumbre y el cimborrio son Patrimonio de la Humanidad.


La catedral comenzó a edificarse en estilo románico en 1171. Pero en la segunda mitad del siglo XIII, el alarife morisco Juzaff, reestructura la antigua obra y dota al edificio de tres naves mudéjares de mampostería y ladrillo, que mejoran y elevan la estructura románica del siglo XII. También en esta época se construiría la torre mudéjar.



Una de las maravillas que acoge esta catedral es su techumbre del siglo XIV. Casi todos los techos mudéjares son artesonados, esto es, elementos meramente decorativos. En este caso se trata de un cubrimiento en techumbre, cuyo armazón sostiene la parte superior de la nave y consolida la estructura. Se la ha llamado la «capilla sixtina» del arte mudéjar, por su gran valor arquitectónico y pictórico.


Al salir de la catedral decidimos visitar el conjunto monumental que acoge la leyenda de los Amantes de Teruel.
Comenzamos esta visita por la iglesia de San Pedro, que tiene un bonito claustro mudéjar, de los pocos que se conserva de esta época (aunque está reformado en estilo neogótico).


Una de las curiosidades de esta iglesia es su ábside poligonal, rematado por pequeñas torres.



Como llevábamos visita guiada, nos permitieron subir a la parte superior de la iglesia, así como a la torre (la más antigua de las torres mudéjares de la ciudad y, por tanto, la mas sencilla en cuanto a ornamentación) y al ándito (una especie de galería desde donde lo soldados podían controlar lo que pasaba en la calle y en las afueras de la ciudad, y desde la que podían atacar sin ser vistos), que convertía al templo en una iglesia-fortaleza.

Pero lo más impresionante, sin duda, es el interior de la iglesia. Aunque la planta original es mudéjar del siglo XIV, el interior del templo fue decorado entre finales del siglo XIX y principios del XX en estilo modernista neomudéjar por Pablo Monguió Segura y el artista plástico Salvador Gisbert.
Una de las cosas más curiosas que descubrimos en esta iglesia (que debido al tamaño de la foto no se puede apreciar) es que en uno de los arcos que llegan hasta el techo se puede leer la siguiente inscripción: "Aquí llegaba la decoración en diciembre del año 1904, suspendida para celebrar las fiestas jubilares de la Inmaculada". ¿Qué creíais, que los artistas no se iban de puente?

Una vez acabada la visita a la iglesia entramos en el Mausoleo de los Amantes.
Las momias de Isabel de Segura y Juan Martínez de Marcilla (rebautizado como Diego por Tirso de Molina, a quien parece que no le agradaba mucho el nombre del joven) fueron descubiertas en el año 1555 al realizar unas obras en una de las capillas de la Iglesia de San Pedro.
Las momias de los jóvenes fueron expuestas, enterradas, desenterradas, expuestas de nuevo, guardadas en un armario...
Hasta que en 1955, Juan de Ávalos, durante su primera visita a Teruel y "horrorizado ante la visión del espectáculo de aquellas momias" (según sus propias palabras), se comprometió a hacer algo digno de acuerdo con la historia. Unos meses después, Juan de Ávalos regalaba su obra al pueblo de Teruel, logrando de esa manera que Isabel y Diego tuviesen, por fin, un digno lugar de reposo.

Bonito, ¿verdad? Pues igual de bonita es la cúpula bajo la que descansan los eternos amantes.

Ah, pero... ¿aún no conocéis la leyenda de esta pareja? Pues os la contaré de forma muy breve.
En los primeros años del siglo XIII vivían en la ciudad de Teruel Juan de Marcilla e Isabel de Segura, cuya temprana amistad se convirtió pronto en amor. No querido por la familia de Isabel, debido a que carecía de bienes, el pretendiente consiguió que su amada le concediese un plazo de 5 años para enriquecerse.
Así pues, partió a la guerra y regresó a Teruel justo cuando había expirado el plazo. Para entonces, Isabel ya era esposa de un hermano del señor de Albarracín. Pese a tal hecho, Juan logró entrevistarse con Isabel en su casa y le pidió un beso; ella se lo negó y el joven murió de dolor.
Al día siguiente se celebraron los funerales del joven en San Pedro. Una mujer enlutada se acercó al féretro: era Isabel, que quería dar al difunto el beso que le negó en vida; la joven posó sus labios sobre los de su enamorado muerto y repentinamente cayó muerta junto a él.

Breve, ¿verdad? Pues si queréis una versión más detallada y bastante más poética, la podéis encontrar aquí.
¿Os habéis fijado en los sepulcros de los amantes? ¿Os habéis dado cuenta de que sus manos no se tocan? Es un gesto del autor para simbolizar ese amor no consumado.

Justo al lado de la entrada a la tienda de recuerdos (hay que explotar la leyenda, ¿no?) encontramos este curioso mural con las frases de muchos de los enamorados que visitan el musoleo. Nosotros también quisimos contribuir dejando nuestra notita. ¿El contenido? Preferimos que sea privado, aunque a lo mejor alguno con buena vista consigue encontrarlo.

Una cosa que no habíamos comentado y que me gustó mucho fue que las placas que muestran el nombre de las calles sean de cerámica turolense,manteniendo la estética de la ciudad. Y para muestra, un botón.

No creáis que hemos terminado ya la visita, que aún quedan muchas cosas bonitas por ver. Una de las más bellas es la Torre de San Martín.


Se acercaba la hora de comer y decidimos volver a la zona de la Plaza del Torico para buscar algún restaurante. Pero al pasar por la catedral no pudimos desaprovechar la ocasión de tomar esta bonita instantánea.

Después de comer visitamos los aljibes medievales. Allí pudimos enterarnos, a través de diversos paneles informativos, de cómo se abastecía de agua a la ciudad en la época medieval.

En el recinto de los aljibes también pudimos ver los restos de los túneles subterráneos que, según la leyenda, recorrían toda la ciudad.

Al salir de los aljibes nos dirigimos a la Torre del Salvador. En su interior, paneles, maquetas y diversos objetos nos guiaron en un recorrido por la ciudad medieval, el mudéjar y la restauración de la torre.


Tras subir los 122 escalones de la torre llegamos por fin al campanario, situado a unos 27 metros de altura (aunque la torre mide unos 40 metros). Desde las alturas pudimos admirar una bonita panorámica de la ciudad y sus alrededores.


Una de las cosas más interesantes de la torre, además de su ornamentación, es su estructura interior, pues reproduce la de los alminares almohades. Está formada por dos torres, una envolviendo a la otra con escaleras entre ambas.

Al bajar de la torre nos dirigimos ya hacia el coche para volver a casa. Pero aún nos quedaba una parada en el camino.
Se trata de la Escalinata, obra de José Torán, construida en 1921 para comunicar la estación de ferrocarril (recién construida) con el centro de la ciudad.

Esta colosal obra aúna dos de los movimientos artísticos más presentes en Teruel: el mudéjar y el modernismo. Del primero toma el ladrillo como material constructivo y la decoración de cerámica vidriada. Del segundo, la forja de las farolas.

El centro del momumento está decorado con un altorrelieve que recoge la escena del beso de los Amantes de Teruel.


Aquí nos quedamos un ratito tomando el sol (ya que hacía bastante fresquito en la ciudad). Y tras unos minutos de descanso volvimos al coche para iniciar el largo y tedioso retorno a Madrid (si algo malo tiene la ciudad es la comunicación con la capital).
Durante las aproximadamente 4 horas de viaje vinimos compartiendo nuestras impresiones sobre todo lo que habíamos visto. Resumiendo, se puede decir que este viaje nos ha dejado muy buen sabor de boca, y muchas ganas de volver a hacer la maleta y conocer nuevos lugares.

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