Ayer dejamos el apartamento de Vilnius y, tras llevar las maletas a recepción, salimos a conocer la ciudad. Como comentábamos al llegar, los apartamentos no están muy señalizados desde la calle.
Así que dirigimos nuestros pasos hacia la catedral de San Estanislao y San Vladislav. Aunque ya la habíamos visto la noche anterior, nos volvió a sorprender el hecho de que tenga el campanario delante de la iglesia. Pero lo comprendimos al leer que cuando se construyó el templo, se aprovechó una de las torres de la antigua muralla para utilizarla como campanario.
La catedral fue mandada construir por el rey Mindaugas en 1251, cuando él se convirtió al cristianismo. El templo, que se levantó sobre un antiguo lugar de rituales paganos en honor al dios báltico del trueno Perkūnas, volvió a ser escenario de tales ritos apenas 10 años después, cuando murió el monarca.
Unos 100 años más tarde, Lituania fue consagrada al Cristianismo (fue el último país de Europa en aceptar este credo) y fue en ese momento cuando se construyó una nueva catedral en el mismo lugar donde había estado la antigua. Pero su aspecto actual no es el de aquella época, sino que ha sufrido numerosas reconstrucciones a causa de los daños sufridos durante incendios, guerras, etc.
El interior de la catedral, de tres naves, está menos reconstruido que el exterior. En él podemos ver cuadros, sepulcros, esculturas de príncipes de Lituania y reyes de Polonia, y un museo que cuenta la historia de la Catedral desde el momento de su construcción hasta la actualidad. En la cripta, que data del sigo XII, están enterrados una gran cantidad de personajes destacados de la historia lituana y polaca. De entre todas las capillas destaca especialmente la de San Casimiro.
De camino a nuestra siguiente parada pasamos por el Nuevo Arsenal, una de las sedes del Museo Nacional de Letonia. Este museo se encuentra repartido entre varias dependencias de lo que fue el antiguo castillo de Vilnius, y ésta es la sede más importante.
Frente a la entrada del museo encontramos la estatua de Mindaugas, primer Gran Duque de Lituania y único rey del país. Está sobre un pedestal adornado con símbolos del antiguo calendario báltico.
Sin duda, un interesante museo para visitar con tiempo. Pero como nosotros íbamos escasos, tuvimos que pasar de largo y seguir nuestro camino hasta el funicular. Por dentro es igual que un pequeño ascensor, y salva unos 80 metros de desnivel en apenas un minuto.
Al llegar arriba fuimos a la Torre de Gediminas. Se trata de la única estructura que se conserva en la actualidad de lo que fue el antiguo castillo de Vilnius. Es una de las imágenes más representativas no solo de la ciudad, sino de todo el país.
Esta torre se ha convertido en un excelente mirador desde el que se puede contemplar toda la ciudad y sus alrededores.
Una vez vista la panorámica, entramos en la torre. Esta construcción, que se edificó con carácter defensivo, fue utilizada en el siglo XIX para conectar San Petersburgo, Vilnius y Varsovia a través de la línea telegráfica. En la actualidad forma parte del Museo Nacional de Lituania y contiene una pequeña exposición que da a conocer la historia de la ciudad.
Al salir de la torre volvimos a bajar la colina en el funicular y nos dirigimos hacia el centro del casco histórico. El primer edificio significativo en el que nos detuvimos fue el Palacio Presidencial. Este edificio clásico sirvió de residencia oficial de los obispos de la ciudad y más tarde, bajo el imperio soviético, fue la casa del gobernador general de Lituania. Por aquí pasaron personajes tan importantes como el zar Alejandro I, el rey francés Luis XVIII o el emperador Napoleón Bonaparte.
Destaca sobre el resto el patio mayor, donde se encuentra la iglesia de San Juan.
Esta iglesia fue acabada en 1426 y reformada en varias ocasiones. Fue consagrada al cristianismo por última vez en 1993, tras el fin de la ocupación soviética.
En el complejo universitario también merece la pena visitar la biblioteca, la más grande de todo el país, decorada con preciosos frescos.
Al salir de la universidad tomamos la calle Pilies, la más turística de la ciudad, y en ella fuimos encontrando distintos monumentos.
Uno de ellos es la iglesia ortodoxa de San Paraskeva, de estilo neobizantino.
Nos gustó mucho el ambiente y, sobre todo, el trato de la camarera, que fue de lo más agradable y nos explicó todo a la perfección. Para mi gusto, la única pega es que el sitio era un pelín oscuro.
Como era la única oportunidad que íbamos a tener de probar la comida lituana, hicimos una buena cata eligiendo algunos de los productos que más nos llamaron la atención.
Siguiendo por la misma calle encontramos la Filarmónica Nacional de Lituania.
Un poquito más arriba está la Puerta Basiliana, construida en estilo barroco en 1761. Cruzando la puerta nos adentramos en un callejón abandonado que antiguamente fue parte del monasterio de San Basilio. En la actualidad solo se conserva la iglesia uniata (de rito ortodoxo y obediencia católica) de la Santísima Trinidad, que está bastante deteriorada por dentro y por fuera.
Casi enfrente está la iglesia ortodoxa del Espíritu Santo. El complejo fue inicialmente un monasterio, construido en 1567. Fue reconstruida en 1753, cuando pasó a ser un templo ortodoxo (de hecho, el santuario ortodoxo más importante de Lituania). La verdad es que el exterior es mucho más austero que el de otras iglesias ortodoxas, quizá debido a su pasado como monasterio.
Lo más bonito se encuentra en el interior, de estilo barroco: un precioso retablo verde y múltiples iconos de gran belleza. Además, esta iglesia custodia las reliquias de tres mártires ortodoxos (Antonio, Juan y Eustaquio) que fueron ahorcados en 1347 por los paganos lituanos por negarse a comer carne durante la vigilia.
Un poquito más arriba, pero en la misma calle, está la iglesia de Santa Teresa de Jesús (sí, la de Ávila). Fue fundada por la orden de Santa Teresa de Jesús, y construida entre 1633 y 1650, por lo que constituye una de las iglesias barrocas más tempranas de la ciudad. Su interior ha sido renovado varias veces, y se dice que el altar mayor es uno de los más bonitos de Lituania. He leído en algún sitio que es una copia de la iglesia de Santa María Della Scala de Roma.
Al final de la calle se encuentra la Puerta de la Aurora, que es la única puerta de la muralla de la ciudad que aún se conserva. Parece ser que se llama así porque está orientada hacia el este, es decir, hacia la aurora. En su interior contiene una imagen de la Virgen muy venerada y a la que le atribuyen varios milagros. Es un importante punto de peregrinación, especialmente de polacos, y siempre se puede ver a alguien en el piso de arriba, rezando junto al cuadro de la Virgen. La pintura, renacentista de mediados del siglo XVII, tiene como curiosidad que no tiene representado al niño Jesús.
Al otro lado de la puerta se pueden ver las cañoneras, que recuerdan su función defensiva.
Nuestra última visita en la ciudad de Vilna fue el complejo de las iglesias de Santa Ana y San Francisco y San Bernardino.
La iglesia de Santa Ana, del siglo XIV, es una de las construcciones más bellas de la ciudad y se considera una obra maestra del gótico tardío. Antiguamente en este lugar se encontraba una capilla de madera, construida en 1399 por orden de la mujer de Vitautas, Gran Duque de Lituania. Dicha capilla se quemó en 1419, por lo que la que podemos ver ahora es la que se construyó en 1747 y que formaba parte del muro defensivo de la ciudad.
El templo, que sirvió de refugio de las tropas francesas, está construido con 33 tipos diferentes de ladrillos y en su interior destacan una gran cantidad de sepulcros de suntuosa decoración. Cuenta una leyenda que Napoleón quedó tan impresionado al verla que le dijo a Josefina en una carta que le hubiese gustado trasladarla a París.
Justo al lado de la preciosa Santa Ana se encuentra la iglesia de San Francisco y San Bernardino. Esta iglesia, también gótica y muy austera, sirvió de almacén durante la ocupación soviética. Cuando se restauró el Reino Lituano, los monjes regresaron y se volvió a abrir como lugar de culto. En 2008 fue declarada como Monumento del Patrimonio Cultural Lituano.
Y con esta visita dimos por terminada nuestra estancia en Vilnius. Así que volvimos al apartamento a recoger las maletas y nos fuimos caminando a la zona de Karaliaus Mindaugo tiltas para coger el autobús que nos llevaría hasta la estación de tren.
Como llevábamos tiempo, yo me quedé en la estación con las maletas y Julián fue a un supermercado que había al lado (de la cadena Iki) para comprar algo de cena y de desayuno para el día siguiente.
El tren nos llevó hasta Kaunas. Cuando llegamos, salimos de la estación y vimos un autobús de la línea 29, la que teníamos que coger. Pero, para que no nos pasase igual que al llegar a Vilnius, decidimos preguntar al conductor si teníamos que cogerlo en ese sentido o en el contrario, ya que lo único que sabíamos era que la parada se llamaba Gelezinkelio Stotis (estación de ferrocarril). El hombre nos dijo que teníamos que cruzar la calle y esperar en el otro lado, así que eso hicimos.
Tras un buen rato de espera, por fin llegó el autobús. En unos 40 minutos nos dejó en Karmėlava, el pueblo donde dormimos, que está al lado del aeropuerto de Kaunas. Nos bajamos en la última parada que hay antes del aeropuerto y caminamos por el pueblo hasta llegar a nuestro alojamiento. Bueno, la verdad es que no parecía un pueblo, sino unas cuantas calles en medio del campo y que no parecían tener nada que ver unas con otras.
Por fin encontramos el Jūratės B&B Namai, aunque me da la impresión de que no cogimos el camino más corto para llegar.
Después de instalarnos y descansar un rato, bajamos a la cocina-comedor para cenar y nos fuimos a dormir.
Esta mañana hemos desayunado y hemos dejado la casa para dirigirnos al aeropuerto.
Como está tan cerca, hemos ido andando. No se tarda ni 10 minutos, es una gozada.
A las 11 ha salido nuestro vuelo. Tras hacer escala en Oslo, por fin hemos llegado a Madrid.