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Galicia, el país de las maravillas (II)

Nos levantamos el domingo con energías renovadas y deseando ver cosas nuevas. Así que, después de un buen desayuno, cogimos el coche para dirigirnos a Santiago de Compostela. Pero nos detuvimos a pocos kilómetros de La Coruña, exactamente en el pueblo de Cambre, para visitar su iglesia.




Esta vez sí que pudimos visitar la iglesia por dentro, aunque no vale demasiado la pena. La verdad es que lo mejor está en el exterior.



Con un estupendo día de sol salimos pronto de Cambre para no llegar demasiado tarde a Santiago.

Al llegar dejamos el coche a las afueras y nos acercamos al centro paseando. Lo primero que vimos fue el convento de San Francisco, del siglo XVI.


Tomando la Rúa de San Francisco llegamos a la Plaza del Obradoiro, llena de peregrinos fotografiándose en la mete de su destino. Allí, en medio de la plaza, se encuentra el "kilómetro 0" de todas las rutas jacobeas. Nosotros, al igual que en Madrid, aprovechamos para hacer la foto de rigor. La plaza toma su nombre de los talleres de los obreros que tomaron parte en la construcción de la catedral, que se situaban en este lugar.



En uno de los laterales de la plaza se encuentra la imponente fachada de la catedral, que fotografiamos una y otra vez.
En otro de los laterales está el Hostal de los Reyes Católicos. El edificio se construyó como consecuencia de la visita realizada a Santiago en el año 1486 por los Reyes Católicos, que decidieron erigir un Gran Hospital Real en la ciudad del apóstol para atender a los peregrinos que por la época recorrían el Camino de Santiago. En la actualidad funciona como Parador de Turismo.
Una vez vistos todos los edificios de la plaza decidimos entrar en la catedral. Para ello fuimos a la Plaza de las Platerías, donde se encuentra la entrada al templo. Ya dentro, decidimos visitar los lugares más conocidos del templo. El Pórtico de la Gloria estaba en proceso de restauración, por lo que no pudimos verlo en todo su esplendor. Pero lo que sí que pudimos ver es el famoso Botafumeiro. La verdad es que me lo imaginaba bastante más grande, aunque he de reconocer que pequeño del todo no es.


Yo quería subir al altar a darle el típico abrazo al apóstol. Después de tener que rodear todo el exterior de la catedral yo sola (Julián permanecía en el interior para inmortalizar el momento) y hacer una larga cola, el mal pulso de algún fotógrafo me dejó sin foto del momento.

Salimos de la catedral por la puerta del Obradoiro, desde donde pudimos ver con más detalle las impresionantes escaleras de la fachada del templo.



Cerca de la Plaza del Obradoiro está la Plaza de Fonseca, donde se encuentra el famoso Colegio de Fonseca al que cantaba la Tuna.






Como se acercaba la hora de comer volvimos a la Plaza del Obradoiro para comer en un sitio que nos habían recomendado. Se trata del Enxebre, restaurante perteneciente al Parador de Turismo. La comida estaba muy rica y no era cara. Además, nos gustó el detalle de la decoración de la carta que contenía el menú, muy típica del lugar.



Después de comer nos dirigimos a la Quintana de los Muertos, antiguo cementerio de la ciudad, donde se encuentra la Puerta Santa de la catedral, que sólo se abre en los años jubilares. A pesar del tiempo desapacible que hacía (lluvia, viento, frío...) la fe de los peregrinos les movía a agolparse frente a la puerta para entrar a dar el abrazo al apóstol.







En la Plaza de la Acebechería (donde los artesanos trabajaban el azabache) se encuentra, frente a uno de los laterales de la catedral, el monasterio de San Martín Pinario. Este monasterio no es visitable, sólo se puede acceder a la iglesia, a la que se accede por otra puerta.

Esta iglesia fue una de las que más le gustaron a Julián, pero para mí era demasiado barroca. Además de la iglesia, hay una especie de museo, que también tuvimos la suerte de visitar.



Caminando hacia las afueras de la ciudad encontramos el convento de San Domingos de Bonaval, sede del museo del Pueblo Gallego y Panteón de Gallegos Ilustres.

De regreso hacia el coche volvimos a pasar por la Puerta Santa de la catedral, esta vez sin colas. Así que a Julián le entró el gusanillo y también él quiso abrazar al santo. Yo me fui al interior de la catedral para intentar hacer la foto que no salió la vez anterior. He de decir que mi pulso nunca ha sido muy bueno, pero al menos pude tomar una instantánea medio decente.




Antes de irnos definitivamente de la ciudad, decidimos entrar en el convento de San Paio de Antealtares, donde pudimos disfrutar del canto de las monjas de clausura.
Se hacía tarde, así que volvimos a La Coruña nada más terminar las visitas turísticas. Yo me sentía mal porque tenía fiebre. Así que, para evitar que nos pasase lo mismo que el día anterior, paramos en un centro de ocio que hay cerca del puerto y cenamos unas hamburguesas. Después de eso, nos fuimos al hotel a descansar. Nos esperaba el último día de turismo, con un largo viaje de regreso incluido.

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