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De viaje por el Báltico (III): Segundo día en San Petersburgo

Esta mañana hemos hecho el check out en el hotel y hemos dejado las maletas en recepción antes de salir a aprovechar nuestro último día en San Petersburgo. Hemos salido del hotel sabiendo que teníamos muchas cosas que ver y no demasiado tiempo. El día iba a ser duro, pero merecería la pena, seguro.



Nuestra primera parada ha sido la Catedral de San Nicolás de los Marinos. Se trata de un templo de estilo barroco isabelino del siglo XVIII. Fue fundada por los marineros y los empleados del Almirantazgo que vivían por esa zona, que la pusieron bajo la advocación de su patrón, San Nicolás de Bari.


La pieza más venerada de la catedral es un icono griego de San Nicolás, que contiene una parte de sus reliquias. También podemos encontrar placas con los nombres de los marineros desaparecidos. Su decoración se basa en los colores blanco, azul y dorado, muy marineros.


Al salir de esta iglesia hemos ido a la estación de metro más cercana (Sadovaya) para ir a Nevskiy Prospekt. Ha sido la primera vez que cogíamos el metro en la ciudad.

Una vez en el centro hemos dirigido nuestros pasos a la catedral de Nuestra Señora de Kazán. Es la catedral más importante de la ciudad (por ser la sede del obispado ortodoxo de San Petersburgo).


Es probablemente el templo más visitado por los fieles de la ciudad, por lo que en su interior se respira un ambiente de espiritualidad y recogimiento, a pesar de la gran cantidad de turistas que deambulan por sus pasillos.


La pieza clave de este templo es el icono de Nuestra Señora de Kazán, el más venerado de Rusia. Multitud de personas forman larguísimas colas para besar esta imagen, que consideran milagrosa.


Al salir de la iglesia nos lamentamos de no tener más tiempo para disfrutar del ambiente de la plaza. Eso sí, dedicamos unos momentos a contemplar el exterior del templo y sus alrededores.


Este monumento nos ha recordado, desde el primer vistazo, a la basílica de San Pedro del Vaticano. Después de comentarlo nos hemos enterado de que su diseño está inspirado en ella.


Para no olvidar que nos encontrábamos en Rusia, tierra de grandes gimnastas, pudimos disfrutar de una bonita exhibición de mano de unas espontáneas que se pusieron a hacer piruetas en medio de la plaza, para sorpresa de los viandantes. Entre ellas podrían estar las próximas Evgenia Kanaeva, Alina Kavaeva o Svetlana Khorkina.


Nuestra siguiente visita ha sido la iglesia del Salvador Sobre la Sangre Derramada. Como el exterior lo habíamos admirado detenidamente ayer, hemos echado un vistazo rápido y hemos entrado. 

Los mosaicos del interior son impresionantes. No en vano conforman una de las mayores colecciones de mosaicos monumentales de toda Europa. Merece especial mención el Cristo Pantocrátor que adorna la cúpula. La riquísima decoración de las paredes y los techos hace que el suelo sea el gran olvidado. A pesar de su gran belleza, para la mayoría de los visitantes pasa desapercibido.


Uno de los puntos clave del interior de esta iglesia es el pequeño altar construido en el sitio exacto donde tuvo lugar el asesinato del zar Alejandro II.


Al salir de la iglesia, volvemos a Nevskiy Prospekt para coger de nuevo el metro. Pero antes, último vistazo atrás para contemplar la iglesia del Salvador y el canal Grivoyédova.


El metro nos deja esta vez en Avtovo, una de las estaciones más bonitas de la ciudad. La verdad es que no parece una estación de metro, sino un palacio.

Al salir a la calle, cruzamos a la acera de enfrente (a través de un paso subterráneo) para llegar a la parada donde se encuentran los minibuses que van a Peterhof. Hay varias líneas que hacen este trayecto, por lo que el tiempo de espera no es mucho.

Peterhof es una ciudad situada a pocos kilómetros de San Petersburgo, y donde se encuentra el palacio del mismo nombre, conocido popularmente como "el Versalles ruso". Llegamos tras una media hora de trayecto y el minibús nos deja prácticamente en la puerta de entrada al recinto del palacio.

Ya desde lejos, desde la entrada situada en el Parque Alto, se puede admirar la grandeza de este monumento, Patrimonio de la Humanidad, que fue residencia de los zares hasta 1917.


Después de atravesar el Parque Alto, y antes de entrar en el recinto del Parque Bajo y el Gran Palacio, comemos algo ligero en los chiringuitos que hay al lado de la entrada.


Con el estómago lleno entramos en el Gran Palacio, de estilo barroco.


En la entrada nos obligan a coger unas bolsitas de plástico (muy usadas, por cierto) de un contenedor y cubrir nuestros zapatos. Nos explican que es para no dañar el suelo. Y así, con este modelito, empezamos el recorrido por el interior del palacio.


El edificio, de estilo francés, es muy similar a cualquier palacio real de los que conocemos en Europa Occidental. Es decir, que aunque es muy bonito, no hace falta irse tan lejos para ver algo así, puesto que en Versalles, o mismamente en Aranjuez, podemos disfrutar de palacios que nada tienen que envidiarle a éste de Peterhof. Pero no por ello nos desagrada. Al contrario, la escalera principal, los salones de baile, del trono, chino, y otro sinfín de estancias nos maravillan. 


Lo que sí que nos ha impresionado es el Parque Bajo y todas sus fuentes. Es un espectáculo precioso y las vistas desde la barandilla superior son magníficas. Es el complejo de fuentes más grande del mundo. Desde la gran cascada, adornada con 37 esculturas de bronce, el agua fluye por el corazón del parque y llega hasta el mar. Salvando las distancias, me recuerda a los jardines del palacio de La Granja de San Ildefonso.


Tras un tranquilo paseo por los jardines disfrutando de todas y cada una de sus fuentes, decidimos refrescarnos mojándonos los pies en el mar. El palacio y los jardines de Peterhof se encuentran en la orilla meridional del Golfo de Finlandia, así que esta vez el agua que moja nuestros pies es la del mar Báltico.


Una vez refrescados, toca volver a San Petersburgo. Decidimos que, ya que hemos venido a Peterhof por tierra, nos iremos por agua. Así que vamos a la zona desde donde salen los barcos "meteor".


El tiempo de viaje es más o menos el mismo que en autobús, pero este medio tiene la ventaja de poder ir viendo San Petersburgo desde el agua. La embarcación nos deja en el malecón del río Neva, muy cerca del Hermitage y del Almirantazgo.



El paseo hasta el hotel se me hace interminable. Con tanto calor se me han puesto los pies en carne viva y cada paso que doy es más doloroso que el anterior. Pero vamos bastante apurados, ya que queda poco tiempo para que salga el autobús que nos llevará a Tallinn, así que no hay tiempo para lamentaciones. Toca aguantar como una campeona.

Tras un largo rato de suplicio, por fin llegamos a la zona de nuestro hotel. Muy cerca de éste hay un supermercado, así que cogemos algo para comer por el camino y para cenar.

Tras recoger las maletas en el hotel, preguntamos a la recepcionista cuál es la forma más rápida de llegar a la estación de autobuses. Nos dice que en metro no nos da tiempo y andando tampoco, y nos recomienda ir a la zona del teatro Mariinsky a coger un autobús que nos dejará directamente en la estación.

Así que salimos corriendo con nuestras maletas y llegamos al teatro en pocos minutos. Damos vueltas y vueltas por la zona y no encontramos la parada. Intentamos preguntar a alguien, pero nadie hablaba inglés, así que no podemos comunicarnos. Intentamos parar un taxi, pero todos se niegan a recogernos. El agobio se empezaba a hacer insoportable, pero por suerte conseguimos que un taxista nos escuche. No habla ninguno de los idiomas que nosotros conocemos, pero le enseñamos el billete y le señalamos donde pone el nombre de la estación, así que arranca el coche y nos lleva. Ya empezábamos a respirar más tranquilos, pero aún nos faltaba otro trago por pasar. Cuando llegamos a la estación, bajamos las maletas del coche y el taxista nos quiere cobrar un precio bastante superior a lo que cuesta la carrera en ese trayecto (esto no ayuda a mejorar mi primera impresión sobre los rusos). Por suerte, apenas nos quedan rublos, así que le enseñamos lo que llevamos y se lo queda todo (era aproximadamente el precio real del servicio). No le queda más remedio que aceptar, porque ni podía irse con nuestras maletas, que ya estaban en el suelo, ni nos iba a llevar de vuelta a donde nos había recogido. Por suerte, llegamos a tiempo a coger el autobús, quedan unos 5 minutos para que salga.


Así que, mientras yo meto las maletas en el maletero, Julián entra en la estación (nuestro bus salía desde la puerta principal) y compra unas botellas de agua, ya que las que llevábamos nos las hemos bebido por el camino para calmar los sudores de la ansiedad.

En cuento llegan todos los pasajeros salimos hacia Tallinn. Viajamos con la compañia Lux Express. El viaje es económico y los autobuses cuentan con todas las comodidades (wifi, cargadores en los asientos, baño, máquina de bebidas calientes, agua gratis...).


Paramos dos veces en la aduana. Una para salir de Rusia y otra para entrar en Estonia. La primera vez nos bajamos todos y entramos en el edificio de la aduana, donde revisan nuestros pasaportes. En la segunda ocasión, un policía sube en el autobús y va comprobando los pasaportes de todos los pasajeros.


Tras 6 horas de viaje (que se nos hacen cortas) hemos llegado a Tallinn. En la estación nos estaba esperando un taxi que Julián había reservado y pagado al comprar el billete de autobús (lo ofrecía la misma web de la empresa de autobuses). Así que ni hemos tenido que decirle al taxista dónde queríamos ir, él ya lo sabía. La verdad es que nos hemos alegrado mucho de haber contratado este servicio, ya que Tallinn nos ha recibido de una forma bastante desagradable: una tormenta de lluvia intensa y rayos en abundancia. Estamos cansados y no nos apetece otra cosa más que dormir. Pero, aunque hubiésemos querido salir a conocer la ciudad de noche, tampoco habríamos podido. Lo dejaremos para mañana, que seguro que mis pies lo agradecen.

El hotel está muy bien y las vistas desde nuestra habitación son impresionantes. Cuando nos levantemos haremos fotos. Ahora vamos a dormir, que el día ha sido intenso. Mañana más y mejor.

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