El último despertar en Riviera Maya, el último amanecer del viaje de novios... todo lo bueno termina, y esto terminaba justo hoy. Ya habíamos disfrutado mucho durante las dos semanas anteriores, así que hoy tocaba hacer todo bien para que no hubiera problemas y llegar sanos y salvos a Madrid.
Nos levantamos antes de lo habitual, recogimos nuestras cosas y llamamos a recepción para que uno de los botones viniera a recogernos las maletas. El equipaje se quedó en la entrada del lobby y nosotros nos dispusimos a tomar el último desayuno en el hotel.
Mery hizo el check-out (simplemente devolver las tarjetas de la habitación y de las toallas, pues la noche anterior ya habíamos liquidado la cuenta) y nos fuimos andando hasta el exterior del hotel. Justo pasaba un microbús, así que nos montamos. Estuvo esperando un buen rato (y nosotros poniéndonos más nerviosos pues, para variar, no íbamos sobrados de tiempo) hasta que arrancó.
Llegamos a Playa del Carmen y allí cogimos el autobús que va directamente al aeropuerto de Cancún. Al llegar allí, hicimos todo el proceso de pasar por los controles y dirigirnos a la puerta de facturación. Con prisas, porque íbamos justos. De hecho, no nos dio tiempo a comprar ningún recuerdo del viaje. Bueno, pensamos, ya lo cogeremos en Charlotte, donde íbamos a hacer escala.
Efectivamente, en Charlotte también fuimos apurados, principalmente por las colas de inmigración (puesto que entrábamos en EEUU desde otro país). Nos equivocamos de cola y nos pusimos en la de los ciudadanos estadounidenses. Al llegar al final, en lugar de dejarnos pasar nos obligaron a ponernos al final de la cola de los extranjeros, que iba lentísima porque había muchos menos mostradores atendiendo esta cola.
Finalmente pasamos y embarcamos, aunque tuvimos que correr una vez más. En el avión, relajación. Eso sí, el viaje transoceánico fue peor que a la ida, porque no teníamos pantallas de televisión individualizadas. Pero con el cansancio acumulado fuimos echando cabezaditas hasta llegar a Madrid.
Puesto que llegamos a primera hora de la mañana del lunes, según la hora española (para nosotros estaba empezando la noche) no pudieron venir a buscarnos, así que cogimos un taxi que nos dejó en nuestra casa. Y así terminamos este viaje tan maravilloso, dejando las maletas y preparándonos para descansar en la cama el resto de la mañana y reposar durante esa tarde. Nuestro primer viaje a América había terminado.
Una vez dentro, la primera gran impresión es la de ver la piramide de Kukulkan en el medio de la explanada central. En Chichen Itza todo está mejor conservado que en Cobá, pero especialmente la pirámide está en un estado de conservación inmejorable.
Una vez que te repones de esta impresionante imagen, toca descubrir el resto de rincones que la gran ciudad maya tiene escondidos en su amplia superficie. Empezando por el terreno de juego de pelota. Enorme en comparación con el de Cobá. Los aros se encuentran a una gran altura, lo que hace improbable que la modalidad que aquí se jugaba consistiera exclusivamente en pasar la pelota a través de ellos impulsada por caderas, brazos, etc.
Continuamos nuestra visita visitando otros edificios, hasta que tomamos lo que fue en su momento un sacbé o calzada maya, que nos conduce hasta el cenote sagrado. Es una pena que las aguas estén cenagosas y no se pueda uno bañar, porque la verdad es que estaba haciendo un calor brutal que nos dejaba sin fuerzas. De hecho, Mery prefirió no continuar la visita y se quedó descansando a la sombra de un árbol. Yo continué por mi cuenta, haciendo fotos de los edificios que vi. Entre ellos, los que más me gustaron fueron el Templo de las mil columnas (que realmente son columnas que ya no soportan ninguna techumbre, puesto que la original era de madera, no de piedra) y el Observatorio (un edificio coronado por una cúpula en forma de caracol).
Cuando terminé las fotos, volví a donde estaba Mery y nos fuimos de Chichen Itza. Compramos una bolsa de patatas para comer por el camino y nos fuimos a Valladolid, la ciudad más cercana. Aunque cuando llegamos allí, nos dimos cuenta de que la palabra ciudad no es algo que le haga mucha justicia a Valladolid. Quitando la plaza de la iglesia principal, el resto de calles parecen suburbios. Así pues, paramos en dicha plaza, Mery se bajó para ver la iglesia (Iglesia de San Gervasio) y nos fuimos rápidamente, puesto que estábamos cansados.
Llegamos al hotel con tiempo para ir a la piscina y arreglarnos para la cena romántica que teníamos esa noche. La cena la verdad es que nos encantó. Nos habían invitado el primer día que llegamos al hotel y era en el restaurante que está al lado de la piscina principal, donde a mediodía está ubicado el buffet Gran Azul. Incluyó una copa de bienvenida y luego un menú muy cuidado y romántico, con detalles como los trozos de pan, que tenían forma de corazones. Además, la comida estaba estupenda.
Para rematar la noche, brindamos con champagne por nuestro flamante matrimonio.
Una vez llegamos a Cobá entramos en la zona de ruinas. Teníamos pensado coger bicicletas para desplazarnos pero, puesto que un bicitaxi no costaba mucho más (35 pesos por bicicleta, frente a 100 pesos del bicitaxi), nos decantamos por esta opción. Fue todo un acierto. Nuestro conductor, Miguel, además de ahorrarnos el cansancio de ir pedaleando, nos fue explicando un montón de cosas, como un auténtico guía. Fue super amable y simpático, así que al terminar le dimos la misma propina a él que lo que nos costó el bicitaxi.
La visita en sí estuvo muy interesante, sobre todo la gran atracción de Cobá, la subida a la pirámide, una de las más altas de mesoamérica y la más alta a la que se puede subir. Las vistas desde arriba son impresionantes, se domina una enorme extensión de terreno. Además de la pirámide, vimos otras construcciones mayas como los campos de Juego de pelota, actividad que tenía un sentido más religioso que deportivo, y los sacbés (los caminos que construían los mayas, el equivalente a las calzadas romanas). Y muchas cosas más, gracias a las explicaciones de Miguel.
Volvimos de Cobá al hotel para comer allí y por la tarde fuimos a visitar un cenote, el de Dos Ojos. Los cenotes son piscinas naturales en la roca. Abundan en la península de Yucatán debido a la composición de su suelo. En Dos Ojos nos bañamos en una cueva donde volaban los murciélagos y que estaba llena de peces.
Después de salir del cenote fuimos a Akumal, otra de las playas descritas como "paradisíacas" de la zona, y en la que según cuentan se puede nadar rodeado de tortugas. Pero cuando llegamos nosotros ya era tarde, así que me pegué un baño sin ver tortugas y cuando ya empezaba a refrescar.
Esa noche cenamos en el restaurante italiano, el Portofino, que no me convenció tanto como las noches anteriores. Supongo que estamos demasiado acostumbrados a comer en buenos italianos. Por cierto, el primer día nos dejaron en la habitación una botella de tequila y una cesta de fruta como bienvenida por nuestra luna de miel. Le dejamos a nuestra camarera, Claudia, una nota de agradecimiento y una propina y este martes nos había dejado unas figuritas de dos cisnes hechos con toallas y pétalos de rosa. ¡Precioso!
Este primer día de excursiones fuimos a Tulum, ciudad maya que tiene la curiosidad de ser la única pegada a la costa, con las vistas que esa ubicación proporcionan. Dejamos el coche en el aparcamiento y, después de lidiar con varias personas que nos intentaban vender paquetes de visita, cogimos la entrada sencilla.
Tras refrescarnos, volvimos a subir y continuamos hasta la salida. Nos dimos un paseo hasta Playa Paraíso y allí nos pegamos un nuevo chapuzón refrescante. Aprovechamos una palmera con el tronco inclinado para hacer unas fotos. La playa era la típica paradisíaca.
Volvimos andando hasta el coche y regresamos al hotel. Esa tarde aprovechamos para ir al spa, el mejor modo de terminar un día de calor. Por la noche cenamos en el Rodizio, el restaurante brasileño.
Este día lo íbamos a utilizar para desplazarnos desde Nueva York a la Riviera Maya (por supuesto, con su correspondiente transbordo) y para conocer el hotel en el que nos alojaríamos allí. Las visitas las dejaríamos para los próximos días.
Dormimos en el aeropuerto La Guardia de Nueva York. Cuando abren la zona de embarque pasamos a ella. Llueve mucho, el vuelo va retrasado, por lo que nos cogen las maletas para llevarlas directamente a Cancún sin que tengamos que recogerlas en la escala de Philadelphia. Algunos pasajeros pierden sus vuelos de conexión, nosotros por suerte no. Al llegar a Philadelphia salimos corriendo a la puerta de embarque a Cancún (por suerte no hay que pasar controles de inmigración) y llegamos por los pelos a coger el avión.
Al llegar a Cancún vamos al mostrador de Hertz y nos llevan en microbús a sus oficinas. Cogemos el coche (un Hyundai Atos i10, que allí llaman Dodge Atos, fabricado en la India y que no tiene ni cierre centralizado ni elevalunas eléctrico, de color blanco). Tomamos la carretera que recorre la Riviera Maya hasta Playa del Carmen y luego hasta Tulum. Hay puestos de policía cada poco tiempo, y a los lados de la carretera (de dos carriles para cada sentido) sólo se ve jungla muy, muy espesa. Vemos cada poca distancia carteles de "Retorno", puesto que no hay pasos elevados, se cambia de sentido por la izquierda.
Llegamos a nuestro hotel, el Grand Palladium, y vamos a nuestra zona, la del Kantenah. Los botones (con traje de explorador de la jungla) nos recogen el equipaje. Hasta las 3 de la tarde no estará lista nuestra habitación, así que vamos al buffet "El gran azul" a comer. Allí será donde comamos casi todos los días. A las 3 vamos a nuestra habitación, que está en un edificio que llaman Villa. Es la habitación 4604 de la villa 46. Hemos tenido suerte y nos han dado la que pedimos, recomendada por internet: la más cercana a la zona central del hotel, llamada lobby.
Dedicamos la tarde a explorar la zona central del Kantenah (hay otros tres hoteles en el mismo complejo Palladium: el Colonial, el Riviera y el White Sand, además de las Mayan Suites). También nos damos el primer chapuzón en la piscina central y en la playa, donde empezamos a disfrutar de la fina arena y las aguas azul turquesa. Ese primer día cenamos en el Sumptuori, el restaurante japonés. De entrada un sushi delicioso y luego carne teriyaki y tepanyaki también muy buenas. El primer día hemos empezado a disfrutar del maravilloso hotel que tenemos, algo que iremos reafirmando cada día.
Tomamos el metro rumbo a Little Italy. La zona está atestada de gente pero conseguimos mesa en el restaurante que nos habían recomendado en internet, Il Pallazzo, en la calle Mullberry (la única calle que queda más o menos intacta de Little Italy, que está siendo fagocitado por Chinatown). Al terminar, paseamos por Little Italy y Nolita y visitamos la Old Saint Patrick, la antigua iglesia de los colonos irlandeses.
Paseamos hasta Five Points y volvemos a entrar en Chinatown, pero vamos con el tiempo justo, así que debemos acelerar el paso. Cruzamos SoHo y Greenwich Village. Tal vez por las prisas, no nos da para más que para quedarnos con la impresión de que son barrios elitistas (sobre todo el primero) y acogedores (el segundo).
Una vez más (ya de las últimas de este viaje) cogemos el metro hasta el Rockefeller Center para subir al Top of the Rock, el observatorio que se encuentra en la última planta del rascacielos y que últimamente le está haciendo sombra (en cuanto a las vistas de Manhattan) al Empire State Building. Vemos anochecer desde allí. Como digo, las vistas son parecidas a las del Empire, con la ventaja (obvia) de que también se puede ver este edificio. Además, tiene mejores vistas de Central Park.
Al bajar no encontramos la parada de metro para ir a Century 21 (el outlet que nos habían recomendado visitar para realizar compras de ropa en la ciudad). Vamos a Time´s Square y allí echamos un vistazo en las tiendas de M&M´s, Disney y Toys´r´us.
Tras ello, cogimos un metro hasta el Downtown. Nos acercamos al helipuerto, puesto que estábamos dispuestos a hacer uno de los recorridos en helicóptero sobrevolando la ciudad. Cogimos un viaje en helicóptero de 15 minutos, pero en la compañía que gestiona los vuelos nos comunican que nos van a hacer un upgrade (una mejora) a un vuelo de 20 minutos, advirtiéndonos de que no se lo digamos a otros pasajeros. Así, hemos podido subir por encima de Central Park, llegando al Bronx y al Yankee Stadium. Fue una gran experiencia, pese a que yo me mareé ligeramente al final del viaje. Mery lo disfrutó un montón, se hizo aficionada a esto de montar en helicóptero, pese a que al principio tenía miedo a subirse.
Al terminar el vuelo, cogemos el metro para llegar al puesto de Tkts de Time´s Square. Tkts es una empresa que se dedica a vender entradas de todos los musicales de Broadway a precios reducidos, para las sesiones de ese mismo día. Conseguimos entradas para el musical "Phantom of the Opera" con 20% de descuento. Es la primera ocasión en que vamos juntos a Time´s Square (yo ya había pasado durante el recorrido de mis carreras matutinas). La verdad es que no nos sorprende tanto como esperábamos, tal vez sea que por la noche el ambiente mejora.
Volvemos al hotel a descansar un poquito y cambiarnos, y vamos al teatro Majestic para ver el musical. Impresionante. Es un torrente de emociones, una gran historia y números musicales espectaculares. Nos vino fenomenal haber visto la película el día antes de partir hacia Nueva York, puesto que así conocíamos la historia y no nos perdíamos en los momentos en los que no entendíamos todas las conversaciones. Al salir, en otro teatro de la misma calle está saliendo Tom Hanks. Cogí a caballito a Mery para que le pudiera fotografiar.
Vamos a Time´s Square a cenar, al Bubba Gump (especializado en gambas y ambientado en Forrest Gump). La mejor forma de cerrar un día de película. Y acabamos en el sitio mimado por la industria del espectáculo, Time´s Square, una de las plazas más famosas del mundo. De noche es distinta. Llena de gente, llena de luz (de hecho, no parece que sea de noche porque los carteles iluminan toda la zona como si estuviéramos a plena luz del sol). Un montón de puestos callejeros, con gente pintando cuadros, muchos viandantes entrando en las tiendas que abren hasta bien entrada la noche… es la plaza del consumismo y de la diversión.